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FALLECE MARGARITA LOZANO DOCTORA HONORIS CAUSA POR LA UNIVERSIDAD DE MURCIA

La actriz lorquina Margarita Lozano que el 22 de mayo de 2015 fue nombrada doctora Honoris Causa por la Universidad de Murcia fallece esta madrugada. Tenía 91 años, y había trabajado con directores como Buñuel o los hermanos Taviani. Ha fallecido en su casa, situada en la playa de Puntas de Calnegre, lugar donde residía deste hace años. La misma casa en la que la Revista Campus le hizo una entrevista con motivo de su doctorado honoris causa que reproducimos a continuación como recordatorio y homenaje.
DEP.

“ES MUY EMOCIONANTE SABER QUE CUANDO ESTÁS EN UN ESCENARIO ESTÁS DANDO VIDA”, MARGARITA LOZANO, DOCTORA HONORIS CAUSA”

“La Universidad de Murcia ha hecho muchas cosas por la cultura”

“Lo que hago es desentrañar las vidas y los secretos de mis personajes y sacarlos al exterior”

Si este escrito con vocación de entrevista fuese una novela, bien la podría haber firmado Salinger, el autor que, después de escribir la que fue prácticamente su única novela, “El guardián entre el centeno”, decidió aislarse del mundo. Y si fuese un sello sería el de un centavo magenta de la Guayana británica: único en el planeta. Resulta proverbial la aversión de Margarita Lozano a las entrevistas, de las que ha huido desde tiempo inmemorial. Así se especificaba incluso en todos sus contratos: que la actriz estaría exenta de cualquier tipo de conversación con la prensa.

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La actriz expresa su felicidad al terminar el acto. Foto: Ana Martín.

“Yo no hago nunca entrevistas –había aleccionado días antes al cronista-: me parecen interrogatorios. Prefiero charlar y de ahí sacáis lo que consideréis”.

Con esta exigua esperanza quedamos con Margarita Lozano, la actriz que el pasado 22 de mayo de 2015 recibía el doctorado Honoris Causa de la Universidad de Murcia, un galardón en el que actuó como padrino el profesor Joaquín Cánovas.

Margarita Lozano es la segunda actriz que forma parte de este brillante elenco. El primero fue nuestro también paisano Paco Rabal, que, exactamente veinte años antes que ella, se convertía en el primer actor con esta distinción en las Universidades Españolas.

En 1958, contando tan sólo 19 años, Margarita Lozano dejaba la ciudad de Lorca para encaminarse hacia Madrid, una ciudad que contemplaría ese mismo año el abrazo de Eisenhower a Franco, y que vería regresar victoriosos a Bahamontes directamente desde París con nuestro primer Tour, y al Real Madrid desde Alemania, trayendo su cuarta copa de Europa. Un año en el que Ana María Matute se alzaba como vencedora del Premio Nadal con su novela “Primera memoria”;  en la que Vicente Parra y Paquita Rico hacían llorar a media España con el filme “¿Dónde vas, Alfonso XII?” y Severo Ochoa conseguía el premio Nóbel de Medicina.

Son hechos que Margarita Lozano contemplaría en la distancia, mientras intentaba abrirse camino como diseñadora en alguna revista de moda antes de comprobar que su auténtica vocación, su pasión, que ya comenzaba a ser irrefrenable, iba por otros derroteros bien distintos.

En aquellos años, en los que la posguerra iba quedando definitivamente atrás, una joven Margarita Lozano acudía con cierta frecuencia, en compañía de Jesús Franco, a una lechería ubicada en un callejón cercano a la Puerta del Sol, donde, con un par de pesetas que habían podido juntar, se pertrechaban de un vaso de leche y unas bolas con crema “que nos quitaban el hambre para todo el día”.  “No necesitábamos más –asegura- para sentirnos en la gloria”. Y así ha continuado siendo para esta eterna niña que huyó siempre de manera consciente de los falsos relumbrones de la fama y la popularidad, y de todo aquello que había de ser comprado con mucho dinero: “Esa postura mía siempre me ha hecho más libre, ha permitido que mi vida sea fácil”.

