Juan Tomás Frutos
Querida amiga: No nos conocemos, porque no nos conocemos ciertamente, para que te mande esta carta de amistad, pero por algún punto hay que empezar. Sí, ciertamente sabemos el uno del otro, y hasta creo que tenemos por ahí algún amigo en común. Está bien. El mundo está constituido de círculos concéntricos.
Una de las propuestas que me he impuesto, para generar situaciones en positivo, es mandar cartas de amistad, y, como creo que el movimiento se manifiesta andando, comienzo con mi misiva, que creo que, por justicia, te mereces tú. Me explico. Has defendido siempre, y a menudo de la misma nada, un ágora de convivencia, un portal de vecinos, un punto de reflexión, una plaza para un grupo de amigos a los que nos unen aficiones variadas por la literatura y por las letras, y, en consecuencia, por la paz. El empezar, como decía Cervantes, es ya la mitad del camino.
Realmente entiendo que has hecho una muy buena parte de la senda que seguimos todos los días por este bendito planeta Tierra. La literatura, las letras, el escribirnos cosas desde esa labor de generar amistad en la que crees, es un cimiento básico, esencial. Tus escritos son muy efusivos y elocuentes: buscas estar cerca, aproximarnos, tocarnos, sentirnos parte de la misma textura. El rozarnos, literariamente en este caso, es un eje vertebral para que funcionen las iniciativas diarias.
Somos muchos por doquier, en asociaciones, en la calle, en entidades de todo orden, y eso a veces se manifiesta en ciertos problemas, en tensiones, en palabras mal empleadas o mal entendidas, o en un poco de todo. El estar en sociedad entraña los riesgos de las desavenencias, pero también la oportunidad de conocernos, de entendernos, de perdonarnos, de percibir que podemos construir una gran comunidad con unas voluntades solidarias y bien intencionadas. Ésa es la pretensión, la tuya, querida amiga, y la de muchos que aquí estamos.
Me gusta que a menudo nos mandes una frase de amistad o de querencia sin previo aviso, sin que sepamos el porqué. Es mejor así. No debe haber un motivo prefijado para decirnos lo que nos amamos y respetamos. Los sentimientos se demuestran con hechos, dando cuenta de lo que somos, de lo que experimentamos y apostando por aquello en lo que creemos.
También es una delicia acercarnos a tu día a día a través de párrafos que nos trasladas con naturalidad, de circunstancias cotidianas que nos alumbran tu enorme humanidad desde una óptica tremendamente ilusionante. Me encanta que compatibilices todas las áreas de tu vida, que se reflejan estupendamente en ese constante encuentro que acentúas y al que mimas como a un hijo tuyo.
Nadie es un modelo de nada, pero sí creo que conviene que resaltemos las buenas obras, las extraordinarias iniciativas con las que convivimos. Hay existencias singulares. La tuya es una de ellas, puesto que, incluso con sus elementos más pequeños, contribuyes a hacer de un día cualquiera un día grande y excepcional.
Gracias por estar ahí, y por dar tanto calor y compañía en un mundo con demasiadas soledades. No olvidemos que, a veces, éstas nos pueden aún estando acompañados. No es tu caso.
Un fuerte abrazo,