La sorpresa como factor comunicativo

Entre los factores que influyen en la comunicación, uno de los más relevantes es el que alude a que ese proceso no siempre debe ser esperable. Busquemos las sorpresas comunicativas como sustento de un cambio que es necesario y previsible ante las ansias que nos han de consolidar en ese camino de conquistas sencillas, tranquilas, y sin prisas por llegar a parte alguna. Salir de la rutina es siempre una sensación de frescor, es un acicate para eliminar las pesadas cargas que nos colocan en umbrales de difícil factura.

Salgamos para ver cuanto sucede. No cerremos los ojos, sino que más bien debemos abrirlos de par en par con el firme propósito de dar con las innovaciones que permanentemente nos han de caracterizar.
La familiaridad nos ha de ubicar en un trance de justicia divina, de deseos fervientes hacia situaciones de presencias queridas, de sensaciones nuevas, de barcos a la medida para hacer grandes singladuras. No paremos. Consigamos las promesas cumplidas poniendo de nuestra parte. El todo comienza con pequeñas partes, con anécdotas que hemos de elevar a la posición de categoría fundamental.
Apuntemos hacia esos espacios en los que hemos de prevenir lo justo para arriesgar todo lo fungible. No nos detengamos ante las bellezas serenas que nos han de permitir abrigar esperanzas. No nos cansemos. Las presentaciones más maravillosas tienen que ver con un factor no esperable. Animemos las vidas con escenas no vistas de manera cotidiana. Somos capaces de ello sin mucho esfuerzo. El asunto es que no siempre abrimos las mentes a las causas que nos rodean.
Debemos ver como si fuera por primera vez todo cuanto podamos, incluso las cosas que suelen ocurrir jornada tras jornada. Como se suele decir, todo depende del cristal con el que miramos. Debemos contrastar, comprobar y contemplar con una felicidad dispuesta para que lo que nos regala la existencia tenga una presentación un poco diferente, aunque sean productos y/o servicios miméticos a otros que recibimos o percibimos con una cierta periodicidad. Simplifiquemos.
No calculemos todo. Procuremos ver matices que habitualmente no visualizamos. Seamos bellos en la esperanza, que, al final, o incluso al principio, es la base de toda suerte de dicha. Disfrutemos con planteamientos no teóricos. La libertad de movimientos ayuda a que todo no sea previsible. Parte del entusiasmo o de la ilusión que llevamos a cabo se sustenta en lo que tiene sentido a través de esos planteamientos que se salen de los caminos previamente establecidos. No todo tiene que ser seguido con los cánones que establecen los que vinieron antes. La historia nos debe servir de experiencia, incluso para modificarla desde los aciertos y equívocos que se vayan produciendo.
Lo menos familiar ha de abocarnos a columnas de espacios con las que ingeniarnos actuaciones que han de disipar las dudas cuando tengamos que traspasar puertas ignotas. Pensemos con una mirada abandonada a consultas de incertidumbres repetidas. No queramos colocar todo en planteamientos cercados o clausurados. Jubilemos las inercias en algunas ocasiones para que, desde el equilibrio y la mesura, podamos combinar trayectorias establecidas con improvisaciones no determinadas. El directo, decía la canción, es la vida, y la vida, para que sea tal, no puede ser un cúmulo de aspectos cerrados antes de protagonizarlos. Para ser nosotros, tenemos que conservar un potencial de cambio desde la sorpresa, desde la conveniencia no estrechada por pasadizos encorsetados. Entremos en otros bosques comunicativos. Intentemos no frenar la sorpresa, pues nos puede llevar a un mundo maravilloso. Procuremos esa implicación.