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Margarita Zielinski Picquoin, la mujer que revolucionó la enseñanza de los idiomas en la Universidad de Murcia

(Momento durante la celebración del centenario en honor a Margarita Zielinski Picquoin en la Universidad de Murcia, Marzo 2020.  Foto: Ana Martín)

Pascual Vera

Margarita Zielinski Picquoin ha fallecido en Murcia la mañana del lunes 14 de febrero. En nuestra ciudad, donde ha residido –con alguna excepción, como la temporada que estuvo en la Universidad de La Sorbona en París o los años que residió en Munich- los últimos 70 años, desde aquel lejano 2 de enero de 1950, cuando su esposo, Manuel Muñoz Cortés, llegó a la ciudad como Catedrático de Lengua de la Universidad de Murcia.

Hasta los últimos momentos, Margarita Zielinski –doña Marga, como era conocida por sus alumnos de la UMU- había conservado una memoria tan portentosa y mítica como esa edad que iba alcanzando poco a poco, sin que el paso de los años mermara sus ganas de vivir.

Tan prodigiosa era su memoria que, ya centenaria, era capaz de narrar, calle por calle y plaza por plaza, el viaje que hizo por Murcia con sus tres hijos aquel 2 de enero de 1950: María Teresa, Marga y Manuel –en Murcia nacería Juan Pablo, el más pequeño-  a bordo de una galera, aquellos carruajes tirados por caballos, que eran los taxis de la época.

Aquel centenario que se celebró en la Universidad de Murcia, prácticamente, último acto oficial de la UMU antes de la pandemia, la situó en el ojo del huracán informativo, y Marga –doña Marga-  comentaba a este cronista, mientras diseminaba divertida recuerdos sin cesar: “Nunca me habían hecho entrevistas, y ahora todos quieren entrevistarme”.

La casa de los Nueve Pisos fue su primer domicilio murciano en aquella Murcia en la que la huerta se adentraba hasta el mismísimo corazón de la ciudad. Precisamente, la huerta era el camino más habitual para ir desde su casa, situada en la Plaza Juan XXIII, atravesando huertos y saltando alguna que otra acequia a la entonces casi familiar Universidad de Murcia.

Sus recuerdos sobre la institución docente siempre fueron muy agradables –“nunca noté ningún tipo de discriminación hacia la mujer en la universidad”.

En Murcia, ella y su esposo se hicieron amigos de lo más destacado de la cultura y el profesorado murciano: Andrés Sobejano Alcayna, Valbuena Prats, Mariano Baquero, Juan Barceló, Enrique Tierno Galván o Eusebio Aranda.

Poco después de su llegada, en el curso 1952-53, comenzó su labor como profesora en la Universidad de Murcia, y su dicha –como ella aseguraba- fue completa. En la UMU permaneció como profesora durante 17 años, hasta que, en 1970, marchó a Munich junto a su esposo, que había sido nombrado director del Instituto de Cultura Hispánica, que más adelante pasaría a llamarse Instituto Cervantes. Con cierta ironía, y algo de resquemor, aquietado por los años transcurridos, me contaba que nadie pareció percatarse entonces de que, además del marido, conocedor del idioma, ella era de ascendencia alemana, por lo que su alemán era nativo, perfecto, un hecho que habla a las claras de la escasa visibilidad que tenían entonces las mujeres.

Aparte del Alemán, francés y español, los idiomas que hablaba de nacimiento, se manejaba también en latín, italiano e inglés, y entendía el sueco y el holandés, idioma éste, se me quejaba, que había comenzado a olvidar por falta de uso.

En 1960, cuando llegó a la universidad parisina de La Sorbona, se encargó de montar el primer laboratorio de idiomas de aquella universidad. Cuando regresó a Murcia, en 1962, maravillada como venía de aquella enseñanza, convenció al entonces decano de su facultad para instalar unos modernos laboratorios de idiomas, con 20 cabinas aisladas e insonorizadas, cada una equipada con un magnetófono especial, un auricular de casco y un micrófono combinado en el que el estudiante podía escuchar o grabar su voz tantas veces como desease, así como conectar con el profesor y hacerle cuantas consultas considerara necesarias.

Eran iguales que las de la Sorbona, “pero mejores, porque la Universidad de Murcia tuvo en cuenta todas las peculiaridades que yo les dije”, aseguraba.

Aquellos laboratorios, inaugurados al mismo tiempo que la entonces flamante facultad de Letras –Filosofía y Letras entonces-, costaron medio millón de pesetas, un dineral que situó a la Universidad de Murcia en la vanguardia de la enseñanza de idiomas, y a doña Marga en su auténtica auspiciadora.