Las bondades comunicativas que nos conectan

Unamos fines. La vida es como un tren en marcha con orígenes y destinos inciertos. Dentro de los brillos con sombras que nos rodean están las intermitencias de la comunicación que nos procura de todo, que nos regala tantos momentos de deseo como de incertidumbre. Los fines de la entrega comunicativa, desde el punto de vista de los afectos, que tan bien funcionan, no están claros. Probablemente no existan así planteados. Lo que sí debemos convenir es en que los cariños en la comunicación aparecen con objetivos laterales o principales que nos borran algunas etapas de soledad y nos incardinan en las certezas de las esperanzas, que a menudo son vagas.

 

La lucha pacífica en pos de la felicidad tiene sus estelas fugaces, que, pese a ello, perseguimos con empeño y tozudez. La tarea perenne ha de ser intentar que los instantes de dicha sean mayores, de más calidad y en cantidad más grande. No miremos las esferas de los diversos relojes que nos empañan algunas etapas que nos engatusan con sus movimientos sinceros de riesgo y de equilibrios. Hagamos caso al corazón, aunque se equivoque. Sus aciertos, aunque limitados, justifican muchas penas, algunos pesares que pinchan y cortan desde perfiles indelebles. La comunicación nos regala una plenitud que hemos de lucir sin recato.

Brindemos, pues, las sensaciones de las buenas comunicaciones, de esas entregas de palabras con sabores agridulces, con unas confianzas simpáticas y queridas que han de conocer los fracasos para entender la verdad de los éxitos. Los papeles están en juego: algunos ya están jugados, pero quedan otros en estado virginal, y otros más, la gran mayoría, que los podemos reiniciar. La vida, en el plano comunicativo, como en otros ámbitos, es más generosa de lo que pensamos. Tratemos de repartir buenos propósitos. Nos conectan ciertamente.