La comunicación genera amistad

Son dos procesos, dos hechos, dos resultados desde orígenes compartidos. No se entiende la una sin la otra. No podemos concebir la amistad sin una verdadera comunicación, sin que planteemos todas nuestras dudas, nuestros sueños, nuestras simpatías y errores, si los hubiere, sin que hablemos de lo que ocurre, de lo que nos perturba, de lo que nos interesa y nos complace, de aquello que nos otorga un valor añadido, de aquello otro que no revierte tanto en el resultado apetecido, de todo, vamos.

Hemos de conversar, de platicar, de consultar, de expresar lo que portamos en el interior, con el afán sincero de recabar perfiles que ayuden a que todo crezca de la mejor manera posible.

Si no hablamos de todo lo que nos concierne, de lo que nos ocupa y preocupa, no podemos considerarnos amigos de quienes nos rodean. Por eso, el concepto de amistad es mucho más amplio que el de familia. Ésta nos viene dada con determinadas condiciones y circunstancias, mientras que a los amigos los elegimos nosotros, y, además, lo lógico es que la elección tenga que ver con planteamientos de conocimiento previo. Debe.

No podemos, pues, hablar de amistades respecto de los meros conocidos. De un amigo hemos de saber su comportamiento, sus actitudes, sus gustos, sus intereses y objetivos, sus fortalezas y debilidades, lo que haría en situaciones más o menos delicadas o extremas, etc. Si dudamos, si no sabemos con certeza lo que podría llevar a cabo, es que no lo conocemos bien, y, si no somos capaces de hablar de él desde el conocimiento previo, es que es un verdadero amigo: vamos, que no lo es.

Claro que el fracaso en la elección o en la definición siempre es de quien la hace. Los amigos no nos dan largas, no nos defraudan: somos nosotros, si los consideramos como tales, los que hemos optado mal, en el caso que no nos ayuden o no contribuyan ante una necesidad que nos surja. La vida es tan amplia que hemos de saber dar con respuestas, porque las hay variadas, ricas en espíritu, amoldadas a cada cual.

Es evidente que, para elegir bien, hemos de tener tiempo, hemos de saber escuchar, hemos de tener una labor pro-activa que nos transporte a resultados de conocimiento del otro o de los otros. Si no hacemos estos “deberes”, difícilmente daremos con los resultados de entrega y de devoción mutua que han de caracterizar a toda amistad que se precie.

Por resumir, no hay amistad sin comunicación, ni comunicación que no derive en amistad. Ya se sabe que el roce hace el cariño, y el primer acercamiento nos viene de la palabra, de los gestos, de las intenciones y hechos que manifestamos con los diversos códigos y lenguajes que manejamos, o que podemos manejar. Frecuentar las dos caras de la misma moneda brinda una riqueza intangible que podemos saborear cada día.