Los nuevos medios y soportes y sus condiciones narrativas y discursivas

Hay que adaptarse: renovarse o morir. Así lo hemos pensado siempre, y, realmente, es lo que funciona. El ser humano, desde que existe sobre la faz de la tierra, ha cimentado sus avances en los hallazgos científico-mecánicos. En este sentido, el sustento es el mismo. Uno de los baluartes de cualquier sociedad democrática y desarrollada es la ciencia, vista, fundamentalmente, a través de las Nuevas Tecnologías.

Nadie lo duda. Por eso, su planificación, su dotación de recursos y su apoyo incondicional se constituyen como acciones básicas de libertad. En este sentido, conviene que hagamos reflexiones y consideraciones que supongan una mejora de las actuaciones y actividades formativas en este plano, sobre todo en lo que concierne a la complementación de los ciclos primigenios de los futuros y actuales educandos. Nos referimos a la importancia de las etapas que nos encaminan a los masteres o doctorados. Recordemos que la formación de postgrado es básica para un estudiante, por cuanto le sirve de nexo entre el aprendizaje recibido hasta ese momento y el mercado laboral que para él, en esa etapa de su vida, está a la vuelta de la esquina.

Por ese contexto tan determinado, este tipo de formación posterior, insistimos en materia de Internet y de nuevas tecnologías, ha de tener muy bien equilibrados los aspectos teóricos y los prácticos, y, así, se ha de ofrecer un aprendizaje lo más cercano a lo que, un poco más tarde, nos vamos a encontrar.

La capacitación profesional, tras un sustento teórico interesante, es fundamental para que la incardinación del ciudadano en la esfera laboral sea del modo más adecuado. Es preciso para ello que haya un mayor acercamiento entre el mundo laboral y el académico/formativo. La presencia de profesionales de empresas en todos los ciclos del aprendizaje y la exposición de motivos y aspectos formativos por parte del profesorado en las mismas empresas son dos ejes cruciales para que haya un entendimiento entre dos realidades que están llamadas a un entendimiento recíproco. Durante años ha habido un distanciamiento entre las necesidades y los planteamientos, entre lo que se sabía y lo que se exigía para una conveniente colocación y ubicación en el mercado laboral.

Ahora, en pleno siglo XXI, de lo que se trata es de romper las malas inercias, que, cada vez, afortunadamente, son menores, así como de afrontar la realidad de las necesidades empresariales en lo científico-tecnológico desde algo más que el voluntarismo mal entendido o poco prometedor. Precisamos conocer mejor los sectores donde podemos incardinar, al tiempo que hemos de saber los aspectos más fuertes y los más débiles de la formación que se ofrece. No finjamos preocupaciones que no ejercemos, y pongámonos manos a la obra.

Debemos contactar con las empresas, con sus empleados, con sus responsables, y hemos de exigir de todos ellos informes que den cuenta de las ventajas y desventajas, de los vacíos y de las fortalezas que se detectan en las formaciones tecnológicas e informáticas de los estudiantes que les enviamos a esas mismas organizaciones tanto a nivel de becarios como, más tarde, cuando consiguen una relación laboral mucho más estable y mejor remunerada.

Tendríamos que hacer, en todos los órdenes, seguimientos de las habilidades y capacidades que hemos desarrollado en nuestros alumnos. Habría que analizar los progresos que se desarrollan y los motivos de los triunfos o fracasos que se puedan suceder.

Conocer nuevos sistemas

Con el mayor conocimiento de la realidad empresarial que demandamos podemos conseguir ver con qué medios reales se trabaja, al tiempo que podemos aprender sobre los sistemas o modelos de laboriosidad que se utilizan de manera preferente.

Debemos tener la habilidad de desarrollar unas materias y unas líneas de aprendizaje lo más apegadas a las necesidades reales, que, en primer término, hay que averiguar, así como debemos adaptarnos a ellas. Aún distinguiendo entre la capacidad profesional y la investigadora, que han de ser complementarias, con el propósito de hacer rentables las dos en la medida de lo posible, es claro que hemos de adecuar y de amoldar la docencia a lo que existe en el mercado, a sus demandas, a su realidad cotidiana. Las tecnologías avanzan muy deprisa como para no tomar las riendas ya.

Debemos desarrollar con destreza los estudios más demandados, y hacer la inversión ajustada a los planteamientos y deseos de aquellas actividades más o menos deseables. Las campañas formativas e informativas en este sentido también funcionan, dirigiendo, o debiendo dirigir, a los alumnos por aquellos vericuetos donde la educación recibida es más rentable para las propias entidades, así como para la sociedad y los mismos interesados.

Las metodologías han de basarse en aspectos teóricos, en lecturas frecuentes y variadas, en lo que piensan y defienden profesores y expertos de toda índole y calado, pero, asimismo, han de sustentarse en una cercanía a las necesidades de los mundos económico y laboral.

Como quiera que los medios y los recursos son escasos, conviene que establezcamos planes de implantación, de búsqueda de bases para el desarrollo profesional e investigador, así como estrategias para priorizar y para establecer los objetivos claves. No se persiguen, o no se deben perseguir, resultados perfectos, pero sí progresiones en el buen sentido. Las cooperaciones con las empresas, insistimos, son eficaces.

