_DSC0487 (1)

IV Concurso de Relatos Cortos 2019 de Enfermería y sus autoras

-Primer premio:

“Los galantes” por Rocío Fernández Garcerán

Y allí estaba como cada mañana, sentado en aquella mesa redonda situada bajo el gran ventanal desde el cual se podía disfrutar de un gran y galante sauce.

Para no variar, vista perdida hacia el árbol, café en mano y ceño fruncido.

Pude ver también que había pedido mi cappuccino y ya disponía bajo el brazo del periódico, por lo que anduve directa hacia él.

-Buenos días Pedro, que concentrado te veo esta mañana. – le dije
vigorosamente con una sonrisa coqueta-. Ya veo que hoy no has esperado a que llegase, y menos mal, porque tenía duda en lo que pedir.
-iTú como siempre tan gritona! Vaya susto me has dado.
Las mañanas hay que llenarlas de energía, que los días son muy largos.

Tomé asiento justo en frente de su ceño fruncido, me dispuse a beber un primer sorbo del café, mientras observaba como me miraba dubitativo.

-Y tan largos, dímelo a mí a estas edades, que mi única obligación es la partida al dominó de los jueves.
-Vaya, pensaba que eras más de parchís. – volví a sacarle mi mejor sonrisa
mientras lo miraba fijamente- Además, cualquier persona no te echaría más de cincuenta años.

Justo en ese momento retiró su mirada rápidamente de la página del periódico que estaba descifrando.

-Ay Cristina, si no fuera por mi Pilar, tú no te me escapabas. – balbuceó tímidamente a la vez que volvía a fijar su mirada vete tú a saber dónde.
-Y que suerte tiene tu Pilar, hoy en día no existen hombres con tu clase y tu galantería.
-Niña, es que te ha tocado vivir una época muy fea.- en ese preciso momento supe que iba a soltar una de sus parrafadas- Mira, cuando yo conocí a mi mujer, tuve que pedirle permiso a su padre para que me dejara tener una cita con ella, y me Jo dio, pero claro, tuvimos que ir al parque acompañados por su hermana de concubina, y fíjate, hasta que no pasaron dos meses desde que la conocí no
pude robarle un beso. Para colmo, estuve cortejándola al menos cinco meses más para poder pedir su mano. -tomó un descanso para tomar un sorbo de su café- Y hoy en día ¿qué? Los jóvenes se conocen y en ese mismo momento ya están intimando, ya ni quiera es necesario conocerse mínimamente para irse a la cama.
-iVenga Pedro! No me creo que no intimaras con tu Pilar hasta después de casaros, esas cosas se hacían igualmente, pero os escondíais más.
-Ya te digo que en nuestro caso no, y con esto no te quito la razón, había gente que sí lo hacía, pero lo nuestro fue un amor inocente desde el primer momento, y por eso creo que fue todo tan especial, pude tener el placer de enamorarme de su esencia, y después de todo lo demás, y no cambiaría nada de nuestra historia ni de los valores de aquel entonces.

Pude ver como en ese momento se le iluminaron los ojos, y fugazmente se secó una lágrima que no llegó a salir.

-Ojalá y yo conociese a un hombre como tú, pero tienes razón, el mercado está complicado últimamente.

Y realmente lo pienso, cada vez cuesta más conocernos, entre tanta vorágine de redes sociales, móviles y en definitiva de superficialidad.

-Tú tranquila que todo llega, una señorita como tú se merece una gran historia de amor, así que no te conformes. – me dijo con mucha ternura mientras me acariciaba la mano-.
-Estoy segura de ello, pero mientras, sigue contándome. ¿Cómo le pediste matrimonio a tu mujer?

Y así pasamos media hora más, relatándome una vez ese cuento que tanto me gustaba, el cuento de su vida.
-Bueno Pedro, tengo que ir a trabajar.
-Qué rápido se me ha pasado el tiempo esta mañana. -dijo cabizbajo mientras miraba de nuevo al sauce a través del ventanal.- Pues mañana seguimos donde lo hemos dejado, cuando Merceditas se cogió el berrinche de su vida al saber que iba a tener un hermanito.
-Me temo que mañana no va a ser posible, me voy una semana de vacaciones, así que no me pasaré por aquí en unos días, pero lo apunto para cuando volvamos a vernos. Dale recuerdos a Pilar.
En ese momento me levanté de la silla, e ipso facto él hizo lo mismo, acercándose a mí para finalmente darme un beso lleno de vitalidad en la mejilla.
-Disfruta de todos y cada uno de los segundos, la vida sabe a breve.
-Lo haré. -suspiré mientras le daba un pellizco en la mejilla- No sé qué haría sin estos ratos contigo. Siempre que terminaba mi cita con él, me quedaba con una extraña sensación contradictoria, dulce y amarga a la vez, pero esta vez fue aún más contradictoria y
extraña.

Una vez pasada la semana de vacaciones, me volví a encontrar frente a nuestra mesa y nuestro sauce, pero Pedro aún no había llegado.

