Nietzsche y el contravalor del cristianismo: Übermensch y aristocracia

RESUMEN: La obra de Friedrich Nietzsche contiene, como uno de sus elementos más esenciales, la crítica al cristianismo. Vertebrándose en un análisis hermenéutico y existencial, Nietzsche contrapone la moral cristiana a la moral aristocrática que alcanzaría en el Übermensch su máxima expresión.

La ontología de Nietzsche supera la moral cristiana con su concepción del hombre aristocrático, cuyo logro máximo es el Übermensch, el ‘sentido de la tierra’. En este ensayo se analizan aspectos nucleares de la crítica nietzscheana a la religión cristiana en su relación dialéctica y contrapuesta con respecto a los hombres superiores y al Übermensch, poseedores de la eticidad aristocrática. PALABRAS CLAVE: sacerdote, decadencia, superhombre, aristocracia.
ABSTRACT: One of the primary elements of Friedrich Nietzsche’s work is his critique of Christianity. In an existential-hermeneutic analysis, Nietzsche contrasts the Christian moral against the aristocratic moral attaining to his maximum expression, Übermensch. Nietzsche’s ontology overcomes the Christian moral with the conception of the aristocratic man, which maximum achievement is the Übermensch, the “sense of Earth”. The central point of this essay is the analysis of Nietzsche’s critique of the Christian Religion, its dialectic relationship and opposition to the ‘super-human’ and Übermensch, possessor of the aristocratic moral. KEYWORDS: Priest, Decadence, Super-Human, Aristocracy.

 

La visión ontológica del mundo de Friedrich Wilhelm Nietzsche está centrada en el ente hombre, enmarcado en una Weltanschauung del ente como totalidad que para el propio Nietzsche consiste en la vida. El hombre cristiano, fruto de una cultura de más de dos mil años, es un ser que se ha de trascender (transcendieren), en un ‘ir más allá’ (die Grenzen überschreiten). Este ‘ir más allá’ es el ideal del Übermensch que Nietzsche concibe como el ‘sentido de la tierra’. Para ello es necesaria la ‘muerte de Dios’ y la extinción del ‘último hombre’ cristiano. En este punto alcanza Nietzsche una metamorfosis que pasa de la mera moral o eticidad a una interpretación ontológica del ser existencial hombre.
La libertad es ser indeterminado. Nietzsche combate contra la determinación moral  religiosa cristiana de la conciencia alienada por el concepto de ‘fe’ que representa una colonización heterónoma de la conciencia realizada por la doctrina religioso-cristiana. El Übermensch es la sustitución del ideal religioso habido hasta el presente. Este ideal ha de ser sustituido por otro ideal inmanente al mundo, a lo-que-es: el Übermensch. La debilidad del supramundo ha de ser cambiada por la fortaleza del mundo (Welt). La ‘Ley’ (Gesetz) del mundo es el Übermensch, el ser no de una ontología trascendente (transzendent)  sino de una ontología inmanente (immanent) al mundo-vida (Welt-Leben). El ser del mundo es el Übermensch, máxima expresión (Ausdruck) lograda del ser humano.
Para alcanzarse el Übermensch ha de perecer el cristianismo con el ‘último hombre’ (el limen, el eschatón de la historicidad). El cristianismo se hunde en el ‘ocaso de los dioses’ (Götterdämmerung) para alumbrar (beleuchten) la nueva aurora (Morgenröte) del Übermensch. La ‘mentira santa’ da paso a la ‘verdad profana’ y lo llamado ‘profano’ es ya  la ‘sacralidad’ del Übermensch que es la sacralidad sustancial de la vida, pues el Übermensch es la vida, no la suplantación de la vida en forma de ‘Vida Eterna’ en el ‘Más Allá’ sobrenatural (übernatürlich), en el ideal-Dios , aniquilación de la fuerza vital que contiene en sí la vida. En este sentido, Dios es concebido por Nietzsche como el mayor atentado posible contra la vida.
El Übermensch ha de emerger (auftauchen) de la vida misma como su más plena realización, como su más alto logro, pues él es la vida que se muta a sí misma. El Übermensch es la exuberancia  (Üppigkeit) de la vida y como la vida en el anthropos es vida-razón, en el Übermensch se alcanza la más alta forma de inteligencia acaecida hasta el presente. El Übermensch es el ‘Espíritu de la Vida’, el ‘sentido de la vida’ (der Sinn des Lebens) frente al ‘espíritu de la muerte’.