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La actriz con su familia y Joaquín Cánovas. Foto: Ana Martín.

Guadiana artístico

Margarita Lozano ha sido siempre una suerte de Guadiana cinematográfico y teatral, una fuerza interpretativa de la naturaleza capaz de conmover hasta los cimientos a los espectadores a través de los personajes que encarnaba, que desaparecía cada cierto tiempo.

Felizmente descubierta por Miguel Narros para la interpretación en la segunda mitad de los años 50, alternó sus trabajos en teatro –obras clásicas en su mayoría- con actuaciones en el cine a las órdenes de directores como Fernández Ardavín o Luis Lucia.

Pero fue “Viridiana” de Luis Buñuel, ganadora de la palma de oro en Cannes en 1961, con aquella elocuente partida a tres entre Paco Rabal y Silvia Pinal, que la censura de la época –tan pacata como torpe- no supo ver en su auténtico significado, la película que la encumbró.

“Los tarantos”, de Rovira Beleta; “Los farsantes”, de Mario Camus… son los últimos títulos en los que trabaja antes de que un avispado Carlo Ponti decidiera llevarla al cine italiano, donde trabajó a las órdenes de directores como Dino Risi o Pasolini. Y cómo no, junto a Clint Eastwood en “Por un puñado de Dólares”, de Sergio Leone.

Los años 70 marcan para Margarita un retiro de los platós y los escenarios, dedicándose por entero a su familia, con la que marchará a África. Hasta 1982 no regresa la gran dama de la escena. Y  lo hace nada menos que a las órdenes de los hermanos Taviani, que la convierten en protagonista de “La noche de San Lorenzo” y con quienes trabaja en las dos décadas siguientes hasta en cinco películas. También en España toma nota de sus posibilidades Manuel Gutierrez Aragón, ofreciéndole un papel fundamental en su filme “La mitad del cielo”, que vale a Margarita el premio de la Asociación de Cronistas de Nueva York. Desde entonces, la actriz alterna sus trabajos en Italia y España, frecuentando cada vez más nuestro país y la región que le vio nacer, hasta establecerse definitivamente en Murcia cuando quedó sin su compañero.

Una casa azul como los sueños

“No tiene pérdida –nos había dicho horas antes por teléfono-, mi casa es una azul frente al mar”. Y allí está esperándonos la actriz, a la que una molesta fascitis, mantiene en  obligado reposo.

“Es una mala playa, pero a cambio, aquí se goza de una tranquilidad absoluta”, asegura Margarita Lozano, para quien la independencia, el sosiego y la soledad buscada son prendas que no tienen precio. La actriz confiesa que ese paraje,  donde vive de manera intermitente desde finales de los años 80, y desde hace siete de forma estable, es el ideal para su forma de entender la vida, un premio al final del camino. “No podía haber encontrado un lugar mejor, me gusta este lugar porque me siento libre, independiente. Aquí la gente es muy buena, me recuerda mucho a África…”.

Margarita ha disfrutado del paisaje y el paisanaje allá donde ha estado. Si primero fue Italia y después su querida África, más tarde se afincó nuevamente en Italia, en su añorada finca de Bagnaio, provincia de Viterbo, en el Lazio, a ochenta kilómetros de Roma, donde actualmente vive su hijo.

La libertad ante todo

Cuando a finales de los 50 Margarita Lozano se instala en Madrid, se percata  de un rasgo de su personalidad que le acompañará durante el resto de su vida: “Me di cuenta de que no necesitaba el dinero. Nada de los objetos para los que hace falta dinero me llamaba la atención: ni trajes, ni zapatos…”, una característica que, desde aquellos tiempos en los que vivía en la capital en una habitación con derecho a cocina, le ha hecho la vida mucho más fácil. “No depender del dinero da mucha libertad, por eso me da pena cuando veo a los actores que empiezan cómo se meten enseguida en préstamos para comprar el coche o el apartamento, lo que los obliga a tener que aceptar cualquier trabajo por pura necesidad”.

