Intención y sensibilidad en el habla y en la escucha

Hablar y escuchar: ésa es la base sobre la que construimos el intercambio de pareceres tan sustancial en el aprendizaje humano. El proceso de comunicación, tan repetido en manuales y charlas, es todo un fenómeno de posibilidades abiertas, donde los trayectos y resultados tienen más que ver con las sensibilidades y con las vocaciones de cada cual, esto es, de las personas que comunican, que con el propio afán en sí.

La sensibilidad es fundamental para llegar a los otros. Los afectos, los sentimientos, los intereses subjetivos, las intenciones (las buenas son las que defendemos), los aspectos cognitivos en su grado más supremo… todo conforma una realidad que nos ha de transportar a un brillo donde la normalidad ha de lucir constantemente. Ésa debe ser nuestra pretensión, ahora y siempre. Es mi perspectiva personal, claro.

Todos los elementos cuentan: emisor, receptor, mensaje, canal, códigos, contexto, retroalimentación, etc. La cesión de intereses, la confluencia del habla y de la escucha y los perfiles más pro-activos han de determinar la calidad de un proceso donde todos podemos ganar con su puesta en marcha, con su continuidad expresiva y con la receptividad de los fines que se persiguen más o menos explícitamente.

La vocación ha de ser la del entendimiento. Los otros nos interesan, y hemos de procurar que nos lleguen sus contenidos, como a ellos les deben llegar los nuestros. Ése es el viaje que hemos de protagonizar día tras día, sin descanso. Debemos poner todo el empeño del que seamos capaces para atesorar conocimiento y consenso. No se puede entender el uno sin el otro. No cejemos en esa pretensión, que produce más luces que sombras.

Ponernos en el lugar de quienes comunican con nosotros o con los cuales queremos comunicar es el sustento de todo el proceso. Movámonos, pues, con sus visiones, con sus similitudes y diferencias, con lo que hacen y con lo que no. Vayamos hacia ese portal de consumaciones de credibilidades. Sin ellas, no somos en este proceso, en el cual tenemos que creer desde la experiencia, cumplimentando el formulario de la existencia humana, construida sobre muchos vectores de influencia.

El nexo, por lo tanto, ha de ser el resultante de expresarnos teniendo en cuenta todos los resortes y/o elementos del proceso comunicativo, desde el camino de la sensibilidad y con el afán permanente de comprender a los que nos hablan o nos escuchan. Tengamos en cuenta que hay mucho en juego, y que, además, podemos ganar mucho más que perder. El corazón y la mente son los ejes sobre los que edificar el conocimiento y la complacencia, y así ser mejores personas.