El ‘mundo verdadero’ del cristianismo no es sino una fábula, un relato mitomaniaco que ha suplantado el mundo de la vida por ese ‘mundo verdadero’ que no es más que quimera y locura y cuya moral representa una contranaturaleza con respecto a la auténtica existencia y al hombre mismo, por lo cual la moral cristiana se convierte en una moral de la décadence.
Nietzsche dará el título definitivo a su obra cumbre sobre la esencia del cristianismo: El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo (Der Antichrist. Fluch auf das Chritenhhum). En el hablar de Nietzsche acerca del Anticristo podemos leer un fragmento del filósofo que supone la antítesis que hace Nietzsche de sí mismo con respecto a la figura de Jesucristo: «Yo soy el antiasno par excellence, y, por tanto, un monstruo en la historia universal; yo soy dicho en griego, y no sólo en griego, el Anticristo…» 
Cuando Nietzsche escribe sobre el Übermensch deja claro lo siguiente: «Ese hombre del futuro, que nos liberará del ideal existente hasta ahora y asimismo de lo que tuvo que nacer de él, de la gran náusea, de la voluntad de la nada, del nihilismo, ese toque de campana del mediodía y de la gran decisión, que de nuevo libera la voluntad, que devuelve a la tierra su meta y al hombre su esperanza, ese anticristo y antinihilista, ese vencedor de Dios y de la nada — alguna vez tiene que llegar…» . El Anticristo es el toque de campana del mediodía y de la gran decisión que metamorfoseará el mundo. Sólo el Übermensch puede tomar la ‘gran decisión’ de la transvaloración de todos los valores.
Se trata de la redención del ideal existente hasta ahora, id est, de la redención de lo que ese ideal esconde en su seno: la nada y la nihilidad a través del vencimiento de Dios por medio de la realización del Anticristo y del antinihilista que no se rinden ante la negación mundanal liberando nuevamente la voluntad de existencia y de realidad pues es necesario devolver a la tierra su meta y al hombre su esperanza, la esperanza de la tierra; la vuelta al seno materno del suelo nutricio que alimenta la planta hombre.
Nietzsche es un Minotauro en el laberinto de la cultura cristiana. Dos mil años de esta cultura ha convertido a la sociedad cristiana en una arborescente planta que asfixia todo atisbo de libertad. Considerándose un hiperbóreo dice: «Nosotros somos hiperbóreos, […] Nosotros hemos descubierto el camino, nosotros encontramos la salida de milenios enteros de laberinto.»  El hombre moderno está perdido en ese laberinto cuyo trazado tan bien conoce Nietzsche hasta el punto que es capaz de salir de él. El filósofo ha explorado todos los rincones y recovecos de ese laberinto donde está encerrado el hombre de nuestro tiempo. Ese laberinto tiene un nombre, se llama cristianismo. Mentes temibles trazaron el mapa de ese laberinto donde se encerró a los hombres.
En esa visión ontológica del mundo, Nietzsche considera a éste como ‘voluntad de poder’: «¿Qué es bueno? — Todo lo que eleva el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo en el hombre. ¿Qué es más dañoso que cualquier vicio? — La compasión activa con todos los malogrados y débiles — el cristianismo…» 
La pretensión de Nietzsche de crear un nuevo tipo humano tal y como aparece ya en su obra Así habló Zaratustra se mantiene en El Anticristo como maduración de su visión antitética con respecto al hombre cristiano. El hombre cristiano es un final y se ha de querer un hombre nuevo: «qué tipo de hombre se debe criar, se debe querer, como tipo más valioso, más digno de vivir […] y por temor se quiso, se crió, se alcanzó el tipo opuesto: el animal doméstico, el animal de rebaño, el animal enfermo hombre, — el cristiano» .
Ha sido el temor a los hombres superiores lo que ha hecho que surgiera esa moral del rebaño pastoreada por el Galileo («No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel.» ). El miedo hacia el hombre temido del que nos habla Nietzsche ha hecho que se crease el hombre débil, el animal hombre de rebaño. El tipo superior de hombre nietzscheano enlaza con el Übermensch: «un logro continuo de casos singulares, con los cuales un tipo superior hace de hecho la presentación de sí mismo: algo que, en relación con la humanidad en su conjunto, es una especie de superhombre.» 
Es el cristianismo el que ha hecho la guerra a muerte al tipo superior de hombre. Aquél ha proscrito los instintos esenciales a ese tipo superior, ha destilado al hombre malvado. El hombre fuerte ha sido considerado como hombre reprobable; sobre él se ha lanzado una maldición y una calumnia que lo ha extirpado y lo ha relegado a la nada existencial. El instinto de venganza de los hombres inferiores ha mancillado la nobleza de espíritu de los fuertes y enérgicos.
La vida para Nietzsche es un instinto de crecimiento y de duración donde se acumulan las fuerzas; la vida como un instinto de poder. El Übermensch es el hombre con voluntad de poder dirigida contra la decadencia que representa el cristianismo. Se trata de contraponer la voluntad de poder nietzscheana a la voluntad de poder de los representantes de la religión cristiana que es una voluntad de poder mancillada, envilecida, apartada de la vida y del mundo, alejada del cuerpo y de la sensualidad,  colocada en el trasmundo creado por la propia mente del profeta, del santo, del Mesías, del sacerdote (hierus, sacerdos). Los ‘valores supremos’ son los valores metafísicos propios del cristianismo; valores de la decadencia y nihilistas que ejercen su dominio sobre el hombre.
El compadecer (Mitleiden) cristiano rebaja las fuerzas vitales del hombre y le somete a la depresión; a un rebajamiento de la energía psíquica. A esa compasión se le ha llamado piedad como virtud según los criterios de la moral cristiana. Para la moral aristocrática la compasión es una debilidad. Esta virtud de la compasión es la virtud esencial de todas las demás virtudes en el seno de una teología que es nihilista al inscribirse como negación de la vida: «la compasión es la praxis del nihilismo» . La compasión conserva todo aquello que es miserable y ello intensifica la décadence. Ésta es una entrega a la nada, al nihilismo, al vacío absoluto. El director espiritual no emplea la palabra ‘nada’; en su lugar coloca los conceptos de ‘más allá’, ‘Dios’, ‘vida verdadera’, ‘bienaventuranza’, ‘redención’, nacidos de la concepción moral-religiosa cristiana. Estos conceptos suponen una hostilidad a la vida en cuanto alejan del ‘mundo aparente’ y acercan al ‘mundo verdadero’.
El idealista teólogo, al igual que el sacerdote, portan en sus cabezas todos los grandes conceptos que se contraponen al entendimiento, a la buena vida, a los honores, a los sentidos, a la ciencia. Estos conceptos existen en el teólogo y en el sacerdote como fuerzas seductoras y dañinas; sobre ellas planea el espíritu de una paraseidad (Fürsichheit). El clérigo ha sublimado (aufgehoben) su voluntad de vida terrenal para situar todos sus instintos en el reino suprasensible y con ello ha llevado a la vacuidad toda existencia; ha arrastrado a la vida misma a la nihilidad de la Nada como Espíritu o Dios.
