Miguel Espinosa

En diciembre de 1991, recién clausurado un congreso sobre la figura de Miguel Espinosa, su hijo Juan realizaba para la revista Campus unas reflexiones sobre su padre.


El padre

Miguel Espinosa fue mi padre, mi guía y mi camarada; mantuvo conmigo, pues, una relación total, llena de gracia y verdad.

El miraba por mi vida dejándome autonomía e iniciativa, pero ofreciéndome también seguridad, sobre todo a través de tiernas y risueñas adulaciones, de carácter intelectual. Aquellos elogios suyos, más que halagar mi vanidad, poseían un valor formativo para mí, la virtud de ampliar, o mejor dicho, de concentrar real y efectivamente mi existencia; eran, en el fondo la bella manera que Miguel Espinosa tenía de instruirme, idealmente, sobre mí mismo, proponiéndome un deber -ser y llamándome a la responsabilidad.

La muerte de mi padre partió mi biografía en dos: antes y después de su desaparición.

Por obra de este suceso, quedé en condiciones de acercarme al sufrimiento ajeno, en situación de comprender cualquier otro desastre, individual o colectivo. Esa muerte representa para mí, si se me permite la expresión , la forma modélica o paradigmática de toda calamidad, una especie de acontecimiento trascendental a través del cual puedo adentrarme, hasta cierto punto, en el dolor de los hombres.

Mi padre, en su estar ausente, adopta ahora, en relación conmigo, el modo de la más íntima cercanía, como si ninguna cosa referida a su persona pudiera caer ya fuera de mí mismo, como si, una vez desaparecido, él hiciera en mí las veces de alma.

La persona

El interés y la curiosidad de Miguel Espinosa, por el prójimo, resultaban excepcionales. A veces, él llegaba excitado a casa. “¿Sabéis la noticia, sabéis la noticia?” – preguntaba – . La novedad no era un acontecimiento internacional, nacional, ni siquiera local; tampoco se trataba de un suceso relacionado con nuestros amigos o familia. Era, a lo mejor, que el hijo de una vecina, al que apenas conocíamos, se casaba, o se separaba, o cambiaba de trabajo- para el caso, da igual . Pues, bien mediante observaciones y consideraciones de diverso tipo, psicológicas, morales y humorísticas, mi padre estructuraba este hecho de tal manera que, de ser asunto anodino e insustancial, pasaba a convertirse en fuente permanente de significación, generando, por sí solo, todo un ciclo mitológico. Y hasta el alma más seca y fría terminaba sumándose de buena gana a aquella fiesta, contagiada por el entusiasmo que mi padre ponía en la celebración del prójimo y sus cosas.

Miguel Espinosa abordaba a los hombres, y se dejaba abordar por ellos, sin cautelas ni prevenciones. En el mundo de las relaciones personales, la libertad de mi padre se manifestaba como falta de convencionalidad. El siempre rompía la convención, la lógica de la situación; lo hacía con una palabra dirigida al corazón del hombre, por encima de su condición u oficio. Pero, por eso mismo , procuraba no mostrarse extravagante ni dárselas de original, y, desde luego, no dañar gratuitamente a la persona. A mi padre le repugnaban especialmente esos intentos de escapar de la propia vulgaridad, medinte acciones insólitas, pretendidamente ingeniosas y divertidas, pero carentes en realidad de gracia, acciones basadas en el menosprecio del prójimo, colocado, por la circunstancia, en una situación de forzosa subordinación.

Ejemplo: contratar a un taxista para que nos lleve a un descampado, y una vez allí hacerle dar vueltas durante horas, mientras observamos satisfechos y burlones, su cara de preplejidad. Por desgracia, muchos artistas e intectuales españoles han sentido inclinación por este tipo de comportamientos. Un inglés, quizá hablaría aquí de esnobismo; mi padre tenía una calificación mucho más contundente: señoritismo fascista.

 

Su visión de la actualidad

Los periódicos no eran, por cierto, fuente de noticas para Miguel Espinosa. A través de las noticias, mi padre veía la vida de los hombres y la locura humana. En sus manos, los periódicos del día parecían ya periódicos atrasados. Es más: parecían documentos de otra época, algo fuera del tiempo.

Así se transfiguraba la actualidad bajo su mirada, una mirada que podía fijarse en cualquier figura, pero que siempre se asomaba a lo definitivo de las cosas.

Por la misma razón, mi padre no podía menos de ver con cierta ironía esos intentos, por parte de una cultura periodística, o de masas, de establecer periodos en la historia contemporánea , tomando como referencia la biografía de artistas de cine y cantantes, convertidos en símbolo de una época ( Marilyn Monroe, John Lennon, etcétera ).

 

La Universidad y Miguel Espinosa

Es ciertamente paradójico que la estructura universitaria reconozca y celebre a Miguel Espinosa, reclamándolo como suyo; pero en modo alguno resulta absurdo. Nos hallamos, por el contrario, ante una paradoja llena de sentido y legitimidad, que responde a los intereses superiores de la cultura, una paradoja en virutd de la cual el mundo estudioso realiza la lucidez y la universalidad que le son propias.

Publicado en la Gaceta Universitaria nº 4, Diciembre 1991.