Los muros del consumo comunicativo de masas

Sucede en todos los ámbitos de nuestras existencias. No tenemos hartura en el consumo, en la conquista, en la compra, en la muestra más o menos aparente o superficial del éxito de nuestras vidas. Dice el refrán que, cuando no hay freno en el desarrollo, no hay pureza (“El hambre que no tiene hartura no es hambre pura”). En lo que nos ocupa en este artículo, digamos que cada vez se estudia más abundantemente la fenomenología que tiene que ver con un consumo más o menos descontrolado de los productos de entretenimiento que provienen de la potente industria de las nuevas tecnologías de la comunicación.

“No hay tiempo posible para la reflexión”, según nos decimos: todo se supedita a una gran necesidad de consumo, una necesidad, por otro lado, descorazonadora, descontrolada, presta a incrementar el volumen, la cantidad de lo que sea, sin que caigamos en la cuenta de lo que eso supone en positivo y en negativo, según el caso.

Miles, millones de menores de 14 años disponen de videoconsolas, de móviles, de ordenadores de las más diversas potencialidades y generaciones, en los que emplean una buena parte de su tiempo de ocio, olvidando que, en el crecimiento biológico, físico, intelectual y espiritual, lo primero que debe primar es la armonía, el afán de desarrollo desde una cierta mesura y equilibrio. Como quiera que el aprendizaje se deja en muchos momentos del día al albur de lo que permiten las TIC´s , esto es, las Tecnologías de Información y la Comunicación , una dinámica que observamos sin remedios, sin más vigilancia, sin más bagaje cultural que el consumo por el consumo, que el empleo de las horas de descanso en juegos más o menos divertidos o para superar una probable puesta a prueba de nuestras inteligencias…, a menudo se producen unas carencias (otro tipo de brechas) que tienen que ver más con los valores, con la ética y la estética de las cosas y de nuestros entornos que con el aprendizaje en sí.

Además, la otra brecha, la generacional, hace que los padres no siempre entiendan, ni atiendan, lo que hacen sus hijos con los nuevos aparatos de transmisión de información o de conocimiento. Ello se traduce en una ausencia de una labor tutora que ayuda en los primeros estadios de la formación del ser humano. Antes, a esto se le daba una mayor importancia. Ahora parece que no vemos la relevancia de la que hablamos con la misma intensidad.

La primera docencia es muy útil para el aprendizaje que hemos de formular y de desarrollar a lo largo de nuestras vidas. Si aprendemos unos buenos hábitos, unas óptimas rutinas, poco a poco iremos sacándoles un mayor y mejor partido a todo aquello a lo que nos vayamos enfrentando en los ámbitos familiares, del estudio, profesionales, personales en general, etc. Lo que no hacemos, lo que no tenemos costumbre de hacer, se queda como mera teoría. No lo olvidemos. No vale la función de excepcionalidad, esto es, no nos vale decir que hicimos algo en un momento determinado. Hay que poderlo desempeñar cuando nos vemos precisados a ello.

 

La economía del “primer mundo”

La inversión de una familia en un adolescente en lo que concierne a las nuevas tecnologías de la información, y siempre refiriéndonos al primer mundo, claro está, se acerca a los 1.000 euros al año, una cifra que dista de las rentas que tienen los habitantes de los países del tercer mundo para cuestiones tan fundamentales como son la comida y la higiene, sin olvidar las diferencias que se dan en materias como la salud o la propia educación.

En todo caso, la cantidad invertida en TIC´s, en su compra, en su mantenimiento, en su coste por consumos de diverso género, es tan alta que lo que éstas deberían ofrecernos a cambio habría de ser igualmente mucho más elevado. Queremos decir que grandes valores relacionados con la camaradería deberían estar más salubres que nunca. Sin embargo, no es así en un porcentaje también considerable, a tenor de los episodios de violencia, de insolidaridad, de enfermedades mentales (el 40 por ciento de la población las padece, aunque la mayoría no lo sabe o no lo reconoce) que detectamos cotidianamente.

No deja de ser una paradoja que lo que deberían ser instrumentos de comunicación, de una mayor traslación de datos, de sentimientos, de ideas y de consideraciones, se han constituido como muros infranqueables de un destino que, aun siendo universal, como la aldea de MacLuhan, fragmenta más y más las audiencias y su rentabilidad, como dicen los expertos en economía, lo cual no es otra cosa que la división de la misma ciudadanía, como señalan en la teoría democrática. Pensemos que, si no enmendamos esta forma de atropello que todos nos ocasionamos a nosotros mismos, habrá un momento en el que el “crack” afecte a todos por igual. El crecimiento hacia el infinito nos puede llevar a la auténtica nada.