La lengua, la cultura y “la lengua literaria”

Está fuera de duda que el hecho literario es una realidad en donde confluyen los mecanismos con que la lengua cuenta, artificiosamente dispuestos por el autor- emisor, jugando con el vértigo de la tendencia a la ruptura de la norma, en busca de la liberación de las leyes que le vienen impuestos por el sistema lingüístico, desembocando en una solución posible dentro de la lengua, la cual, en realidad, coopera al proceso creativo gracias a su naturaleza creativa, por cuanto con recursos finitos puede lograr infinitas soluciones.

No obstante en el acto lingüístico (ilocutivo) existe un acuerdo general de colaboración entre el hablante y el oyente (emisor- destinatario), Principio de Cooperación que conlleva unas convenciones que deben y suelen cumplir los interlocutores: cantidad (hacer la contribución lo informativa que sea preciso, sin que sea más de lo necesario); cualidad (no afirmar lo que se considere falso, ni lo que conozca insuficientemente) relación (ser pertinente); manera (evitar la oscuridad y la ambigüedad y ser breve y metódico). Estas implicaturas pueden ser manipuladas y violadas, puesto que puede conocerse o no el Principio de Cooperación, no son la única interpretación posible del enunciado, dependerán de los supuestos acerca del mundo del hablante y del oyente y son cancelables, como sucedería por ejemplo, en una situación donde se dijera. “Al ver al guarda tiraron la caza”, con la implicación por pertinencia de que se refiere a cazadores furtivos, si a continuación no se dice “aunque iban perfectamente documentados”, añadido que cancela la implicatura de relación.

El autor-emisor puede manipular estos recursos que la lengua le ofrece a la hora de llevar a cabo un acto literario. En este sentido, son curiosas las posibilidades que se ofrecen en algunas lenguas orientales, como sucede en malayo, que llamaron la atención de L. Aragón en Blanche ou l´oubli (1967), en donde se detiene en enumerara dichas posibilidades, y con la enumeración hace una primera utilización literaria de las mismas:

“El yo , es peor que par las novelas, se dice saya entre iguales, cuando se hablan con cortesía; en los libros se escribe sahaya . Se escucha entre malayos, y así mismo entre malayos y europeos. Pero … el yo… dirigiéndose a un Rajah se dirá patek , y si estamos entre malayos, en la lengua familiar, aku … pero beta, por escrito, entre personajes oficiales del territorio. En lo que se refiere al pronombre vocativo usted (no existe el tú), la relación entre el hablante y el oyente se complica: un malayo dice tuan hablando con una señora china… pero si se habla a un Rajah dirá engku; tuanku , a un príncipe reinante; dato , a un simple malayo; baba a un chino nacido en Malasia; tanke , a un banquero chino, a un chino cualquiera, a un tamul, etc.” Y todavía existen gran número de variantes según el parentesco, la posición social, la edad y el sexo, que elimino en disculpa por la amplitud de la cita. Es decir, estas posibilidades que se dan en la lengua normal pueden ser literariamente organizadas. En nuestro ámbito cultural existe algo parecido, las fórmulas de tratamiento tú- usted . Tolstoy, en sus novelas, escritas en el siglo XIX para una clase social determinada, la aristocracia rusa, que hablaba ruso y francés, manejaba la distinción existente entre el tú y el usted en ruso y francés, de manera que se ajustara su utilización a la realidad (diglósica). Se utilizaba usted cuando hablaban en francés, cualquiera que fuesen los lazos de parentesco entre los interlocutores; cuando hablaban ruso utilizaban tú o usted , el tú entre conocidos, pero se hacía usted en momentos de emoción, cólera o desdén. Tolstoy, y que escribía en ruso el original, tenía que conseguir que pareciera la conversación en francés en determinadas situaciones, lo que lograba con la inclusión de las fórmulas tú o usted con arreglo al modelos francés y no al ruso. Aunque en ocasiones llama la atención al respecto, en otras, es éste el único recurso para saber qué lengua es la empleada en la conversación.

Tolstoy o cualquier autor se convierte así en un manipulador de las posibilidades lingüísticas; este ejemplo y el de la lengua malaya son exponente de ello. Nada de entre los resortes lingüísticos le es ajeno al autor de textos lingüístico- literario, puesto que no sólo escudriña en el sistema, sino que rellena lagunas sistemáticas, las cuales no se presentan en la norma lingüística. La teoría de la desviación de la norma , para caracterizar lo literario, podría interpretarse mejor, como descubrimiento de nuevas posibilidades sistemáticas, las cuales elabora el autor como nuevas construcciones, cuya futura utilización queda garantizada tras la presentación.

Es algo aceptado por unanimidad que la literatura y, en general todo el arte, es una forma de comunicación; no podría ser de otro modo. Cuando la comunicación es la función central del lenguaje y por tanto se lleva a cabo un acto social entre un emisor (autor) que envía un mensaje (texto literario) a un receptor (tú indefinido, o universal), utilizando un código (la lengua), por medio de un contacto (canal físico y conexión psicológica) para referirse a un contexto .

