La comunicación y la palabra como base de todo

Miro a mi interior. Reflexiono. Me veo a mí mismo y a los demás. Me conjugo y me conjuro para hacer posibles arreglos y cambios, mejoras en definitiva. Hablo de la palabra, del entendimiento, del conocimiento que adquiere la causa con la que deseamos seguir adelante. Nos planteamos un poco de estímulo, y un poco más, hasta decir que nada humano nos está alejado. Pensamos en sentimientos, y con ellos nos embarcamos en una singladura colmada de rumbos hacia otros escenarios. Nos conseguimos en la comunicación, que es todo, que nos refiere todo, que en todo es una y universal, amplia, extendida hasta los confines de la memoria, que no ha de fallar en lo genuino y esencial.

Respiro con el término consenso, con la solidaridad que es premisa en el flujo comunicativo con el que ofertamos lo que llevamos dentro. Todo es comunicación, y todo ha de ser como resolución de conflictos, como punto de cercanía, de amor y de respeto. Lo que no se sabe se ha de conocer a través de la extracción de datos y de las circunstancias que les acompañan. Ha de ser así.

La vida es un puñado de momentos que hemos de utilizar para aprender, para justificar y para entender lo que nos sucede, que es mucho o poco dependiendo de los ciclos, de los instantes más o menos definitorios.

Juzgamos cuanto se multiplica por un plano de igualdades en lo que se refiere a posibilidades de preguntar y de responder. Nos sumamos con esos beneplácitos que han de ser las expresiones de amistad que nos envuelven. Queremos, podemos, debemos ser cómplices de una felicidad a prueba de falta de estima o de resultados materiales, suspendidos en un vacío de valores que no deseamos comprender.

La palabra es todo. En el principio fue la palabra, y el verbo se hizo humano, y lo humano conquistó la Tierra, esperemos que, a la larga para bien, para mejor, y no para lo que nos parece hoy en día. De nuevo, la palabra es el origen, ha de serlo, para ver esencias, para deleitarnos con ellas, para apaciguar ánimos y comprender que no somos si no estamos juntos. Las huellas del camino nos han de marcar otro trazado, otro ritmo, y mejores y más gratos anhelos.

Miremos al lado, y veamos al otro, y, si no somos capaces de otearlo y de comprenderlo, preguntemos quién es y digamos, en paralelo, quiénes somos. Caminemos luego parlando y parlamentando de y sobre lo que queremos hacer… juntos. Estamos listos. Debemos estarlo.

Juan TOMÁS FRUTOS.