A Margarita le gusta rodearse de objetos junto a los que se siente feliz: libros, un maletín con fotos antiguas, una antigua carta… Un cuadro de Miró y una figura ecuestre de Giorgio de Chirico son mudos testigos de nuestra conversación, durante la cual se detiene de vez en cuando para hacernos partícipe de viejos recuerdos, nos pide que le acerquemos determinados objetos, o pone en el televisor determinados pasajes de ópera sobre los que nos cuenta alguna anécdota.

La casa posee grandes ventanales y claraboyas por  donde irrumpe la luz cálida del Mediterráneo y, repartidos por las las habitaciones, diversos muebles y recuerdos de su estancia en África, un período que la actriz sitúa entre las etapas más entrañables de su vida: “No he visto nunca gente más hospitalaria que la que conocí allí, ¡qué bondad!, es el sitio que más quiero”, afirma con una sonrisa que en ella tiene siempre la virtud de excluir cualquier matiz de añoranza. “Cuando llegué a África me sentí desde el primer momento como si siempre hubiera vivido allí”, comenta.

El trabajo de ingeniero agrónomo de Sandro, su esposo, llevó a la pareja y a su hijo, que por entonces contaba con seis años, a recorrer varios países africanos: dos años en Madagascar, otros dos en Alto Volta (actual Faso), Senegal, Marruecos… “¡Qué época tan bonita!”, dice con los ojos iluminados.

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Momentos antes de su investidura. Foto: Ana Martín

A Margarita no le gusta la popularidad, y sobre todo “no me gusta que me quite independencia”, afirma la actriz, para quien el hecho de ir por la calle sin que nadie la reconozca, es lo mejor que podía haberle pasado en su vida de artista. Por eso, el hecho de que una mujer que viajaba junto a su pareja creyera haberla reconocido, consiguió ponerla nerviosa, hasta que el marido le dijo a Margarita que habían ido juntas al colegio.

“En todo el tiempo que estuve en Italia –afirma- no hice ni una sola entrevista en televisión”, ni siquiera ahora, que se celebra el cincuentenario de la cinta de Sergio Leone “Por un puñado de dólares”, y han intentado su participación como una de las pocas intérpretes vivas del filme, han podido conseguir sus declaraciones.

El filme de Leone inició la primera etapa italiana de la actriz, que se trasladó a Roma, y trabajó durante siete años a las órdenes de directores de la talla de Mauro Bolognini, Pasolini o Tinto Brass, hasta que se trasladó a África. Sería ya a comienzos de los 80 cuando inauguró la segunda parte de su trayectoria, con los hermanos Taviani convirtiéndola en actriz protagonista de filmes como “La noche de San Lorenzo”, “Kaos” o “Good Morning Babilonia”.

En 1986 regresa al cine español tras un paréntesis de más de veinte años, y lo hace de la mano de Manuel Gutiérrez Aragón, en “La mitad del cielo”, que se estrenó en España con el personaje de Margarita doblado: “No puedo ni ver la película, cuando la vi la primera vez, me gustó, pero me llevé una gran decepción, y ya no he vuelto a verla”. Fue su acento italiano, adquirido tras veinte años de estancia allí, el culpable de que fuera doblada.

Eterna niña

Aun recostada en la cama, a causa de un reciente problema en el pie, su pierna flexionada bajo su cuerpo evoca al cronista aquella niña que fue y que ella aspira a seguir siendo. Aunque en este territorio de la niñez anhelada, prima su voz, modulada y alegre, y sobre todo, esa mirada luminosa que trasluce la actriz cuando habla de temas que le motivan y a cuyos recuerdos se entrega.

Margarita no sólo es buena conversadora –“No hablo mucho últimamente, pero con vosotros, se me ha despertado la gana de hacerlo”, nos comenta sonriendo-, le gusta interactuar con sus interlocutores, enseñar viejos papeles, recuerdos…

Se lamenta de que le cuesta trabajo encontrar las palabras: “por falta de costumbre, hablo muy poco, porque siempre estoy sola”. También se queja de lo poco que ha leído el último año, ella, que se recuerda siempre con un libro entre las manos. Le gusta sobre todo el ensayo y la poesía, y se confiesa “poco amiga de novelas”.

