Antonio Córdoba

Manfredo Perdigao do Carmo y Antonio Córdoba: los dos matemáticos doctores honoris causa por la UMU

Pascual Vera

En el Día Internacional de las Matemáticas, campus recuerda a los dos matemáticos Doctores Honoris Causa  por la Universidad de Murcia.

El primero, Manfredo Perdigao do Carmo afirmaba contundentemente hace exactamente diez años una frase que hizo reflexionar a este cronista: “Las matemáticas son un milagro que ni merecemos ni entendemos”.

Cuando hablaba de su profesión invocaba continuamente la cultura y el arte. Manfredo Perdigão do Carmo es un enamorado de las Matemáticas, aunque él mismo tardara mucho tiempo en percatarse de ello.

Do Carmo había nacido el 15 de agosto de 1928 en Maceió, capital del estado brasileño de Alagoas, en el nordeste de Brasil. Tras estudiar ingeniería en la Universidad de Recife, en Pernambuco, construyó diversas carreteras en Brasil. Fue desempeñando esa profesión cuando se dio cuenta de que su verdadera vocación eran las matemáticas.

perdigao

El profesor Perdigao do Carmo fue uno de los primeros matemáticos de Brasil dedicado a investigar la Geometría Diferencial. Precisamente sobre ese tema versaba el más conocido de sus libros, convertido ya en un clásico de las matemáticas: “Differential Geometry of Curves and Surfaces”, donde exponía no sólo sus conocimientos y descubrimientos sobre el tema, sino también su pensamiento sobre una disciplina que le apasiona porque –aseguraba- la encontraba tan bella como la poesía, la música o la pintura.

En 2017 le tocó el turno al segundo de los matemáticos doctores honoris causa por la Universidad de Murcia: Antonio Córdoba, tan murciano como el que suscribe.

Cincuenta años después de haber abandonado su feliz Arcadia -ni más ni menos que Murcia- Antonio Córdoba realizaba el viaje a la inversa de cómo lo había hecho cinco décadas antes: al epicentro mismo de aquellos recuerdos de su huerta, situada a la entrada de Puente Tocinos, a aquel huerto de flores familiar desde el que, durante siete años, se desplazaba diariamente para asistir a clase en el instituto Alfonso X el Sabio –entonces junto a la Glorieta.

Este cronista pudo conocer entonces al al prestigioso investigador, a la persona que resolvió la conjetura de Zygmund, convertido en un inextricable enigma durante 50 años –“descubrir algo que nadie ha sido capaz de hacer es inenarrable, se asemeja al éxtasis amoroso”, me diría entonces- cerrar los ojos y rememorar tramo por tramo aquel paseo diario hasta su centro escolar desde sus Puente Tocinos natal: Puerta de Orihuela, Mariano Vergara, Plaza de los apóstoles… Como si cada detalle de aquella vida que había abandonado medios siglo atrás hubiese quedado colgado de modo perenne en el recuerdo este veterano y prestigioso matemático.

Sus padres soñaban con tener un hijo ingeniero –aquello era lo máximo a lo que aspiraban entonces unos padres ajenos al mundo universitario-, pero aquel chaval se sentía como pez en el agua entre números y fórmulas matemáticas. Fue su lucidez, su curiosidad y su espíritu trabajador, lo que le llevó a descubrir la conjetura de Zygmund, un enigma que durante medio siglo había permanecido sin desentrañar por matemático alguno. Aquello le proporcionó reconocimiento mundial, y, sobre todo, la posibilidad de poder seguir trabajando en el campo que ha sido su vida desde que, con tan sólo 17 años marchara a Madrid a estudiar.