La comunicación kinésica y su influencia

La intercomunicación a través de los signos y símbolos gestuales es la más genuina y la más influyente. No cabe duda de ello, por lo que iremos diciendo a continuación. La semblanza de lo que deseamos contar se ciñe bastante con los gestos y los símbolos de las cuestiones que ocurren, y lo hace con una certera admisión de caracteres. Somos, en el 80 por ciento de lo que comunicamos, el aspecto visible y visual, la percepción que gráficamente queda en las retinas de cada cual.

El gozo, las sonrisas, los movimientos, los silencios con ademanes de diverso género… nos dicen lo que somos, lo que pretendemos ser, lo que llevamos en el interior, aunque digamos otra cosa. Si hay contradicción, y eso es sabiduría popular, nos quedamos con lo que vemos y no con lo que indicamos oralmente o por escrito. Seguimos normalmente no a las palabras sino los hábitos de los que nos rodean.

Con el tiempo, las actitudes nos señalan el camino, y éste queda trazado, salvo que cambiemos de posturas y de formas. Por eso es tan importante que hagamos lo que decimos, porque eso nos da coherencia, y, por ende, credibilidad. Debemos compatibilizar el verbo con la acción, y, de esta manera, el uno y la otra acaban complementados.

La asunción de competencias ha de ir acompañada de pensamientos fortalecidos por la realidad de cada día, que ha de tener como sustento hechos, que no razones únicamente. Con ellas, con las razones, con los criterios válidos, llegamos un poco más allá, más lejos, con más definición respecto de lo que nos complacería ser.

La “kinesia” es un lenguaje universal, que existe desde el origen de los tiempos. Todos comunicamos con los sentimientos, que constituyen un nivel básico para dar a entender lo que somos y lo que anhelamos. La tristeza, la alegría, los desencuentros, las paciencias o impaciencias, la nostalgia, el amor, la solidaridad, el afecto, etc., son actitudes que nos caracterizan en el deambular diario. Además, se perciben, sobre todo, por lo que hacemos u omitimos. El aspecto es básico. Da igual lo que digamos. Somos lo que efectuamos finalmente, lo que realizamos de verdad.

En consecuencia, conviene que tengamos muy presente el envoltorio externo, que pensemos que lo que comunica es nuestra imagen y la estampa de lo que representamos cada jornada. Influye, sin duda, y más de lo que pensamos. Si meditamos sobre lo que vamos a decir, sobre el contenido de las cosas, y ése es un consejo que debemos repetirnos, no debemos olvidar el continente, que es la superficie que puede hacer atractivo e interesante lo que postulamos con más o menos reflejos, desde una interioridad más o menos definible.

Asimismo, destaquemos que aquí no valen fingimientos. Hemos de atesorar raíces y deseos tan auténticos que no tengamos que demostrar lo verosímil. Lo que debemos defender es que siempre nos mostremos con la verdad por delante, con su búsqueda, con la mejor intención de llegar a ella. Es, como decimos, lo deseable. Pensemos que lo que vemos nos llega por más sentidos que lo que escuchamos, y por lo tanto se ha de tener más presente.