Para Nietzsche, el espíritu puro es la mentira pura. Esa mentira crea una interpretación moral del mundo donde la castidad, la humildad, la pobreza, id est, todo aquello que constituye al santo y la santidad, ha causado un daño indescriptible a la vida: «…Mientras el sacerdote, ese negador, calumniador, envenenador profesional de la vida, siga siendo considerado como una especie superior de hombre, no habrá respuesta a la pregunta: ¿qué es la verdad?» . Se ha invertido la verdad y se le ha colocado en las antípodas de la auténtica verdad. Es al instinto del teólogo, en su formulación de la fe y de la creencia, al que Nietzsche se enfrenta. Lo que éste llama pathos del teólogo es justamente el concepto de fe. La ‘verdad’ sacerdotal («y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» ) ha dominado y ha prevalecido sobre la auténtica verdad-de-lo-real y sobre el hecho de que no existe Dios.
La buena conciencia tiene los nombres de ‘Redención’, ‘Eternidad’, ‘Dios’; es la conciencia propia del teólogo y del sacerdote como falsedad subterránea. Aquello que un teólogo siente como verdad es propiamente falso. El teólogo emite su juicio de valor invertido con respecto a la realidad. Lo que es dañino para la vida es llamado verdadero, «lo que la alza, intensifica, afirma, justifica y hace triunfar, es llamado “falso”…» . El idealismo alemán de J. G. Ficthe, F. W. J. Shelling y G. W. F. Hegel , entre otros, es deudor del pensamiento propio de la teología alemana. Como apunta Nietzsche «El párroco protestante es el abuelo de la filosofía alemana, el protestantismo mismo, su peccatum originale» . El protestantismo es la hemiplejia del cristianismo y de la propia razón.
Es en el Übermensch  donde la razón discursiva inmanente a la lógica interior de la mente, y esencializada lingüísticamente, alcanza su más alta manifestación como superación (Überwindung) de esos dos conceptos que según Nietzsche son los más malignos que existen: ‘mundo verdadero’ y ‘moral’.
Tal y como es entendida la moral asimilada a ese Dios del cristianismo es, en efecto, una destilación de la concepción meramente psicológica de Dios. En el Übermensch, no existe ninguna moral sino que lo que tiene existencia es la destrucción de toda moral y la identificación absoluta con la vida tal y como ésta se manifiesta en la naturaleza: como a-moral.
La acción del Übermensch está basada en una necesidad interna personal que ha sido elegida; que se le ha impuesto a él y lo ha elegido; algo que brota de sí mismo, de su necesidad, de su vida misma y no de ningún imperativo categórico o de algún tipo de deber que constriña la libertad. Como escribe Nietzsche: «Cristiano es el odio al espíritu, al orgullo, al valor, a la libertad, al libertinage del espíritu» . Frente al espíritu libre del Übermensch, el espíritu del rencor y de la venganza contra la vida se alza vencedor en la historia y en la cultura.
Los negadores de la vida son los creadores de la verdad, de esa verdad que está puesta cabeza abajo. La moral, esa insuperable exigencia del ‘tú debes’, se ha impuesto imperativamente en la historia como el orden supremo en la conciencia moral del creyente. Los débiles y enfermos han dominado a través de la moral, del concepto de ‘pecado’ y del ‘tú debes’. Han arrojado sobre el mundo sus imperativos categóricos, su tela de araña construida de conceptos.
De lo que Nietzsche es enemigo es de la idea de Dios. Nietzsche quieres redimir a los hombres de esa idea que tiene aprisionada sus conciencias. Lo trascendental no existe; no existe el dualismo ontológico sólo existe un mundo y éste es inmanente. La concepción de Dios como ente trascendental es solamente una idea de los hombres, un pensamiento desiderativo, un sentimiento de ilimitación en infinitud frente a la finitud de la vida. En el cristianismo la moral y la religión se alejan de cualquier contacto con la realidad mundanal: «¿Quién es el único que tiene motivos para evadirse, mediante una mentira, de la realidad? El que sufre de ella. Pero sufrir de la realidad significa ser una realidad fracasada» .
Nietzsche caracteriza a la creación del pensamiento cristiano y a sus atributos como frutos de la proyección absolutizada de los atributos morales del hombre como «humanos, demasiado humanos» . No son sino conceptos límites propios de la psicología humana que son proyectados y hechos absolutos por el pensamiento desiderativo del hombre. La realidad fracasada del hombre se debe a la preponderancia del dolor, de los sentimientos de displacer frente a los de placer. La vida ascendente, «todo lo fuerte, valiente, señorial, orgulloso»  se ve rebajada por el concepto de Dios que se ha convertido en el NT en el Dios-de-las-pobres-gentes que necesitan ser salvados y redimidos.
Dios se ha convertido en el gran cosmopolita atrayendo a su favor el gran número; es el Dios demócrata, el demócrata entre los dioses que siguió siendo judío, «siguió siendo el Dios de los rincones, el Dios de todas las esquinas y lugares oscuros, de todos los barrios insalubres del mundo entero» . Dios se convierte en metaphysicus, transformándose en un ideal —también en una ideología— y en un espíritu puro metamorfoseándose en un absolutum, en cosa en sí.
El Dios cristiano es el Dios de los enfermos, el Dios araña, el Dios espíritu. Aquí se ha alcanzado la más alta corrupción del concepto de Dios, el dios más decadente entre todos los dioses: «¡Dios, degenerado a ser la contradicción de la vida, en lugar de ser su eterno si!» . En el concepto ‘Dios’ el sacerdote declara su hostilidad hacia la vida y a su voluntad. Dios es la fórmula de toda falsificación sobre el más acá y de toda mentira del más allá. Es el Dios de la nada; en el se diviniza la voluntad nihilista.
El cristianismo representa todo odio a muerte contra los señores de la tierra, es decir, contra los aristócratas. A las tres virtudes cristianas —fe, amor, esperanza— las llama Nietzsche las «tres listezas cristianas». El cristianismo es la consecuencia inmediata del instinto judío . Es la última consecuencia lógica del judaísmo. Nietzsche ejecuta la contraposición del concepto de moral aristocrática con la de la moral del reseentiment —moral judeocristiana—  que emana de la negación de la primera: «el instinto convertido en genio, del resentimiento tuvo que inventar aquí otro mundo, desde el cual aquella afirmación de la vida aparecía como el mal, como lo reprobable en sí.»  La moral judía y la moral cristiana es «el azar, privado de su inocencia; la infelicidad, manchada con el concepto “pecado”; el bienestar, considerado como peligro, como “tentación”; el malestar fisiológico, envenenado por el gusano de la conciencia…» 