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Un momento de la ceremonia del doctorado Honoris Causa. Foto: Ana Martín.

Un doctorado inesperado

“Imagínate qué sorpresa me llevé cuando me comentó Joaquín Cánovas lo de mi doctorado Honoris  Causa. Ni en sueños podía haber esperar nada semejante”. “Yo no considero –añade- haber hecho ningún mérito para algo tan importante como un doctorado honoris causa. No tengo palabras para agradecer a la Universidad de Murcia esta distinción”.

Margarita Lozano nunca ha llevado muy bien lo de las ceremonias públicas y hablar para grandes auditorios: “Al principio estaba muy asustada pensando en mi discurso, no sabía qué decir, qué escribir… no me venían ideas y pasaba unas noches terribles”. “Fue un trago lo de preparar el discurso y la ceremonia, llevo un tiempo en el que no salgo, no leo, no voy a ninguna parte, es como si estuviera siempre sola… No sabía cómo empezar”, pero entonces, un viejo amigo vino en su ayuda: Unamuno. O, como lo llama Margarita en tono un tanto reverencial: don Miguel. Se confiesa la actriz muy unamuniana, desde que, a los 19 años leyó “La vida de don Quijote”: “Unamuno me ha bienmaleducado en la rebeldía”.

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Foto: Ana Martín.

El hecho de reencontrarse con el escritor del 98 fue “Fue una casualidad del destino”, asegura: un médico amigo le acababa de regala dos tomos con la obra completa de Unamuno, y en uno de ellos se incluye un artículo que trata sobre la regeneración del teatro español. “Ahí vi claramente que salía don Miguel en mi ayuda, con aquella idea del teatro como la primera escuela pública. Gracias al teatro, aquellos españoles pudieron conocer la historia, los versos de los clásicos, los amores de Romeo y Julieta…”.

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La actriz expresa su felicidad al terminar el acto. Foto: Ana Martín.

Tiene tanto respeto a la verdad Margarita, que se confiesa incapaz de fingir, de actuar en una ceremonia como la de un doctorado Honoris Causa, por eso, todo lo que dijo le salió “del alma”, de sus adentros, muy al contrario de lo que le aconsejaban algunos amigos, de que lo tomase como una interpretación más, como una nueva obra de teatro de esta mujer que durante tanto tiempo fue dueña de la escena: “No podía engañar al auditorio asistente, tenía que mostrarme tal y como soy, sin inventarme ningún truco, quería mostrar públicamente mi agradecimiento por haber tenido desde niña esta vocación teatral”.

Margarita, que se confiesa una enamorada incondicional del teatro, del arte, la música, la cultura en general, está muy contenta con el papel de la Universidad de Murcia en este terreno: “Es algo que me admira y que creo que hay que agradecer a la Universidad de Murcia, porque ha hecho muchas cosas por la cultura: hizo doctor Honoris Causa a Paco Rabal, al pintor Pedro Cano, al músico Plácido Domingo…, también ha hecho mucho en otros campos, como el teatro. La cultura está muy olvidada, y la Universidad de Murcia ha hecho mucho por ella”.

Insuflar vida

Gracias a sus interpretaciones, ha hecho vivir en el escenario y en la pantalla muchas vidas a muchos personajes, a los que ha conferido ese hálito que sólo los grandes actores son capaces de insuflar en sus personajes: “Pero no he sido yo –asegura-, yo lo que hago es desentrañar las vidas y los secretos de mis personajes y sacarlos al exterior”. Y es que, Margarita se mete en la piel de sus personajes y averugya sus motivaciones e intimidades: “Por mi forma de trabajar, yo voy conociendo sus secretos”.  “No es que les dé mi alma, como afirman algunos, yo les doy el alma, que es distinto”. Se apasiona Margarita cuando habla de su trabajo, y se transporta sin apenas esfuerzo a un escenario, cualquiera de los muchos en los que se ha transformado a lo largo de su carrera en otros seres, en otras mujeres, todas distintas, todas complejas, todas plenas, con sus pasiones, con sus sentimientos, quizás con sus culpas y sus sueños incumplidos. Uno se imagina a Margarita sentada junto a una mesa de camilla frente a Lola, la inmigrante perdida en un Madrid que le supera de “La camisa”, de Lauro Olmo; o convertida en una de “Las tres hermanas” de Chejov, o en la tiránica “Bernarda Alba” de García Lorca, o en “Fedra”, de su querido Unamuno, preguntándose por qué no puede soportar el insondable dolor de verse rechazada por su hijastro. “No te puedes imaginar las cosas que vas descubriendo de los sentimientos de tu personaje –una palabra que no le gustaría a don Miguel, pero no encuentro otra- cuando empiezas a trabajar un papel, es un proceso apasionante”. “Por ejemplo –continúa- en Juana de Arco, tras haber aprendido a sentir como ella, cuando salgo al escenario, yo le doy vida a Juana. Mientras yo estoy allí, Juana está viva. Es muy emocionante saber que, cuando estás en un escenario, estás dando vida”.

