Interpretar la comunicación kinésica

Mirar cada día es aprender. Lo ideal es comprender, al mismo tiempo, lo que nos trasladan los diferentes signos o símbolos que recibimos. En este mundo de prisas, a menudo hay que caer en la cuenta de que las verdades no son absolutas, y que lo normal es que se presenten con una carga importante de relatividad. Así deberíamos verlas. Hemos de pedir que se respeten valores universales.

La tolerancia, la voluntad, la buena voluntad, los deseos de llevarnos bien, de entendernos, de ser entre los demás, con los demás, desde los otros, la solidaridad, la comprensión y la compasión, el escuchar a los que no ven las cosas como nosotros, el mirar al de al lado, etc. son expresiones de una madurez que hemos de defender férreamente.

Sepamos, por consiguiente, interpretar lo que acontece, tras análisis más o menos concienzudos, después de sopesar lo que ocurre, de considerar lo que se nos ofrece desde ópticas y sensibilidades formidables, grandes, sinceras. Contemplar las luces y las sombras de lo que sucede nos ofrece criterios con los que convivir.

Señalan los expertos en la figura del Rey Salomón que éste sabía “entre-leer” lo que se decía con palabras, lo cual quiere decir que interpretaba lo que llamamos el lenguaje o los códigos gestuales o “kinésicos”. Nos recuerdan los analistas de la imagen, sobre todo de la televisiva, que es el aspecto, que son los movimientos, que son los gestos los que más comunican, hasta el punto de que el 80 por ciento de la influencia de los mensajes nos viene de los perfiles externos que transmitimos, superando a la interioridad de las palabras.

Hay que saber, pues, leer entre líneas. Los hechos son irrefutables, pues se perciben, pero tengamos en cuenta que la comunicación es el contexto. Lo que veamos hay que saberlo analizar bien. Escudriñemos lo que sucede alrededor. Sepamos lo que es, y preguntemos cuando hallemos circunstancias que no tienen sentido, o que no poseen el suficiente para nosotros. Preguntar ayuda, y volver a cuestionar mucho más.

Un apasionado de la lectura relee los libros, pues encuentra en ellos historias complementarias, aledañas a las que vio la primera vez. Alimentamos las vueltas que les damos a los libros con las circunstancias que tenemos en cada ocasión. No lo olvidemos. Aparte de los encuentros que nos proporcionan las diversas obras, podemos toparnos con reencuentros. Limpiemos, por lo tanto, los cristales con los que miramos, los reales, los virtuales, y los metafísicos. Adelantemos el paso para contemplar más de cerca aquello de lo que podemos aprender. Tratemos de considerar lo que aparece entre las líneas más claras y manifiestas, y seguro que daremos con condicionantes o posibilidades que nos engrandecerán como personas. Y tanto. Llegaremos a comprender que la vida es mucho más de lo que se presenta en su superficie.