Además, hay que medir los impactos y ver por qué las actuaciones emprendidas funcionan, o bien por qué no sucede así. De este modo, podremos ir mejorando todo desde las diversas orillas del sistema societario. El esfuerzo y el empeño han de ser comunes entre la sociedad, sus organismos y sus empresas de tipo público y privado, así como de la Universidad, de la que surgen esos profesionales que nunca deben olvidar el aporte teórico en las actividades prácticas (todo es importante, repetimos). La mirada recíproca produce, y producirá siempre, resultados mucho más simétricos. De eso se trata, sobre todo si queremos prosperar desde la solidaridad, la mesura, la equidad y el equilibrio de una sociedad en verdadero avance. Las técnicas y las tecnologías siguen progresando, y nosotros debemos hacerlo al unísono. Seguro que nos beneficiaremos en múltiples planos. Aprendiendo de todos seguro que podemos.

Opciones y oportunidades con las nuevas tecnologías

No todo lo que se presenta es manifiestamente bueno o malo. Depende del uso que hagamos de los distintos recursos o bienes materiales o inmateriales que nos vayan llegando. A lo largo de nuestras vidas van cambiando los itinerarios, los elementos y las peculiaridades de cuanto nos rodea. Es normal. Con diferentes tonalidades se producen mudanzas de una etapa a otra. Por ello, debemos pensar que en épocas de crisis, también de puestas en cuestión, y, por supuesto, de oportunidades, hemos de ver los adelantos como ese valor añadido que nos puede disponer la realidad de la mejor manera posible. Así es. Las tecnologías informativas y comunicativas, pese a su coste inmediato, difícil de amortizar en el corto plazo, nos ofertan unos vericuetos de actuación que hasta ahora, por lógica, no podíamos ni plantearnos. Hemos de aprovechar su beneficio en aras de optimizar unos recursos tan competitivos como escasos.

Es interesante que invirtamos en el conocimiento de la materia prima, esto es, de los programas de los ordenadores, de las potencialidades de Internet, del manejo de equipos y en el rastreo de conocimientos válidos… Para saber elegir, ante todo, hay que conocer, y todo el tiempo previo que utilicemos nos ha de servir para poder viajar más tarde de manera más rápida a nuestros objetivos.

Hemos de poner, sin duda, el semáforo en verde y apretar el acelerador para digerir todo el cúmulo informativo que nos rodea. Además, hemos de ser capaces de desarrollar técnicas de selección de recursos, innumerables, indescifrables a veces. No todo nos vale, o no todo nos vale en tiempo y forma. Hemos de elegir, de saber concebir qué es importante respecto de lo que es urgente. No todo nos construye, hemos de recordarlo, como personas.

El aprendizaje ha de ser en vertical, de abajo a arriba, buceando en las necesidades de los más pequeños, y, obviamente, satisfaciéndolas. “El saber primero es útil”, como decían los latinos. Hemos de habituarnos a consumir programas y a adquirir conocimientos sobre cómo conseguir todavía más. El sabio se va haciendo poco a poco, descifrando la maquinaria de la Naturaleza y de su ciencia.

Por lo que hemos estudiado en los últimos años, todo parece indicar que las empresas, y los particulares, no siempre entienden que hay que formarse de manera constante. No hay estadio que termine si no empieza otro, y otro, y otro más. Lo que ocurre es que, en un mundo de prisas y de hartazgos (ahora de crisis) en lo económico, no se comprende en todo momento que haya que invertir tiempo y dinero en más preparación cuando, al menos en teoría, ya tenemos un aprendizaje previo desarrollado y bueno. Así es, pero todo evoluciona, y nuestro intelecto, así como nuestra formación, ha de viajar en la misma dirección.

Miremos más allá

Las encuestas nos hablan de falta de tiempo, de carencia de motivación, de un desinterés general cuando los sueldos, la precariedad y la falta de horizontes condicionan la actitud de aquellos que se dedican al uso y disfrute de unas herramientas que, si fuéramos más lógicos, revolucionarían de verdad las costumbres y los ademanes profesionales de cada cual. La sociedad no sabe digerir con nutrientes lo que debería ser una postura más demostrativa de las bondades y beneficios del uso de los diversos progresos en el plano tecnológico-comunicativo.

La virtud siempre se halla, o eso pensamos, en el término medio. No concibamos más esperanzas ni confianzas que aquellas donde mesuradamente nos puede portar nuestro intelecto, que nos señala la conveniencia de no ir tan deprisa en el trabajo para luego, con el uso racional y cabal de los avances tecnológicos, cabalgar con la rapidez de unas operaciones que se realizan, o se pueden realizar, en décimas de segundo. No olvidemos, frente a aquellos que se declaren opositores a este uso tan rentabilizador de las ciencias, que la especialización en el uso mecánico, científico e intelectual de los recursos del progreso nos puede regalar unos puestos de trabajo, unas categorías laborales antes impensables.