El orden moral sempiterno significa que hay una voluntad eterna y absoluta de Dios que dicta las acciones o no acciones del hombre; desde aquí, la valoración de un pueblo consiste en la mayor o menor obediencia a su Dios. La voluntad de Dios se manifiesta en su poder como dominación y castigo o premio a través de la figura del hierus: «una especie parasitaria de hombre que sólo prospera a consta de todas las formas sanas de vida, el sacerdote, abusa del nombre de Dios: a un estado de cosas en que el sacerdote es quien determina el valor de las cosas lo llama “el reino de Dios”; a los medios con que se alcanza o se mantiene en pie ese estado los llama “la voluntad de Dios”.»
El sacerdote define con total precisión cual es la voluntad de Dios, id est, cual es el poder y autoridad que él quiere alcanzar. Con ello queda definidos todos los aspectos de la existencia donde él es indispensable, desnaturalizando los componentes naturales de la vida; el sacerdote los ‘santifica’ y toda exigencia inspirada por el instinto de la vida es trasmutado por el sacerdote  —según el orden moral del mundo— en algo que es un contravalor con respecto a los valores naturales.
En el terreno social y cultural del judaísmo creció y se desarrolló el cristianismo, «una forma de enemistad mortal, hasta ahora no superada, a la realidad» . La nación santa, el reino sacerdotal  de Israel era un pueblo cuyos valores máximos estaban impuestos por el poder sacerdotal. Éste rechazaba como no santo, como pecado, como mundo los demás poderes que cohabitaban civilizatoriamente  con el poder sacerdotal israelita. El pueblo santo llegó a negar, more christianus, incluso la forma final de realidad social del pueblo judío, el pueblo elegido: «el pequeño movimiento rebelde bautizado con el nombre de Jesús de Nazaret es el instinto judío una vez más» .
Jesús, ese anarquista santo que se dirigía al bajo pueblo, a todos los excluidos de la sociedad de Palestina, a los pecadores, a los chandalas judíos, al contradecir el sistema ordenado de dominación se convirtió en un «criminal político». Según Nietzsche esto fue lo que le condujo a la cruz y «murió por su culpa», Iesus Nazarenus Rex Iodaeorum.
La cuestión que le preocupa a Nietzsche no es propiamente la verdad de lo que Jesús hizo y dijo o de la forma como en realidad murió sino si el tipo Jesús es imaginable, si estaba transmitido. En este sentido, Nietzsche critica el libro de Renan  en cuanto Renan introdujo dos conceptos claves de la psicología del Redentor: el concepto de ‘genio’ y el de ‘héroe’ (héros). El concepto ‘héroe’ es antitético a los Evangelios: «Cabalmente la antítesis de toda pugna, de todo sentirse-a-sí-mismo-en-lucha se ha vuelto aquí instinto: la incapacidad de oponer resistencia se convierte aquí en una moral […] la bienaventuranza en la paz, en la afabilidad, en el no-poder-ser-enemigo.» 
La lógica de Jesús es un desprecio a toda realidad, como fuga a lo inconcebible e inaprensible. Jesús vive en un mundo fuera de la realidad, en un mundo sólo interior, mental o psicológico al que Nietzsche llama «mundo verdadero», el mundo sobrenatural tal y como el pensamiento de milenios lo ha formulado, incluido el pensamiento griego .
La fórmula del crucificado, «el Reino de Dios está dentro de vosotros» , da la medida de la psicología del Salvador; se trata de un mundo interior, anímico, puramente mental que no tiene punto de contacto con la realidad natural. Ya no hay oposición contra nadie, ni a la propia desgracia ni al propio mal; se busca la buenaventura. De estas realidades ha surgido la doctrina de la redención, una forma de hedonismo enfermizo: «El miedo al dolor, incluso a lo infinitamente pequeño en el dolor — no puede acabar de otro modo que en una religión del amor…»  tal y como la profesa Jesús. Éste es la última consecuencia judía, el resultado tardío de sufrimiento del pueblo de Israel.
El espíritu libre del Übermensch lucha contra la mentira santa en que consiste el ideario del cristianismo: la antítesis del evangelio de Jesús. El proceso histórico del cristianismo  condujo a que su fe se volviese enferma, vulgar y baja: «— Los valores cristianos — los valores aristocráticos : ¡sólo nosotros, nosotros los espíritus que hemos llegado a ser libres, hemos restablecido esa antítesis de valores, la más grande que existe!»  
Nietzsche literalmente no soporta que en boca del sacerdote se emplee la palabra verdad. Cada proposición, cada frase que pronuncia un papa, un teólogo o un sacerdote es una frase errada y no sólo errada sino una mentira. No se miente por ignorancia o inocencia; el sacerdote sabe que ya no existe un Dios ni un Redentor ni el pecado y sin embargo sigue con su mentira santa: el orden moral del mundo, la voluntad libre son mentiras.
En opinión de Nietzsche, la misma palabra ‘cristianismo’ es una tergiversación de la historia. Sólo ha habido un cristiano, Jesús, y murió en una cruz; el evangelio, la buena nueva de Jesús murió en la cruz. Todo cualquier otro evangelio es una impostura, la antítesis de lo que Jesús había vivido, una mala nueva, un disangelio.
Nietzsche reconoce en el odio instintivo a toda realidad el elemento nuclear, el motor que impulsa la esencia del cristianismo tal y como fue desarrollado por Pablo de Tarso en las primeras comunidades cristianas y, posteriormente, en toda la historia del cristianismo. El auténtico evangelio, el evangelio de Jesús, quedó pendiente de la cruz con la muerte ignominiosa del rabbí, muerte destinada a la canaille. La paradoja de esta muerte colocó a sus Apóstoles ante el dilema de quién fue y qué fue Jesús .
La pequeña comunidad no había entendido el punto principal de la predicación de Jesús: «lo ejemplar de ese modo de morir, la libertad, la superioridad sobre todo sentimiento de ressentiment» . 
Al evangelio de Jesús le sucedió la mala nueva, Pablo de Tarso: «En Pablo cobra cuerpo el tipo antitético del «buen mensajero», el genio en el odio, en la visión del odio, en la implacable lógica del odio. ¡Cuántas cosas ha sacrificado al odio este disevangelista! Ante todo, el redentor; lo clavó a la cruz suya.»
 Pablo es el que dio el definitivo impulso a la mentira del Jesús resucitado. Hizo otro uso de la vida de Jesús; necesitó la muerte en la cruz de éste pero también la invención de su resurrección con lo cual el Redentor seguiría viviendo: «Lo que él mismo no creía, creyéronlo los idiotas entre los cuales arrojó su doctrina. — Su necesidad era el poder; con Pablo, una vez más quiso el sacerdote alcanzar el poder» .  
Conceptos tales como ‘salvación del alma’ o ‘idénticos derechos para todos’, han sido difundidos por el cristianismo; éste ha combatido a muerte a todo sentimiento de distancia y de respeto entre los hombres, todo sentimiento de aristocracia, lo que es considerado por Nietzsche como conditio sine qua non de toda posible elevación y crecimiento de la cultura.
Nietzsche efectúa una contraposición entre la moral aristocrática y la moral del chandala que, según el filósofo de Röcken, es una moral nacida del instinto de venganza y del resentimiento. Este instinto vengativo y este resentimiento pueden observarse en la siguiente epístola de Pablo:

