La cultura de la imagen en la era de Internet (Diversas consideraciones)

La etapa en la que estamos está caracterizada por la imagen. Es la nueva cultura, o, en cierto modo, la cultura de siempre. De alguna manera, en todo momento ha sido así. Lo visual impera. Por ello todo se ciñe a este aspecto, a lo gráfico, por llamativo, por atractivo, por engullir lo demás, por sobreponerse al resto de perfiles de la existencia humana. Hay imágenes que valen más que mil palabras, y hay otras que valen menos. Las generalizaciones no siempre son exactas, ni bueno que las aceptemos a pie juntillas. Conviene poner en cuestión todo lo que recibimos, sobre todo si es contundente, si se traduce desde lo absoluto. Recordemos que lo relativo es lo que normalmente vale, cuando se hace desde la cultura, desde el conocimiento, desde la inteligencia de todos. Tengamos presente que no vemos más que los demás: todos juntos sí vemos más.

Pues sí: todo este saber que acabamos de exponer en el comienzo del artículo de esta semana se puede interpretar en lo que concierne al uso de Internet. Todo es una verdad de porcentajes, es decir, una verdad de las buenas siempre que la veamos como escenario de unos conocimientos que tienen valor en el conjunto, y no exclusivamente en una parte.

Dice Farias que la aprehensión de la realidad pasa por su interiorización y asunción desde el trance del aprendizaje. Le damos la razón, añadiendo que hay que tener la cautela de la mesura, del saber contextualizar, y eso supone sacrificio en el proceso formativo, que no se ha de dejar al albur de lo que sucede o pueda suceder. La impronta se consigue en el día a día, y no por generación espontánea: no suele ser así.

Internet, con sus millones de visitas diarias, ha de sustentarse en un cierto camino de sensatez y de búsqueda de fuentes fiables. El contraste de hechos, de opiniones y de pareceres de diversa índole debe ser la premisa que nos coloque en el lugar de la eficacia. La plataforma que es Internet sólo nos otorgará el oportuno beneficio en cuanto seamos capaces de rentabilizar todo lo que alberga. Hemos de saber optar entre todas las variables, sacando partido a nuestro tiempo de ocio y/o de vacación. No actuar así es perder el tiempo y no aprovechar los recursos disponibles. El mundo no está para ello.

A menudo pecamos de ingenuos. Pensamos que las cosas se aprenden fácilmente y sin invertir el necesario tiempo en ellas. Eso nos dice la moda, los medios de comunicación, y los valores sociales en los cuales estamos incardinados. Fallamos, al menos un tanto. Puede que por casualidad a veces ocurra así, pero no ha de ser el itinerario a seguir. Los resultados no suelen ser, en el medio o largo plazo, lo suficientemente atractivos o elocuentes. Los avances merecen una optimización desde el positivismo.

Impronta perenne

La singularidad únicamente se conoce a partir del conocimiento específico de la generalidad, según explica E. Thomson. Las palabras, como dice el refrán popular, se las puede llevar el viento. Como explican los expertos, esto no ocurre en Internet, donde quedan grabadas por siempre (otra cosa es cómo recuperarlas cuando las borramos del formato y de la ubicación donde estaban impresas). Por ello, desde el aprendizaje concreto, y a través del valor de las palabras, hemos de considerar cómo podemos formarnos de la mejor manera posible en la Red de Redes, eso sí, utilizando los diversos y numerosos y múltiples programas que acoge Internet.

La perfección, indica el adagio inglés, no es un accidente, esto es, no llegamos a ella por casualidad, o por error. Arribamos a sus confines, si ello es posible, después de mucho esfuerzo y tesón. Por eso no podemos quedarnos de brazos cruzados ante lo que acontece en un mundo que viaja demasiado deprisa para advertir las anécdotas y vivencias del paisanaje.

Los términos y los saberes de Internet tienen un fuerte valor en sí. De ahí que hemos de ser capaces de entresacar esos enormes patrimonios culturales y formativos que explican mejor que ninguna otra cosa la fortaleza de un nuevo sistema de vida que ha de basarse en el ser humano como medida de todo lo que existe. De lo contrario, no habremos visto el porqué de este avance, que supera con creces, de manera infinitesimal, a todo cuanto es o ha sido hasta ahora. Pensemos en el valor de las palabras, en lo que valen, en que no tienen precio, en lo que nos regalan, en lo que podemos ser gracias a ellas. Gracias también a Internet. Estoy convencido de que las generaciones venideras agradecerán nuestros desvelos. Nuestro deber es hacer todo lo posible para que el discurrir que trazan las nuevas tecnologías nos lleve por el sendero o los senderos que nos sean más adecuados.