Decidí adelantarme yo esta vez, así que fui a por los cafés.

-Buenos días Cristina. – me dijo una compañera – ¿cómo ha ido el descanso?
-i Hola! Genial, realmente necesitaba un respiro, he vuelto con las pilas cargadas. Por cierto, ¿has visto a Pedro esta mañana?

-¿Pedro? ¿El señor de la habitación veinticuatro?
-Sí, con el que siempre quedo en el comedor para el café.
-Hace un par de días tuvo un infarto fulminante. – soltó fríamente – Bastante ha durado aquí, con lo mal que vino, además tenía noventa y tantos, era de los más mayores de la residencia.

En ese preciso momento, si anatómicamente el corazón pudiera hacerse añicos, el mío explotó en un millar de trocitos.

Apenas pude balbucear un par de palabras que no recuerdo, mientras dejaba los cafés ya servidos en la barra y caminaba autónomamente hacia el ventanal.

-Pensé: 11Bueno Cristina, es lo que tiene tu trabajo, no puedes encariñarte ni involucrarte tano, corres el riesgo de que te pase esto”.

Me sequé las lágrimas de la mejilla y me dibujé una coraza, prometiéndome no dejar que me afectase la situación.

Pasó una semana, en la cual realmente conseguí no pensar demasiado en Pedro y en nuestras citas casi diarias, pero a veces era inevitable no recordar de vez en cuando nuestras largas conversaciones, su mirada perdida y su ceño fruncido.

Decidí volver a sentarme con mis compañeras a desayunar, como hacía al principio, antes de conocerlo.

Durante el desayuno se acercó mi supervisora a nuestra mesa.

-Cristina ¿tienes un momento?
-No sabía si tenerlo o echarme a correr, pero evidentemente asentí con la cabeza y la seguí hasta su despacho.

Me senté en frente de ella, en esa silla que parecía que ardía, pensé mil cosas, algo que me había dejado sin hacer, algo mal hecho o vete tú a saber qué.
-Ayer vino al centro la hija de un paciente que ya no está- Pedro pensé- Pedro.

Sacó de su cajón una caja, y la dispuso en la mesa, frente a mí.

-La mujer preguntó por ti, le dije que estabas librando y que no te encontrabas en el centro, muy insistente me preguntó que cuando venías, que tenía que verte, o que le diera tu número de teléfono, a lo que evidentemente tuve que negarme. Antes de irse me dijo que si por favor podía hacerte llegar esta caja, y me anotó su número por si querías llamarla tú.

-Vaya -no sabía que decirle- gracias.
-No sé qué habrá en esa caja – prosiguió- aunque imagino que debo estar orgullosa del personal que tenemos, sólo salían palabras de agradecimiento de su boca, y en especial sobre ti.

Decidí ir a la sala de personal, aprovechando que el resto seguía desayunando.

Tras coger aire, decidí abrir la caja.

Nada más abrirla, me encontré de bruces un marco con una fotografía de una navidad en la que salíamos Pedro y yo en nuestra mesa con unos gorros de Papá Noel.

Adiviné en su mirada uno de esos instantes en los que su mente desconectaba. Tras
ponerse el gorro que nos ofreció una compañera, alguna de sus conexiones falló, y tuvo una de sus crisis en las que no sabía dónde se encontraba y se ponía agresivo, por suerte yo sabía cómo reubicarlo, y a los diez minutos estábamos riéndonos comiéndonos un trozo de turrón.

Debajo de la fotografía había una botella reserva de Ribera del Duero. Pedro siempre me hablaba de vinos, de lo mucho que le gustaban, y me decía que un día iba a traerme una de sus botellas buenas.

Seguí inspeccionando la caja, al fondo había un sobre de color rojo, que contenía una carta.

“Querida Cristina, me tomo la licencia de llamarte así porque así es como lo hacía mi padre.

Es curioso e increíble saber que la mejor terapia contra el alzhéimer de mi padre ha sido una enfermera, su Cristina.

Nunca olvidaba tu nombre, y mira que alguna vez se le escurría el mío o el de sus nietos, pero el tuyo y el de mi madre nunca.

Cuando tenía sus días buenos siempre hablaba de ti, de esos cafés que tanto disfrutaba con vuestras interminables charlas, y del buen carácter y la paciencia que debías tener para aguantar sus largos sermones.

Quiero agradecerte en nombre de toda mi familia, la gran labor que has hecho con nuestro Pedro, no dejando que se apagase su llama, haciendo que recreara día a día su vida, reconstruyéndola de su mano.
Es de admirar tu profesionalidad y tu gran corazón.

Gracias por tanto

Mercedes”.

Ahí fue cuando terminé de romperme, y cuando volví a darle sentido a mi profesión, cuando entendí que no se trata de estar de paso, sino de dar esos pasos junto a las personas que precisan de tu mano.

De vez en cuando sigo mirando ese gran sauce galante.