«¿No ha hecho Dios de la sabiduría de este mundo una tontería? Puesto que el mundo con su sabiduría no reconoció a Dios en su sabiduría, Dios se complació en hacer bienaventurados a los creyentes mediante una predicación necia. No muchos sabios según la carne, no muchos poderosos, no muchos nobles son llamados. Sino lo que es necio ante el mundo lo ha elegido Dios para deshonrar a los sabios; y lo que es débil ante el mundo lo ha elegido Dios para deshonrar a lo fuerte. Y lo innoble ante el mundo y lo despreciado lo ha elegido Dios, y lo que es nada, para aniquilar a lo que es algo. Para que ninguna carne se gloríe delante de él.»

Aquí tenemos entera la psicología de Pablo y la misma psicoteología del cristianismo.  Pablo vive en el Espíritu, en la Verdad y todo saber de este mundo carece del menor valor. Su moral de chandala le hace despreciar todo lo que es poderoso y noble. Los nobles no entraran en el Reino de los Cielos. Todo lo noble y fuerte, todo lo que es aristocrático constituye el enemigo natural de Pablo.
No entra en su psicología religiosa considerar la vida, la fuerza, la nobleza, la aristocracia del espíritu, sino que lo innoble, lo bajo y abyecto es lo que ha sido elegido por Dios. Dios como muleta de los pobres, los afligidos, los enfermos, los miserables, los parias de la sociedad, los cansados, los decadentes, los débiles, los locos. Lo que es nada ha sido elegido por Dios para aniquilar a lo que es algo.
Lo que es apreciado es solamente la vida del ‘más allá’, el ‘Reino de los Cielos’, ‘Dios’. En Dios quiere Pablo conceptuar su voluntad de poder nihilista, una voluntad de poder basada en la nada existencial. La carne, la vida misma, no puede glorificarse ante Dios. La psicología de Pablo es una psicología de la muerte, un rechazo a la vida en todas sus manifestaciones. Paulus war der größte aller Apostel der Rache…  («Pablo ha sido el más grande de todos los apóstoles de la venganza…»).
La concepción nietzscheana es una condición aristocratizantes del mundo. Para él la aristocracia (Aristokratie) es la condición de toda altura y elevación del espíritu, de todo alejamiento del rebaño. La Aristokratie supone una elevación y una nobleza de espíritu que no se deja arrastrar por la psicología religiosa resentida del sacerdote: «con el resentimiento de las masas ha forjado [el cristianismo] su arma capital contra nosotros, contra los seres aristocráticos […] La “inmortalidad”, concedida a todo Pedro y a todo Pablo, han sido hasta ahora el atentado máximo contra la humanidad aristocrática, el atentado más maligno.»  Se impidió lo que Nietzsche llama el «pathos de la distancia». Esencialmente, a Nietzsche lo que le importa es el aristocratismo de los sentimientos, id est, de las valoraciones que el hombre aristocrático hace sobre el mundo.
Esa creencia en los privilegios de los más ha hecho y hará, según Nietzsche, revoluciones como consecuencia precisamente de esa igualdad de las almas que es el presupuesto inicial del cristianismo: «¡son los juicios cristianos de valor los que toda revolución no hace más que traducir en sangre y crímenes! El cristianismo es una rebelión de todo lo que se-arrastra-por-el-suelo contra lo que tiene altura: el evangelio de los “viles” envilece…»  El cristianismo en cuanto arte de mentir santamente. El cristianismo es la mentira en sí; para Nietzsche es el judío duplicado. El sacerdote miente; su arte consiste en la mentira santa repetida hasta la saciedad cada día: «pequeños engendros de santurrones y mentirosos comenzaron a reivindicar para sí los conceptos “Dios”, “verdad”, “luz”, “espíritu”, “amor”, “sabiduría”, “vida”, como sinónimos de ellos mismos.» 
La idea, el concepto sacerdotal de juicio final supone una escatología del final de los tiempos  consecuencia del no cumplimiento del Reino de Dios en la tierra. De este modo el Reino de Dios se suspende ad gloriam del Creador hacia un tiempo indefinido,  hacia la eternidad (æternitas) del otro mundo: aeterna Christis munera . En esta interpretación religiosa del mundo, es el sacerdote el que juzga pero él no quiere ser juzgado. Nada debe oponerse a su teoría del más allá. Todo el que contraviene esta teoría es estigmatizado y condenado en juicio sumarísimo: «No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá.»  Dado que los creyentes acatan la voluntad del sacerdote, el enemigo natural del mismo es el no creyente, el ateo, el incrédulo, el agnóstico, el àristokratikós, el que posee la àristínden; contra ellos dirige el sacerdos sus ataques más virulentos.
La lógica religiosa ascética de los creyentes, sacerdotes, santos, místicos, mártires, eremitas supone un rebajamiento de la vida, una humillación ante ésta, una decadencia de las fuerzas vitales, de todo lo que ensalza la existencia, de la alegría, de la jovialidad, del deseo, del placer, de la aristocracia del espíritu. El hombre fuerte del que habla Nietzsche, los hombres superiores, el Übermensch, no tienen cabida en esta lógica del cristianismo. En palabras del Nazareno: «Porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.»  Lo que de verdad desea el sacerdote es que el hombre se ponga de rodillas antes él. El mismo Jesús desea esto en la medida en que es un profeta; quiere que se le obedezca y se le respete: «Si alguno acude a mí, y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a su propia vida, no puede ser mi discípulo.»
Todo lo que aparece en el NT es la inversión de los instintos elevados. Moral: jedes Word im Munde eines »resten Christen« ist eine Lüge, jede Handlung, die er tut, eine Instinkt-Falsehheit — alle seine Werte, alle Ziele sind schädlich, aber wen er haßt, was et haßt, das bat Wer… Der Christ, der Priester-Christ insonderheit, ist ein Kriterium für Werte—.  («Moraleja: toda palabra en boca de un “primer cristiano” es una mentira, toda acción que él realice, una falsedad instintiva, — todos sus valores, todas sus metas son perjudiciales, pero aquel a quien él odia, aquello que él odia, tiene valor… El cristiano, en especial el cristiano sacerdote, es un criterio de valores»). 
Todo en el sacerdote es mentira, ‘mentira santa’, inversión de los valores auténticos que elevan al hombre por encima de la plebe, de la moral del chandala; son instintos malos, peligrosos para la humanidad; encierran una lógica de lo imposible. Es por tanto el mayor pecado contra la verdad, el verdadero pecado contra la vida que ha de ser superable (überwindbar) por la superabundancia (Überfülle) del Übermensch como agente de la realización de un mundo si Dios. El Übermensch, a través de la epojé axiológica de los valores cristianos, trasciende (Übersinnlichkeit) la mentira santa en un acto filosófico, constructo de un determinado estado de conciencia de aquél.
En contraposición a la figura de Jesús, el aristocratismo romano, personificado en la figura de Pilatos, siente el desprecio por todo aquello que viene del mundo judío . La palabra ‘verdad’ es mancillada en labios de Jesús. La actitud de Pilatos a la pretensión de Jesús («Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» ) tiene cumplida e irónica respuesta en la frase de aquél: «¡qué es la verdad!». Si la Verdad es Dios, y Dios es la Vida, ésta queda negada por ser Dios la Nada. Ante esta negación de la vida, Nietzsche arguye: «aquello que ha sido venerado como Dios [es] un crimen contra la vida… Nosotros negamos a Dios en cuanto Dios […] Dicho en una fórmula: deus, qualen Paulus creativid, dei negatio.»  
El abismo (Agrund) que separa a los hombres superiores, a los hombres aristocráticos, de los hombres inferiores se manifiesta en la naturaleza pero también en la historicidad humana. El cristianismo es «un crimen contra la vida» en la medida que aleja de ésta, que la suprime, que la violenta, que la odia, que la trasciende. Por eso Nietzsche niega a Dios en cuanto Dios. La religión cristiana, que no tiene el menor punto de contacto con la realidad, ha de ser enemiga de lo que Nietzsche llama la «sabiduría del mundo» (Weisheit der Welt). Por ello, la ciencia ha sido la mayor enemiga del cristianismo. El comienzo de la Biblia encierra la angustia de Dios frente al conocimiento. El peligro que Dios siente como máximo peligro es el que siente el sacerdote ante la realidad. La solución de Dios como defensa ante la ciencia es la expulsión del Paraíso pues la ociosidad, la felicidad, conduce al pensamiento y el pensamiento es malo y los hombres no deben pensar:

