Mayo

¿Habrá mes más hermoso? Mayo me trae, ineludiblemente, recuerdos de los Bee Gees y del impulso revolucionario de la vara de azucena y el mosquitillo que nos cobraba la señorita Antoñita (a quien el diablo confunda) en el colegio.

Mayo era presagio del verano, tanto más cuanto, por ejemplo, los hijos del muy recordado D. José Cos iban al instituto y ellos daban punto en Mayo; los curas del colegio (nunca lo he entendido ni lo entenderé) nos secuestraban todavía un mes de tedio y exámenes.
En la actualidad Mayo es, por excelencia, el mes en que la familia y allegados concentran el grueso de las comuniones de forma tal que ya ve resultando difícil salir de fin de semana sin quedar mal con un amigo.
Está, sin embargo, por hacer una sociología reciente de la comunicación como el día más maravilloso en la vida de un niño. Han cambiado muchas cosas de aquellos a éstos Mayos.
En primer lugar, le preguntas al padre feliz dónde hace la comunión su hijo y te suelta que en el Soto. “No- respondes- si me refiero a en qué iglesia” . “Ah , perdona…! La verdad es que no lo sé seguro, creo que en el colegio”. Mal empezamos. Una vez conocida la fecha y el lugar el paso siguiente es adecuar el regalo al lunch, la ropa a la audiencia, etc., etc.
Sorteados los obstáculos con saldo de números rojos en la c/c empieza lo peor, pues lo peor sin duda es la comunión en sí como acto social de pretendida significación religiosa. Verá. La iglesia suele estar engalanada con primorosa cursilería y llena desde una hora antes de la ceremonia. Lo más normal es que le toque vivir la misa de gala a pié enjuto, como dicen que pasaron los judíos en el Mar Rojo.
El cura, por listo que sea, sucumbirá ineludiblemente a la tentación entre catequética y tierna y se perderá en divagaciones sobre supuestas bondades que los adultos desprevenidos suelen reconocerle a los niños sin apenas discusión. Esos mismos niños han ido colonizando el altar hasta haber presenciado yo una comunión en que a última hora el cura se las veía a brazo partido con diez o doce niños para reivindicar para sí una parcela en el presbiterio. Los más audaces (de entre los curas, me refiero) llegan a sugerir la conveniencia de cogerse todos de la mano a la hora del Padre Nuestro, alzar los brazos o cualquiera otra alegría, imbuidos, eso sí, de alta moral diocesana. Y que canten todos. Que canten, por favor; padres y madres, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres. A todo esto siempre hay un coro ripioso que entre horribles composiciones de cosecha propia intercala piezas que hace quince años eran pura subversión. En la última de mis experiencias atacaron el coro atacó (literalmente) Blowin The Wind del viejo Dylan y The Sound of Silence del dúo Simon-Garfunkel; a éste paso, de aquí a diez años cantarán con arrobo temas de La Polla Record y Toreros Muertos, se lo juro.
Y que todos participen. Padres que no iban a una misa desde el entierro de la abuela los ve uno pidiendo a Dios por los negrillos y pigmeos que, pobrecitos, no hacen la comunión.
Madres candorosas, niños arrobados elevando oraciones sin cuento. ¡Oh Mayo, Mayo!. Al final, como en una boda. Las niñas, vestidas de vírgenes prematuras (¡Un momento!, brama el ofendido lector: ¿Acaso se puede ser virgen de forma prematura?. “ Sí- responde el interrumpido autor- Se es virgen prematura cuando se hace ostentación de serlo en época en que el serlo se supone”). Retomo a las niñas donde las dejé y vestidas de los que ustedes saben; los niños entre marineros y posconciliares, los padres, las titas babeantes, todos, todos ¡Qué ilusión!.
Tengo yo para mí que el auge de las comuniones se nutre de la cada vez más frecuente frustración de la boda por todo lo alto, “porque, sabes?, la nena se casa por lo civil. Sí, hija , un disgusto, que ésta hija mía no me ha dado más que disgustos”. Por cierto, hablando de bodas civiles, quedaba respecto de las comuniones una espina que sacarnos y no era otra que qué hacer con los hijos de los progres de los sesenta y los altos cargos autonómicos en general; para ellos, para evitarles el trauma, anda ya en estudio la comunión por el juzgado como solución menor aunque airosa.
En fin, señores, un día beborable para que ustedes lo disfruten.