Rodar con los Taviani

No es amiga Margarita de la fotografía, algo de lo que huye de manera consciente, pero es consciente de que “la cámara de cine y yo nos llevamos de maravilla, nos gustamos mutuamente”. Se reconoce una actriz metódica, que se pone siempre a las órdenes del director y que llega a los rodajes con todo muy preparado, y confiesa que aunque le encanta el cine –“es algo magnífico”- “el trabajo que hago en él es lo que he aprendido en el teatro”.

Cuando se le habla de los hermanos Taviani, esa sonrisa que revolotea en su rostro de forma casi perenne, resplandece aun más. Dos seres, según ella, absolutamente diferentes en su forma de ser, pero igualmente geniales. “Los Taviani son muy especiales. Los dos ruedan alternándose, pero no es que uno ruede una secuencia y el otro otra, sino que uno rueda un plano, y el plano siguiente lo rueda otro. Y se entienden perfectamente. Muchos actores se quedan muy sorprendidos al principio, pero es que son tan buenos…”. Y refiere la actriz una anécdota de un intento suyo de influir en esta costumbre tan peculiar: “Recuerdo una vez que le tocaba dirigir un plano a Vittorio, pero yo pensaba que Paolo lo podría hacer mejor. Me fui dirigiendo disimuladamente a Vittorio, y cuando estuve junto a él, comencé a hablar, y antes de acabar la frase, me dijo mirándome a los ojos: te conozco, sé lo que pretendes, pero no te toca conmigo, no me enredes”.

Miguel Narros

Pero si con los Taviani se entendía como si ella fuera una más de los hermanos, el entendimiento con Miguel Narros era proverbial. Cuando se le pregunta por el director teatral, Margarita exhibe un rostro como si le faltaran las palabras para definir la relación profesional entre ambos: “Es que Miguel Narros… es como si fuera yo”, tal es la compenetración que llegaron a alcanzar director de escena y actriz, cuyo debut mutuo en el gran teatro, se realizó de forma conjunta hace casi 60 años, cuando Narros dirigió “Fedra” y encargó el papel principal a una jovencísima Margarita Lozano. Acababa de cumplir 26 años, y aquel fue el comienzo de un idilio teatral apasionante para los aficionados, que incluyó títulos como “Las tres hermanas”, de Antón Chéjov; “La señorita Julia”, de August Strindberg; “La camisa”, de Lauro Olmo; “El caballero de Olmedo”, de Lope de Vega; “La dama duende”, de Calderón de la Barca; “Largo viaje hacia la noche”, de Eugene O’Neill, o  “La vida que te di”, de Luigi Pirandello… “Ha sido la persona más importante de mi vida relacionada con mi profesión, cuando te encuentras con alguien con quien compartes tanto, se produce una relación tan intensa…”. Cuando los recuerdos se le amontonan en las entrañas a Margarita, ésta se defiende saliendo a su paso con alguna anécdota. Y en este momento, ofrece al cronista un aria de un tenor ruso que le sirve de defensa contra temores nocturnos cuando se producen. Y que sin duda la defienden en estos momentos contra viejos recuerdos a los que se niega a sucumbir.

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Foto: Ana Martín.