La otra orilla ;Marracuene, 13 de marzo , 2007.

Hace una tarde de aire que levanta olas en el río. Estoy esperando que salga la barca que lo cruza. Miro las personas que seguramente van a sus casas. Cuando cae la noche la barca se queda varada en la orilla al vaivén del agua como un precio fantasma. Hoy es martes y ya tenemos casi toda la obra pintada, nos movemos entre la felicidad del trabajo acabado y el ocio condensado en atrapar el paisaje con los ojos. Mañana vamos a cruzar el río para ir al Índico a ver las hermosas playas que todas las mañanas imaginamos desde la terraza de la casa. la lejanía hace que el horizonte se curve.

El río es magnífico, serpentea entre llanuras de maíz y palmeras y al atardecer es oscuro y silencioso, plateado por la luna. Al caer la noche se instalan en el horizonte grandes hogueras y un olor a caña quemada nos llega desde la lejanía, los nativos las encienden par ahuyentar las plagas de mosquitos. Las mujeres que cruzan desde la otra orilla llevan redondas bolsas sobres la cabeza por donde sobresalen las colas de los peces, pequeños atunes, carpas, langostas… El bienestar de estas familias, aunque humilde, depende de las circunstancias de la pesca, de la cual viven casi la mitad de los habitantes de Marracuene. El barco plataforma está a punto de cruzar por última vez esta noche, voy a ir dando un paseo hasta la cima de la casa y me dará tiempo de verlo atracar en la otra orilla.