Panorámicas controvertidas

Las condiciones del ser humano son muchas, variables, repetidas y mensurables. Cada etapa histórica tiene las suyas, que se muestran de manera preponderante respecto de otras. Unos condicionantes y otros van surgiendo en función del momento, y conviene que, de vez en cuando, reflexionemos sobre lo que acontece, en la seguridad de que obtendremos interesantes conclusiones. La vida es un conjunto de ciclos en los que hemos de mantener una media aceptable. No quiere eso decir que no podamos equivocarnos. Claro que podemos. De los errores se aprende y mucho. Tampoco queremos decir que vivamos exclusivamente de los éxitos y de viejas glorias, si alguna vez las cosechamos. Hay que buscar, en todo caso, ese ritmo tranquilo y sosegado, que a menudo puede estar salpicado de prisas y de aceleraciones. Somos humanos, y hemos de demostrarlo. Mucho consuelo nos puede otorgar, e indefectiblemente nos proporcionará nuevas perspectivas.

Lo que, sin duda, no es defendible es que nos mantengamos en una frontera de excesos, de estridencias permanentes, de controversias complicadas que pueden hacer, y, de hecho, hacen de las existencias cotidianas unos cursos tristes, demagógicos y rotos por estampas colmadas de frustraciones y de melancolías. No hay más que mirar al interior de muchas personas y contemplar, por desgracia, lo que señalamos.

Oteemos un poco los medios de comunicación, y observaremos, en ese espejo, “el Callejón del Gato” de Valle Inclán. Duele ver tanta habladuría, tanto enfrentamiento, tantas palabras de dolor, sufrimiento y pena, tanta distancia en el plano corto, tan pocas miradas de consenso y de complaciente entendimiento… Las hay, evidentemente, pero no las mostramos. Conviene que lo hagamos, como conviene que nos digamos que nos queremos, porque estoy convencido de que es así, de que hay más amor en el mundo que odio. No dejemos para otros días venideros las panorámicas de cariño y de entrega sincera que tanto placer nos pueden regalar.

Cuando nos dedicamos a dar cuenta de tantos abusos cometemos, puede que sin caer en la cuenta de ello, esa distorsión y ocasionamos esa fractura que puede consistir en que una parte, en este caso negativa, parezca el todo de la sociedad, cuando no es de esta guisa. Los excesos, cuando son las reiteradas señas de identidad de un momento social, no son buenos. Que los difundamos tanto como ejemplos o modelos, aunque no lo hagamos con esa intención, no es una opción óptima, no lo puede ser, pues recordemos que los mejores períodos históricos son los que han publicitado las excelencias de sus artistas y de sus adelantados en los más diversos ámbitos, ya fueran el científico, el filosófico, el musical, etc.

Cuando las garras de algunos sucesos laceran nuestros intelectos y endurecen algunas almas, deberíamos preguntarnos por el coste que ello tiene. Seguro que, como decía el poeta, alguien tendrá que pagar por la pérdida de tanta inocencia. Todos y todas. Es bueno que hablemos, que nos comuniquemos. Siempre.

Juan TOMÁS FRUTOS.