Molina Sánchez, el arco iris de la pintura.

El ciclo de la vida se consuma, y continúa. No podemos evitarlo. Una persona muy querida, José Antonio Molina Sánchez, ya viaja hacia ese cielo que tanto amó en la Tierra. Fue una persona afortunada. Tuvo talento; fue devoto de su trabajo, de su familia, de sus amigos; supo entregarse a todo cuanto realizó; y, además, fue capaz de hacer el bien con tranquilidad, con valentía, con sosiego, con placidez.

Su mirada limpia ya denotaba lo que venía tras ella: era  un buen hombre, sí, en el sentido pleno de una palabra que se desgasta en ocasiones en esta bella existencia comprometida en exceso con las prisas. Fue bueno y razonable.
Busco la belleza, y la halló. Su obra es fruto de la excelencia, del equilibrio en libertad, de la técnica no amaestrada, de la innovación en la vanguardia complaciente. Decir lo que es su trabajo pictórico es llegar tarde a contar una obviedad, pero sí resaltaré su enorme gusto por los colores, que trenzaba como nadie. Mezclaba aires diversos, que parecían consecuencia de la misma vida, como si la cordura fuera anónimamente, y de manera natural, un resultado especial de tonalidades vistosas.
Fue (y lo es, dondequiera que esté) generoso. Moldeó su alma sincera con buenas acciones, y ahí queda ese legado que deberemos saber interpretar para las generaciones venideras. Fue capaz de dar originalidad a lo que nos sucede alrededor.
Ha sido longevo en años, en producción pictórica, y, aunque suene a repetido, en actitudes bondadosas. Intentó ver la cara amable de la existencia, de las acciones, de sus resultados.  Por eso sus imágenes son tan cariñosas. Son como él.
En un universo necesitado de buenos ejemplos hallamos milagrosamente en su figura uno muy descollante. Nos llegó como un brindis sincero a la vida, como un homenaje a lo humano en forma de caminar, sencillamente en el día a día, lo cual le otorga todavía más mérito.
Se nos ha ido uno bueno, uno de los grandes, irrepetible. Vivirá con ese amor que tanto nos repartió en su estancia entre nosotros. Le juramos también un cariño eterno, el mismo que él nos regaló, el mismo que será imperecedero a través de su obra. Gracias, José Antonio, por tanto, y por ser como has sido. Deseo que tu vuelo pictórico siga siendo sobre un arco iris. Nos deja una bendita y hermosa herencia que procuraremos fomentar. Ha sido un placer. Lo es.