«Y el “sacerdote en sí” inventa la indigencia […] toda especie de miseria, vejez, fatiga, sobre todo la enfermedad […] Y, ¡pese a todo!, ¡algo espantoso! La obra del conocimiento se alza cual una torre, asaltando el cielo, trayendo el crepúsculo de los dioses, — ¡qué hacer! — El viejo Dios inventa la guerra, separa los pueblos, hace que los hombres se aniquilen mutuamente (los sacerdotes han tenido siempre necesidad de la guerra…).» 

El cristianismo ha utilizado a lo largo de su historia todos los medios necesarios «con que puedan quedar envenenadas, calumniadas, desacreditadas la disciplina de espíritu , […] la aristocrática frialdad y libertad de espíritu. La “fe” como imperativo es el velo de la ciencia, — in praxi, la mentira a cualquier precio… » . La fe es la mentira con respecto a la realidad (Wirklichkit, Realität) en cuanto existencia real y efectiva de algo y como verdad (Wahrheit), lo que ocurre verdaderamente o, también, lo que es efectivo o tiene valor práctico, en contraposición con lo fantástico e ilusorio propio de la religión. La fe como necesidad es el concepto para la dominación sobre los espíritus.
  El concepto de causa (aitía) y efecto (effectus) natural, de causalidad (Kausalität) es desconocido para el cristianismo. En conformidad con la lógica sacerdotal, el hierus crea el concepto de ‘pecado’, y con ello, el concepto de ‘culpa’ y de ‘castigo’, la totalidad del orden moral del mundo: «entonces se ha cometido el máximo crimen contra la humanidad. — El pecado, digámoslo otra vez, esa forma par excellence de autodeshonra del hombre, ha sido inventado para hacer imposible la ciencia, la cultura, toda elevación y aristocracia del hombre; el sacerdote domina merced al invento del pecado.»
La culpa es la desobediencia al sacerdos y el castigo la imputación que éste asigna al creyente por haberlo desobedecido; por poner en duda su palabra. La moral tiene un ordenamiento y unas reglas fijas que no pueden ser trasgredidas. Esta moral surge de la inversión de la moral aristocrática y con ello la moral cristiana ha llegado a ser la moral  por antonomasia. La moral se opone al mundo de la naturaleza, a lo físico; se opone a lo inmoral y a lo amoral siendo lo moral lo que es sometido a un valor. Hegel diferenció entre la moralidad como moralidad subjetiva (Moralität) y como moralidad objetiva (Sittlichkeit). La Moralität es el cumplimiento de un deber a través de un acto volitivo; la Sittlichkeit es la obediencia a la ley moral. El Bien, lo conveniente, lo adecuado, lo justo no son sino términos que usa el hierus para la construcción de la conciencia moral. A través de la Sittlichkeit hegeliana, como reminiscencia dieciochesca de la moral cristiana, el creyente obedece a la moral sacerdotal: Dieu et mon droit.
Todo avance de la verdad ha tenido que ser conquistado con un gran esfuerzo, «para ello se requiere grandeza de alma : el servicio a la verdad es el más duro de los servicios»  pues la mentira es lo que ha prevalecido en la historicidad del hombre. Se trata de la honestidad, de la que habla Nietzsche, en materia del espíritu; del desprecio de los bellos sentimientos propios del hombre de fe: «la fe hace bienaventurados a los hombres: por consiguiente, miente…»  La mayor de las locuras es, cabalmente, la postulación de la existencia de Dios y de todos los predicados que acerca de él formula el teólogo: la hipótesis Dios. Como apunta Nietzsche: «uno no se “convierte” al cristianismo, — hay que estar suficientemente enfermo para ello…» 
En un momento de la historicidad del cristianismo primitivo se produjo el dominio de los valores inferiores sobre los valores aristocráticos:
 
«Voy a recordar —escribe Nietzsche— una vez más la inapreciable frase de Pablo. “Lo que es débil ante el mundo, lo que es necio ante el mundo, lo innoble y despreciado ante el mundo lo ha elegido Dios”: esa fue la fórmula, in hoc signo venció la décadence. — Dios en la cruz — ¿es que no se entiende todavía el terrible pensamiento que está detrás de ese símbolo? — Todo lo que sufre, todo lo que pende de la cruz, es divino […] El cristianismo fue una victoria, por causa suya pereció una mentalidad más aristocrática — el cristianismo ha sido hasta ahora la máxima desgracia de la humanidad.»