Desde un punto de vista pragmático la utilización de los deícticos , elementos señaladores, constituye la primera instancia, en donde el acto comunicativo se organiza en torno a estas expresiones (pronombres y demostrativos) de carácter indicial o señalador, que actúan a modo de coordenadas orientando el discurso en relación con un punto de orientación: personal, temporal e incluso modal, tanto en el plano de la enunciación (acto en sí de emisión), como en el del anunciado (texto emitido).

Las personas gramaticales (llamadas también voces por Genett) expresadas en las lenguas de nuestro entorno a través de los pronombres y las desinencias verbales, constituyen un recurso de enormes posibilidades para el autor- emisor sin que se tenga que salir del campo de la lengua en general, si tenemos en cuenta que puede organizarlas en diferentes estructuras comunicativas. En principio, yo es el emisor, tú , el destinatario, y él , el objeto de la comunicación. Por otro lado si distinguimos, como ya hemos apuntado arriba, entre enunciación y enunciado (acto en sí de emitir y texto emitido), yo es siempre sujeto de la enunciación, y tú siempre destinatario (en el caso de la obra literaria, genérico, o destinatario universal); sin embargo, en el enunciado yo, tú y él pueden ser sujetos (entendiendo por yo, tú y él , primera, segunda y tercera personas, respectivamente); si además reparamos en las peculiaridades del plural de los personales, las posibilidades prácticas que el autor tendrá a su disposición serán enormes. En la comunicación ordinaria o cotidiana los papeles de emisor y receptor son intercambiables, pero en la literaria son inmutables, pues el emisor, sujeto. Por tanto, de la enunciación, es el autor, y el receptor- destinatario sólo existe en potencia (los posibles lectores). Dentro del enunciado (texto) son los personajes- objeto los que operan en un circuito comunicativo similar al común, pero articulados por el emisor real, que es el autor, a través de los hilos de la enunciación, del enunciado y de las nuevas situaciones de enunciación, incluidas en el enunciado literario.

Es preciso dejar constancia de la sobre posibilidad que presentan las lenguas, en cuanto a la modalidad, oral y escrita, ya que si lo más frecuente en la práctica normal lingüística es la modalidad hablada, en la literaria es la escrita. A pesar de esto. Puede practicarse la literatura oral, y por otra parte la comunicación no- literaria llevarse a efecto por escrito. Aunque en ambos casos algo existirá propio del medio utilizado, sin que la correspondencia entre lengua hablada y la escrita llegue a ser isomórfica, tanto es así que en algunos casos como sucede en japonés, el lenguaje escrito llega a tener caracteres de traducción con respecto al hablado, diferenciados de manera tan exagerada por razones históricas. En el lenguaje ordinario, gracias a la transferibilidad de medio es posible el paso de un lenguaje a otro e incluso de otros medios, como el gestual.

El autor puede elegir y manipular uno u otro medio, pero una ve elegido el resultado no es transferible; un mensaje ordinario puede transformase en otra expresión o trasladarse a otro medio, pero el artístico(literario)nace para no ser modificado, y si lo es, como ocurre en las traducciones, ya no será igual, será una interpretación, en todo caso.

Las lenguas, concreción del lenguaje, están en relación con el mundo y la cultura, la obra literaria, igualmente, y aunque las referencias se llevan a cabo a través del texto, no se puede perder de vista que éste se pondrá en relación con la realidad en función de la lengua en que se escriba, lo que determina la utilización de unas u otras expresiones, con repercusiones claras en las traducciones. En latín se diferenciaba niger (“negro brillante”) de ater (“negro opaco”), mientras que en nuestra lengua esa diferencia no es pertinente; o imaginémonos, cómo expresaríamos en nuestra lengua los numerosos vocablos con que cuentan los esquimales para referirse a las distintas clases de nieve (“nieve en polvo”, “nieve de primavera”, etc.) o, en el mismo sentido, los numerosos vocablos que existen en lenguas de Australia para dar cuenta de diferentes clases de arena. El autor puede mezclar textos, manejar mundos, cruzar códigos, con los recursos que la lengua le ofrece, que sólo tiene que detectar y concretarlos como propuesta. Es hacer de la plurivocidad de la lengua, la intertextualidad, en sentido lato, pudiendo utilizar el mundo predeterminado por la lengua, como texto, y los textos como mundo.

En fin la “lengua literaria” hay que entenderla como un nivel de lengua en el que junto a los elementos normales de la lengua se incluyen otros elementos que con frecuencia no aparecen en la lengua común, pero que gracias a una mayor agudeza en la competencia del autor son ofrecidos por medio del mensaje literario al destinatario, en la mayor parte de los casos, colectivo.

Todavía quedan algunos resabios que sitúan el estudio de la obra literaria en particularidades del autor, pueden estudiarse los hechos dentro de otras perspectivas, pero para estudiar lo que caracteriza la “lengua literaria” el lugar de trabajo es el lenguaje, pues lo que se ha dado en llamar “lengua literaria” se encuentra como posibilidad en la lengua.

La “lengua literaria”, en consecuencia, no es sino un resultado lingüístico, como otro, sólo que gracias a la habilidad del autor- emisor, aprovechando la versatilidad de la lengua, investiga posibilidades sistemáticas ocultas o veladas en la norma.