La malla de las nuevas tecnologías

Decía el poeta aquello de que nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar… Efectivamente, la existencia humana se mide en ciclos de todo tipo, también biológicos, y, en lo material, de carácter económico, y, por ende, técnico o mecánico. Esto no obstante, nos hallamos en una época de difícil comparación con otros momentos de la Humanidad. Nos enfrentamos cada día al reto de aprender, y mucho, en materia de nuevas tecnologías.

Todo está por hacer, a pesar de nuestro ritmo societario vertiginoso, rápido, casi fugaz. La estructura informática y mediática, muy organizada al principio, más caótica después, y ahora absolutamente controlada por mil ojos y poderes, se ha ido haciendo como una verdadera tela de araña, que de ahí vienen sus acotaciones y denominaciones.

La red llega a todo, influye en todo, lo recoge todo, y todo lo ve, al menos en teoría. No obstante, pensemos que, como red, hay mucha información, multitud de eventos que se escapan por los inevitables huecos, por esa porosidad que separa las virtuales cuerdas de sus líneas rectas entrecruzadas. Al mismo tiempo, esos huecos permiten que no haya tanta presión mediática, que ya es excesiva, que no se de tanto dominio como en verdad y en apariencia se produce.

Hay, pues, toda una malla que nos rodea desde lo invisible, pero que conocemos por las inmersiones que hacemos en portales, blogs y similares. “Lo imaginario” está sin ocupar un espacio tangible, aunque sí lo ocupa en no sabemos qué dimensión. Habrá que cambiar aún más las nomenclaturas. No terminamos de aprender, y hemos de seguir.

Como quiera que la grandeza del sistema, de ese modelo ingente que extiende día tras día sus redes, es enorme, hemos de hacer todos los días los deberes de acercarnos a él, de palparlo, de conocerlo, de investigar, de indagar, de explorar, con el fin de que ese lenguaje desconocido, de que ese idioma ignoto, de que esas ofertas tan múltiples como difíciles de aprehender no sean tan complejas y lejanas como parecen a la gran mayoría. No se trata tampoco, como creen algunos, de quedarnos en lo vano y de no darle importancia. “Reconocer que uno no sabe nada”, como subrayaban los sabios clásicos, es siempre un primer paso para no ir demasiado lentos.

La oferta que nos brindan los eternamente nuevos instrumentos tecnológicos es fantástica, en la doble acepción del término, por hermosa, por increíble. Ello se ve sin que precisemos muchas explicaciones. Los medios de comunicación utilizan la red como una extensión más, cada vez más apetecible, más consumida, más influyente, de su labor cotidiana. Las entidades públicas y privadas se valen de Internet como fuente de información y como altavoz para mostrar sus actividades, sus servicios, sus intenciones y pareceres. Todo un “maremágnum” de flujos informativos se suman jornada tras jornada, de modo que, apenas se produce un evento, sea del tipo que fuere, ya está en todos los rincones del mundo gracias a las redes informáticas.

 

Transformación abismal

La transformación en una década ha sido abismal. Por ello, nos hace falta cambiar también nuestro “chip” mental y pensar que Internet es un instrumento más, no un fin en sí mismo. “Internet es todo, pero no ha de ser todo… en nuestras existencias”. Conviene que sea un complemento, que no es poco. Además, nos permite actuar con tanta rapidez que el valor en lo tangible y en lo intangible es extraordinario, sin parangón posible con otras etapas de la Humanidad. Hay cantidad y calidad de información suficientes para que las inversiones económicas y en lo intelectual prosperen, como así sucede.

Sin embargo, la hoja de ruta que cada cual se debe marcar ha de pasar por espacios de convivencia, de ocio, de ingenio, de juegos, de búsqueda de los valores más humanos que tenemos, como la concordia, la solidaridad, la bondad, el amor, el cariño, la entrega, la inteligencia bien entendida, etc. Estos actos han de incrementarse gracias a estas TIC´s (Tecnologías de la Información y la Comunicación), pero para ello hay que poner un rostro humano a ese devenir, a nuestro actuar, al futuro que nos aguarda ya en el plazo medio y en una etapa un poco más alejada.

Aquí hay que apretar el acelerador de los procesos de aprendizaje, que se han de amoldar a las nuevas experiencias, dándonos las explicaciones que sean convenientes, procurando que no nos falten datos, mejorando las rutinas del consumo comunicativo, alentando una mayor unión y una menor competencia. No siempre hemos de ganar, no hemos de vencer en todo instante, sino que más bien es deseable, por sus resultados, convencer. Si nos acoplamos, si todos nos engarzamos, aseguramos un porvenir en paralelo y de manera pareja al desarrollo económico-tecnológico. Con esa clase de entendimiento, habrá más equilibrio, y desde esa moderación daremos con la clave de esa nueva arquitectura que nos viene de Internet, que no es otra que la búsqueda de quiénes somos. No se trata ni de ir ni de volver, ni de mirar hacia el conocimiento, que, como dice Kipling, está en nosotros mismos, aunque nos parezca que su origen son las máquinas. “Después de todo”, podemos decir, “las creamos nosotros”, ¿o no? La conciencia de ello nos puede dar la medida de todas las cosas, también de las informático-tecnológicas, lo cual contribuirá, como querían los clásicos, a que veamos en realidad como somos hombres y mujeres en este planeta azul llamado Tierra.