La contemplación

Razono un poco. No dedico mucho tiempo: puede que el suficiente. Supongo que es la mirada, esos ojos que todo lo dicen, que nos persiguen con sus cuestionamientos, con sus vacilaciones, con todo lo que tiene sentido, con lo que no también. Advertimos las cenizas de esas transformaciones que nos proponen continuar con la vertiente menos clara.

Estamos bien, o eso parece, y volvemos sobre las huellas que nos divirtieron con normas que nos enseñaron el valor de la contemplación, de ese análisis tan estimado y con puesta en escena.

 Y miro, e imagino que la mirada hace que todo tu ser llegue a mí, y puede que el mío al tuyo. Hay una especie de reflejo, de ecos, de novedades, de sensaciones airadas. Nos dejamos las puertas abiertas para poder atender todo. Hemos buscado algunos sonidos con aromas de presencias delicadas. Nos volvemos con unas rutinas que apoyan los mejores dominios, que hemos de conocer con esos ojos que señalan mucha complicidad. Hemos asustado a ambos corazones, pues hemos detectado mucha chispa en lo que hemos realizado.

 Todo sale bien, y saldrá, porque estamos unidos en ese sentimiento de nexo total. Nos conocemos, y más nos vamos involucrando. La mirada es básica. Estamos bajo mínimos, pero, poco a poco, daremos con el destello menos sepulcral. La historia nos devuelve a las consideraciones más procuradoras de justicia y de paz (por ese orden). Los valores nos encuadran en esas raciones que no tomaremos en este día. Mañana puede que sí. Guardaremos fuerzas.

 Hablo de la mirada, de su valor (que no de su precio), de lo que nos procura satisfacción, equilibrio, sensaciones de brillos lustrosos; me refiero, sin vacilación alguna, a ese regalo que me sabe a don, a experiencia, a meditación, a realidad, a todo, o casi… Espero. El milagro de estar bien sencillamente está ahí.