Bajo este discurso, la lógica paulina, una lógica de la decadencia, se enfrenta al espíritu aristocrático de las clases altas del Imperio romano con el símbolo (symbolon) de la cruz y del Hijo de Dios, Jesús el Cristo que es consustancial al Padre crucificado en la cruz. La hipóstasis ‘Hijo’ del Dios-Padre pendiente del madero; el mismo Dios crucificado. El sufrimiento inherente a la crucifixión es un signo de que todo lo sufriente es constitutivamente divino. La díada sufrimiento-divinidad queda explícita en el símbolo del Dios que sufre en la cruz.
De esta forma, el cristianismo se manifiesta como antítesis de toda óptima constitución espiritual. La razón, la lógica perversa del cristiano, toma partido por todo lo malogrado profiriendo sus maldiciones contra el espíritu tal y como lo concibe Nietzsche, contra la superbia, contra ese espíritu sano del que habla el filósofo de Röcken. La conciencia, el estado de ánimo característico del cristiano, la fe ha de ser una singular forma de enfermedad por la cual «todos los caminos derechos, honestos, científicos del conocimiento tienen que ser rechazados […] como caminos prohibidos. Ya la duda es un pecado […] “Fe” significa no-querer-saber lo que es verdadero.»  Al teólogo le falta, según Nietzsche, el sentido filológico, la ephexis o indecisión en la interpretación cuando busca la salvación del alma y el dedo de Dios como finalismo de su exégesis de los textos en los que busca la gracia, la providencia, las experiencias de salvación. A todo esto lo llama Nietzsche la «prestidigitación divina».
La idea popular en grado sumo de que los mártires probarían la verdad de su fe precisamente con el martirio es uno de esos trucos de ‘prestidigitación divina’ del que se ha valido el cristianismo para confirmar la verdad de sus predicamentos. El mártir es un criterio de verdad que es rechazado absolutamente por Nietzsche cuando dice: «yo negaría que mártir alguno haya tenido nunca algo que ver con la verdad.»  
Esta conclusión de que los mártires demuestran la verdad de sus creencias «sacada por todos los idiotas […] de que una causa por la cual alguien se entrega a la muerte (o que incluso produce, como el cristianismo primitivo, epidemias de ansias de morir)»  demuestra cuan lejos se está de entender el verdadero sentido de la vida y del mundo y el alejamiento de toda realidad inmanente.
Los mártires han sido dañinos para la verdad, pues su ‘verdad’ se ha contrapuesto a la auténtica verdad; aquélla es la antítesis de ésta, su inversión incluso, su involución con respecto a la concepción griega de la verdad. Un error, una falsedad, una mentira, una no-verdad que se vuelve honorable por el sacrificio del mártir-penitente se torna atractivo para las masas ilógicas: «¿Es, pues, la cruz un argumento?»  Y Nietzsche, en su crítica a la lógica de la sangre y del martirio como criterio de verdad, añade:  «Signos de sangre han escrito en el camino de ellos recorrieron, y su tontería enseñaba que con sangre se demuestra la verdad.» 
El creyente no se pertenecería a sí mismo por lo que estaría constitutivamente alienado (Hegel) o enajenado. El hombre de fe «tiene que ser consumido, tiene necesidad de alguien que lo consuma. Toda especie de fe es en sí una expresión de des-simismación, de extrañamiento de sí mismo…»   El determinismo enfermizo de la Weltanschauung religiosa del creyente convierte al fideista en un fanático potencial o actual.  El prosélito cristiano representa el tipo antitético del espíritu fuerte, del Übermensch, el cual ha llegado a ser libre, id est, incondicionado, indeterminado. Libertad y fuerza son los dos polos de un mismo continuum. La libertad hace fluir la fuerza psíquica y ésta supera el límite (Überschreiten) de la opresión reglamentada impuesta por el sistema creódico y fideista conduciendo a la libertad frente a los epilépticos del concepto.
«“La verdad existe”: esto significa, en cualquier lugar en que se lo oiga, el sacerdote miente…» . A la postre, lo que es verdaderamente importante es la finalidad con que se miente. Los medios por los cuales el sacerdote cristiano accede al poder conducen a finalidades malas: «envenenamiento, calumnia, negación de la vida, desprecio del cuerpo, degradación y autodeshonra del hombre por el concepto de pecado» . Corresponde al Übermensch, en cuanto hombre plenamente espiritual , acceder a las realidades antipódicas con respecto a las que son concebidas por la religión cristiana: la belleza —pulchrum est paucorum hominum— y la bondad como no debilidad de las fuerzas sino como un summum de energía que derrocha la clemencia hacia los seres inferiores. Solo en el Übermensch no representa la bondad, debilidad: «El mundo es perfecto — así habla el instinto de los más espirituales , el instinto que dice sí […] el debajo-de-nosotros de toda especie, la distancia, el pathos  de la distancia.» 
El instinto de los más espirituales es afirmativo, dice sí y este decir sí es una afirmación de la vida y de todo lo que esta conlleva; es el sentido de la tierra nietzscheano, el apego a la existencia vital, rica, exuberante, plena, maximizada por el optimismo y no el pesimismo (A. Schopenhauer), la alegría de vivir, los placeres. Todo lo demás se encuentra por debajo del Übermensch. Los afirmativos, los hombres espirituales y aristocráticos, son los más fuertes. Se trata de una aristocracia del espíritu y por tanto de un optimum de las fuerzas psíquicas que rompe toda barrera, todo entramado, toda red conceptual religiosa, toda maraña de términos, actitudes, actividades, ritos, proposiciones, discursos, propios del hombre sacerdotal. El factum de la existencia de los hombres superiores, de los tipos humano supremos, supone la desigualdad de derechos pues un derecho es un privilegio y sólo los privilegiados pueden tener derechos y el asumir la responsabilidad (die Verantwortung für etwas übernehmen): «La vida que aspira a lo alto se vuelve cada vez más dura, — aumenta el frío, aumenta la responsabilidad.» 
La percepción de Nietzsche de lo que es ‘malo’ pasa por su consideración del tipo humano del que procede toda debilidad, toda envidia, toda venganza; id est, del hombre-tipo cristiano, del acólito (akoloythos), del creyente cristiano (christiānus) y de los individuos e instituciones que se han ocupado de cristianizar (christianizāre), en cuanto dogmatización cristiana, en el espíritu propio de esta religión, constituyendo lo que se ha llamado la Cristiandad (Christianītas). Ese ser ‘malo’ nietzscheano es el cristianismo como venganza (Rache) de los ‘demasiados’ contra los fuertes; una actitud de envidia (Neid, Mißgünst) hacia los aristócratas del espíritu; una debilidad (Schwäche) que surge de la enfermedad, de todo lo caído, de lo miserable, del chandala, de lo que contiene en sí la ruina, de lo decadente (deckadent), de todo lo que se arrastra por el suelo, de lo deformado, de lo estropeado e inservible en el hombre, de lo maltratado y desgastado, de lo descompuesto, de lo impuro, de lo deteriorado y marchito, de lo desfigurado, de lo malogrado, de lo degenerado, de lo inútil para la vida.
Se trata, en definitiva, de la décadence, concepto fundamental en el pensamiento de Nietzsche que se expresa como venganza, envidia, debilidad: «¿Qué es malo? Pero si ya lo he dicho: todo lo que procede de la debilidad, de la envidia, de la venganza.» 
La pregunta que hace Nietzsche sobre la finalidad con que se miente desemboca en si la mentira santa es conservativa o destructiva. El cristiano posee un instinto cuya finalidad tiende a la destrucción. La admiración de Nietzsche por el imperium romanum —según el filósofo la expresión más grandiosa de organización en condiciones extremadamente difíciles alcanzada— contrasta con la crítica demoledora que hace al cristianismo: «el destruir “el mundo”, es decir, el imperium romanum, hasta que no quedó piedra sobre piedra, — hasta que incluso los germanos y otros rufianes pudieron hacerse dueño de él…»  El cristiano sería un décadent. Produciría el efecto de disolución, envenenamiento, marchitación, ‘chupar sangre’, el «odio mortal a todo lo que está en pie, a lo que se yergue con grandeza, a lo que tiene duración, a lo que promete un futuro a la vida…»  El Imperio romano se construyó para la eternidad (sub specie aeterni) y sin embargo no fue lo suficientemente firme para soportar el advenimiento del cristianismo:

«contra la especie más corrompida de corrupción, contra el cristiano… Ese gusano escondido […] esa banda cobarde, femenina y dulzona le fue enajenando paso a paso a esa enorme construcción las “almas”, — aquellas naturalezas valiosas, aquellas naturalezas virilmente aristocráticas que sentían la causa de Roma como su propia causa, como su propia seriedad, como su propio orgullo. » .

