Los avances tecnológicos como provecho societario

La persistencia en lo positivo casi se ha de constituir en una virtud en un momento competencial muy alto, sobre todo en el entorno de los países más desarrollados en lo económico. No todo lo que se presenta es manifiestamente bueno o malo. Depende del uso que hagamos de los distintos recursos o bienes materiales o inmateriales que nos vayan llegando.

A lo largo de nuestras vidas van cambiando los itinerarios, los elementos y las peculiaridades de cuanto nos rodea. Es normal. Con diferentes tonalidades se producen mudanzas de una etapa a otra. Por ello, debemos pensar que en épocas de crisis, también de puestas en cuestión, y, por supuesto, de oportunidades, hemos de ver los adelantos como ese valor añadido que nos puede disponer la realidad de la mejor manera posible. Así es. Las tecnologías informativas y comunicativas, pese a su coste inmediato, difícil de amortizar en el corto plazo, nos ofertan unos vericuetos de actuación que hasta ahora, por lógica, no podíamos ni plantearnos. Hemos de aprovechar su beneficio en aras de optimizar unos recursos tan competitivos como escasos.

Es interesante que invirtamos en el conocimiento de la materia prima, esto es, de los programas de los ordenadores, de las potencialidades de Internet, del manejo de equipos y en el rastreo de conocimientos válidos… Para saber elegir, ante todo, hay que conocer, y todo el tiempo previo que utilicemos nos ha de servir para poder viajar más tarde de manera más rápida a nuestros objetivos.

Hemos de poner, sin duda, el semáforo en verde y apretar el acelerador para digerir todo el cúmulo informativo que nos rodea. Además, hemos de ser capaces de desarrollar técnicas de selección de recursos, innumerables, indescifrables a veces. No todo nos vale, o no todo nos vale en tiempo y forma. Hemos de elegir, de saber concebir qué es importante respecto de lo que es urgente. No todo nos construye, hemos de recordarlo, como personas.

El aprendizaje ha de ser en vertical, de abajo a arriba, buceando en las necesidades de los más pequeños, y, obviamente, satisfaciéndolas. “El saber primero es útil”, como decían los latinos. Hemos de habituarnos a consumir programas y a adquirir conocimientos sobre cómo conseguir todavía más. El sabio se va haciendo poco a poco, descifrando la maquinaria de la Naturaleza y de su ciencia.

Por lo que hemos estudiado en los últimos años, todo parece indicar que las empresas, y los particulares, no siempre entienden que hay que formarse de manera constante. No hay estadio que termine si no empieza otro, y otro, y otro más. Lo que ocurre es que, en un mundo de prisas y de hartazgos (ahora de crisis) en lo económico, no se comprende en todo momento que haya que invertir tiempo y dinero en más preparación cuando, al menos en teoría, ya tenemos un aprendizaje previo desarrollado y bueno. Así es, pero todo evoluciona, y nuestro intelecto, así como nuestra formación, ha de viajar en la misma dirección.

La mesura como virtud

Las encuestas nos hablan de falta de tiempo, de carencia de motivación, de un desinterés general cuando los sueldos, la precariedad y la falta de horizontes condicionan la actitud de aquellos que se dedican al uso y disfrute de unas herramientas que, si fuéramos más lógicos, revolucionarían de verdad las costumbres y los ademanes profesionales de cada cual. La sociedad no sabe digerir con nutrientes lo que debería ser una postura más demostrativa de las bondades y beneficios del uso de los diversos progresos en el plano tecnológico-comunicativo.

La virtud siempre se halla, o eso pensamos, en el término medio. No concibamos más esperanzas ni confianzas que aquellas donde mesuradamente nos puede portar nuestro intelecto, que nos señala la conveniencia de no ir tan deprisa en el trabajo para luego, con el uso racional y cabal de los avances tecnológicos, cabalgar con la rapidez de unas operaciones que se realizan, o se pueden realizar, en décimas de segundo. No olvidemos, frente a aquellos que se declaren opositores a este uso tan rentabilizador de las ciencias, que la especialización en el uso mecánico, científico e intelectual de los recursos del progreso nos puede regalar unos puestos de trabajo, unas categorías laborales antes impensables.

Hay que mirar, claro está, a medio o largo plazo, y no quedarnos con el reduccionismo de las cuentas inmediatas. De nuevo, la bondad de la mesura se plantea como una necesidad que podrá saciar un benévolo futuro. Hay, pues, que buscar la motivación en ese planteamiento inequívoco, y nunca esquivo, de caminar hacia las tecnologías, hacia lo nuevo. Insistamos en que todos nos beneficiaremos de ello. No olvidemos tampoco que la rentabilidad se ha de compartir en armoniosa solidaridad. Los frutos pueden ser mayores de este modo. El ser humano ha crecido cuando ha basado el nivel de desarrollo en la mirada sencilla hacia los demás, hacia el provecho compartido y generoso. Ahí debemos estar. Poco a poco iremos alimentándonos en positivo, como decíamos al inicio, para proseguir una ruta societaria común, que podemos.