Notas sobre la mirada

Vivimos en una sociedad peculiar. Premiamos y castigamos por lo mismo; Maestros que no saben escribir, niños que no saben jugar, licenciados sin cultura… Una cultura que, teóricamente, está al alcance de todos y en cantidades ingentes. En ninguna época anterior, el acceso a la misma fue tan sencillo. Pero algo extraño sucede: el incremento de la oferta va acompañada de un descenso del interés por parte del grueso de la población.

Seamos francos, cada vez se publican más libros, pero se lee menos. Cada vez hay más personas escolarizadas y matriculadas en la universidad, pero se comenten más faltas de ortografía, se emplean menos palabras y se habla peor.

¿Qué está pasando aquí? Me parece oír algunas respuestas, de entre las que destaca “es por culpa de la televisión”. Bueno, decimos nosotros, eso sería hace mucho tiempo. Podemos decir que la televisión, a la que ahora tratan de cubrir con una pátina de bondad al “controlar” los contenidos de modo que sean más educativos y más políticamente correctos, fue el pistoletazo de salida. Pero sólo eso. Hay mucho más. Por lo pronto, y dicho de pasada, esa justificación hipócrita de un medio despiadado y movido únicamente por el dinero es del todo falsa. Poco importa que lleven a filósofos más o menos serios a tertulias post- reality show , que detrás de cada serie de dibujos haya todo un equipo de asesores pedagógicos y psicológicos, que en todas las teleproducciones aparezcan personajes de todas las razas y condiciones sociales. Da igual. El reverso tenebroso no se molesta en ocultarse: canales con dibujos animados veinticuatro horas, reproducción de clichés, escaso contenido y saturación visual, hipertrofia de la sensibilidad mediante la exhibición permanente de imágenes violentas, conversión de las personas en números y estadística… La caja tonta (o lista, si es que ahora lo es) no ha cambiado. Al contrario, ha empeorado. Pero, y he aquí lo interesante, haciéndose eco de una tendencia que escapa al propio marco televisivo.

El verdadero cambio que se ha operado, y ya no es nuevo, es el de la sustitución de la imaginación por lo explícito y, concretamente, por lo explícito visual, cuyas características más llamativas son, sin duda: la insensibilización del espectador y la necesidad de incrementar la violencia, la novedad y el impacto en un espectador que no se asusta por nada. Primero fue nuestro querido cine, después la famosa televisión y ahora le llega el turno a internet –un medio mucho más personalizado y, por tanto, escenario del ejercicio de la libertad de elección-. La trampa, sin embargo, muestra una cara divertida y cómplice. La información, adulterada y poco contrastada –pero, eso sí, elegida libremente, sin horarios ni restricciones-, que circula masivamente por el mundo del hipertexto provoca astenia. ¿Creen que es una mera coincidencia que los libros cada vez sean más cortos, con menos letras y más fotografías? ¿No les huele a libro como artículo de decoración? Un número creciente de individuos confiesan ser incapaces de mantener la atención durante un periodo mínimo. El texto escrito, sin ornamentos ni paliativos, es duro, cansa. Y cada vez cansa más.

No obstante, estas líneas no pretenden encerrar ni un moralismo barato ni un mensaje apocalíptico. En el fondo, no es un tema tan nuevo. Platón llevaba razón, tristemente, sea cual sea el enfoque que adoptemos: por una parte, la representación ha suplantado al objeto real (los denominados “posmodernos” lo tienen claro). Y por otra, en caso de que nos decantemos por la vía más noble, el triunfo de la idea no difiere, por lo que respecta a sus efectos, del triunfo del simulacro o la representación. De hecho, no hay ideas, sino tan sólo manifestaciones de las mismas (invitamos a cualquier lector a que nos ofrezca un ejemplo de idea sin epifanía).

No estamos obligados a volver la vista a la realidad. El imperio de lo audiovisual, del simulacro y la representación es un hecho imparable. No nademos a la contra. En definitiva, es cuestión de esperar. La supervivencia de las imágenes no reside en su mayor intensidad o impacto, sino en su mayor significado. El sofrito de de cadáveres y personajes del corazón; el deseo de una mayor estimulación a través de la filmación de sucesos reales (el dúo formado por teléfono móvil y brutalidad; las cámaras de video, la muerte y el horror y toda esa serie de nuevas diversiones), todo eso acabará matándonos (y muriendo) de puro aburrimiento.

Sí, ya sé, el problema reside en que se ha sustituido la realidad, con su peso y sus pesares, por un simulacro donde nadie muere de verdad, o muere varias veces, como en un videojuego; donde las personas no sufren (por más fármacos que se vean obligados a consumir); donde todo es intercambiable, hasta nuestra propia identidad. Sólo hay un pequeño gran “pero” y es el que impone esa realidad denostada y supuestamente superada: uno no muere varias veces, los otros sufren de verdad, el número de objetos al que podemos acceder es limitado, al igual que las personalidades que podemos adoptar. Además, hasta donde yo llego, un cuerpo fantasma no logrará jamás pagar la factura del teléfono, ni de internet, ni la televisión por cable, ni el móvil con el que se graban videos tan divertidos, ni cosas por el estilo (incluidas minucias como la manutención). De modo que, repito, es sólo cuestión de esperar.

No soy adivino y no sé qué verán nuestros ojos, pero una cosa sí tengo clara: en esta época de lo audiovisual se impone más que nunca reflexionar sobre la mirada.