Todavía tenemos nosotros, los hombres del mundo moderno, en nuestras cabezas los instintos malos, los instintos cristianos frente a la aristocracia del espíritu, al gran sí a todas las cosas, «¡deshonrado por vampiros astutos, sigilosos, invisibles, anémicos! No vencido, — ¡sólo chupado!… ¡El ansia oculta de venganza, la pequeña envidia, convertidas en señor! Todo lo miserable, lo que sufre de sí mismo, lo atormentado por malos sentimientos, el entero mundo-ghetto del alma, ¡de un golpe encumbrado!» 
El cristianismo usurpó los logros de la cultura antigua  introduciendo una valoración nueva del mundo y de la cultura, una nueva Weltanschauung religiosa emparentada con las religiones mistéricas y subterráneas del mundo grecorromano. Más tarde, el  Renacimiento supuso un ataque frontal al lugar decisivo, en la sede misma del cristianismo, en Roma. Se pretendió encumbrar la cosmovisión aristocrática del mundo, introducir lo valores aristocráticos en el seno de los deseos, de las necesidades, de los instintos de los hombres renacentistas:

«César Borgia papa … ¿Se me entiende?…Bien, esa habría sido la victoria a la que hoy sólo yo aspiro, —: ¡con ella quedaba suprimido el cristianismo! […] el enorme acontecimiento que había tenido lugar, la superación del cristianismo en su propia sede […] ¡En la silla del papa no estaban ya sentados la vieja corrupción, el peccatum originale, el cristianismo! ¡Sino el triunfo de la vida! ¡Sino el gran sí a todas las cosas elevadas, bellas, temerarias!… Y Lutero restauró de nuevo la Iglesia: la atacó… El Renacimiento — ¡un acontecimiento sin sentido, un gran en-vano!» 

El cristianismo ha hecho de un no-valor todo valor, de toda verdad, una grandiosa mentira, de la honestidad, un abajamiento del espíritu. Necesitó y creó todo tipo de calamidades con la finalidad de eternizarse a sí mismo. La religión cristiana  ha envilecido al hombre con la noción calamitosa de ‘pecado’; ha falseado la realidad con su concepto de la ‘igualdad de las almas ante Dios’, ese pretexto del rencor de los hombres de sentimientos viles. Ha extraído de la hūmānitās  un arte de la autodeshonra, una voluntad de falsedad, una autocontradicción, un despreciar a todos los instintos honestos y buenos:

«la cruz como signo de reconocimiento para la más subterránea conjura habida nunca […] Yo llamo al cristianismo la única gran maldición, la única grande intimísima corrupción, el único gran instinto de venganza, para el cual ningún medio es bastante venenoso, sigiloso, subterráneo, pequeño, — yo lo llamo la única inmortal mancha deshonrosa de la humanidad…» 

  El vencedor de Dios es el Übermensch que siente el tedium vitae ante esa realidad construida por el cristianismo que se ha hecho dueño de la cultura y de la misma civilización occidental. El último hombre cristiano dará paso al Übermensch. Este último hombre se abisma en su propio ocaso; es el hombre que ha de perecer; es el nihilista cristiano que tiene como referente último la Nada-Dios pues Dios es una Nada ontológica, un abismo (F. W. J. Shelling) sin fondo, una no-realidad. Frente a la imposibilidad de que Dios sea un ente objetivo, el cristianismo lo ha imaginado como un ente espiritual absoluto. Con ello, seguimos sin saber qué es Dios como arbitrium, qué es el Espíritu Santo (der Heilige Geist), en qué consiste el espíritu y qué significa espiritual. La no existencia de Dios supone la no existencia de esos otros entes dado que Dios es presentado como la culminación de la jerarquía de los espíritus celestiales que el cristianismo tiene como cultura animi.
  La tendencia del cristianismo a convertir en objetivo todo lo que atañe a lo espiritual, sólo definido lingüísticamente, es sospechosa de una cierta tendencialidad objetivante que intenta convertir lo que es meramente un conjunto ideativo en hechos objetivos, id est, en realidades objetivas independientes de las concepciones mentales que los cristianos tienen acerca de estas entidades; cum finis est licitus, etiam media sunt licita . Evidentemente, esta tendencialidad hacia la objetivación de los entes espirituales determina, cum privilegio, el logro de ese fin al que hace referencia Busenbaum. Finalmente se hace verídica la frase de Nietzsche «humano, demasiado humano» y esos fines que señala Busenbaum quizás sean más terrenales de lo que cabría suponer.
  Si entendemos al Übermensch como hombre dionisiaco  entonces debemos considerar el aspecto afirmativo, el decir sí, que constituye una de las características de ese hombre dionisiaco. Éste, niega el trasmundo espiritual pero afirma las condiciones por las cuales la vida se hace posible como eternidad y dinámica transfiguradora del devenir continuo de esa vida. Es el hombre bueno del ideal cristiano quien asume la moral propia de su creencia interiorizando los valores caracterizadores del cristianismo; valores establecidos, en su aspiración metafísica hacia lo verdadero, lo bueno, lo bello (la triada platónica de Verdad, Bondad, Belleza). El hombre dionisiaco niega lo supramundano pero afirma en cuanto es creador y afirmar no es soportar, asumir, llevar una carga, sino un acto de creación. Por el contrario, el hombre resignado incapaz de transformar el mundo, de crear nuevos valores, es el idealista cristiano.

* Víctor Manuel ALARCÓN VIUDES es Doctorando en Filosofía en la Universidad de Murcia, Sociólogo, Antropólogo Social y Cultural, Diplomado Universitario de Postgrado en Historia de las Ciencias y las Técnicas y Perito Sociólogo Titulado. Ha sido Coordinador de investigaciones sociológicas y Profesor de la Universidad de Alicante, así como de la Concellería de Trabajo y Asuntos Sociales de la Comunidad Valenciana. Ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas de filosofía. Es miembro del Proyecto Arjé de Filosofía, Montevideo, Uruguay. Miembro de la Sociedad Española de Historia de las Ciencias y de las Técnicas (SEHCYT), Universidad de Zaragoza, España. Miembro del Consejo Consultivo de la revista Psicología Política, Universidad de San Luis, Argentina. Miembro del Centro Michels de Estudios de la Tradición Clásica (CEMI). Coordinador de la revista Future Focus del Colegio de Sociólogos y Politólogos de la Comunidad Valenciana, España. Escritor y conferenciante.
Líneas de investigación: Filosofía de Friedrich Nietzsche, Filosofía Alemana, Filosofía de la Matemática, Filosofía de la Mente. — antropos55@hotmail.com