Hay que mirar, claro está, a medio o largo plazo, y no quedarnos con el reduccionismo de las cuentas inmediatas. De nuevo, la bondad de la mesura se plantea como una necesidad que podrá saciar un benévolo futuro. Hay, pues, que buscar la motivación en ese planteamiento inequívoco, y nunca esquivo, de caminar hacia las tecnologías, hacia lo nuevo. Insistamos en que todos nos beneficiaremos de ello. No olvidemos tampoco que la rentabilidad se ha de compartir en armoniosa solidaridad. Los frutos pueden ser mayores de este modo. El ser humano ha crecido cuando ha basado el nivel de desarrollo en la mirada sencilla hacia los demás, hacia el provecho compartido y generoso. Ahí debemos estar.

Apostemos por el consumo responsable de los medios

Da un poco de miedo. Genera un tanto de pavor. Parece increíble. Cuatro horas y media pasamos los murcianos frente al televisor todos los días. Parece una locura, sobre todo si vemos la oferta y las opciones… Que sí, que la oferta es variada (o casi), y todo eso, pero parece mentira que dediquemos tanto tiempo a este menester. Lo mismo sucede en el resto de las Regiones españolas, con las que, en este caso, andamos muy parejos. Seguramente habría que hacer matices sobre este aspecto cualitativo, pero es tan aplastante que, con prontitud, lo que tenemos que realizar son sugerencias y soluciones solventes a lo que es algo poco racional, sobre todo cuando observamos que el tipo de programas que más se ven tienen poco en común con contenidos edificantes del espíritu y de la personalidad de cada cual. Desde luego a la buena vecindad, a ojo de buen cubero, no parece que contribuyan los espacios convertidos en paladines por obra y gracia de las ingentes cifras de audiencia.

Desafortunadamente, esto no es nuevo. Desde que el fenómeno televisivo comenzó a extenderse, de manera imparable, en los años 50, pocos instrumentos de influencia se han apoderado tanto de nuestros gustos, de nuestros tiempos, de nuestros quehaceres, marcando modas, estirando opciones, buscando cómo engatusarnos, y, lo que es peor, ganando la partida a las grandes masas, que son su vocación (recordemos: medios de comunicación de masas es la denominación).

Es verdad que muchas personas se han fugado, en un auténtico frenesí, a otros medios alternativos, fundamentalmente a ese instrumento emergente en el que convergen todo lo periodístico y todo lo comunicativo de etapas anteriores: nos referimos a Internet. La fragmentación de audiencias es un hecho, como lo es la pérdida de credibilidad de las propias empresas, de sus profesionales, teniendo como causa la debilidad de muchas programaciones en el caso de lo audiovisual. ¿Cómo se puede vivir sin credibilidad? Mi padre, sin ir más lejos, no lo entiende. Siempre ha creído él, como yo, en el valor de la palabra.

Frente a este panorama de excesos en el consumo, también en la oferta mediocre, solo queda volver a una de las bases del desarrollo humano, esto es, la educación. Sí, sí, la educación, como oyen. No miremos para otro lado, que hay mucho en juego. El aprendizaje de los medios, por los medios, desde los medios, es todavía una asignatura pendiente que produce determinadas distorsiones que hemos de solventar. No es posible que no actuemos ante un panorama que nos hace daño a todos. Con el tiempo se producirá un distanciamiento irreparable entre los gustos, el consumo real y lo conveniente para todos, para la sociedad en su conjunto. Hay que detener esta dinámica desde la responsabilidad común, sin injerencias extrañas.

Enseñar y aprender

Por si alguien no lo tiene claro, resaltemos que no se trata de evitar determinados contenidos en televisión (eso lo deben decidir los propios medios en cumplimiento de la legislación vigente), sino de adecuarlos a ciertas franjas y trazando ese escenario de seguridad en el que el telespectador tenga la suficiente información y formación para elegir él, y sólo él, lo que le conviene. Hay que formar en el consumo de medios, en su aprehensión, de manera que el ciudadano y la ciudadana sean capaces de optar por un menú televisivo plural, equilibrado, compensador en la configuración de sus personalidades.

La consideración trufada de sensibilidad en la difusión de determinados contenidos a ciertas horas, procurando no herir ideas y espíritus en momentos de consumos punta, la protección de la infancia, así como de las minorías y de todas las interpretaciones sociales, religiosas, etc., siempre desde el respeto a la democracia, a la libertad, al derecho a la crítica constructiva y fortalecedora de la realidad, han de ser las premisas de un comportamiento profesional que ha de mirar los intereses societarios como base de su actividad. Reiteremos, como señala Desantes Guanter, que lo más importante en la actividad periodística es el sujeto universal de la información, esto es, el público, la ciudadanía.

Con esa mirada y perspectiva hemos de contribuir, también desde los medios de comunicación, a que el ciudadano no se sienta indefenso y solo ante una realidad periodística que busca el consumo por el consumo, así como la pasividad y un cierto inmovilismo. Hagamos que, en ese aprendizaje, todos nos mejoremos. Es cuestión de probar y de animarnos con los resultados.