Patrick Swayze, en nuestra dimensión humana

Patrick Swayze se ha ido a esa dimensión que nos contaba Ghost. Se ha marchado tras su último baile, en este caso con una dura enfermedad. Ha sido un combate, una pelea última, con un resultado predecible. Lo que no sabíamos era la fecha, y la fecha ha sido hoy.

No quiero saber la edad, no quiero más detalles. No deseo subir la escalera de los pormenores de un final que, por serlo, me duele, me conmueve, me puede.

Deseo que quede en mí el destello de aquella imagen de hace 25 años, cuando lloraba con sus danzas, con sus miradas, con ese romanticismo a ultranza que todos llevamos dentro y que pocos se atreven a sacar fuera.

Prefiero recordar de él lo que fue, lo que me dijo que fue, o, más bien, lo que me hizo soñar. En él nos vimos muchos en elucubraciones, y, aunque muchas no se cumplieron, siguen ahí, como poso eterno, como asidero frente los golpes que, de vez en cuando, nos da la vida indefectiblemente.

Dicen las crónicas que nuestro actor estuvo entero hasta el final. Entiendo que tenía motivos. Hizo felices a muchas personas, y eso bien vale un recuerdo, como el que yo les brindo ahora.

Con Swayze se va, físicamente, una parte de esa adolescencia que nos nutrió con valores a los que nos agarramos en busca de cariños platónicos que, en algunos casos, se cumplieron.

Pero nos queda él, lo más vivo que había en él, su fuerza, su empeño, su recuerdo, lo que nos hizo vibrar, lo que sacó de nuestro interior.

Confío en que en el Cielo baile tanto y con tanta fuerza como lo hizo en el Planeta Azul. Espero también que nos ilumine como en algunos de sus filmes. Anhelo que la música nos llegue con sus mismos sueños, para que éstos nunca duerman, para que no desaparezcan. Si es así, Patrick seguirá con nosotros, con toda su humanidad.