Escribo para el teatro…

Es tarea difícil resumir la propia obra dramática si queda tanto por hacer. Mi teatro es paradójico. Yo creo que todas las personas lo somos en alguna manera y en cierta medida.

Hace tiempo vengo luchando con mi obra, con los responsables de la administración, con los responsables de la administración, con el entorno adverso y sobre todo con la ignorancia progresiva, que es la peor enemiga de todo el que intenta aportar algo nuevo a lo que ya establecido en la normativa dramática. Siento un cierto recelo al escribir e insistir sobre la problemática que ahoga a la mayoría de autores teatrales.

Se nos acusa a los autores de que muy raras veces estamos de acuerdo con los críticos porque se equivocan. La mala crítica es otro fenómeno de la sociedad actual. El mediocre siempre fue compañero de la ignorancia y de la envidia. Creo que sobran aficionados a la crítica poco seria y de relleno, faltando auténticos profesionales para calificar el trabajo literario.

Para conseguir más fuerza en la dimensión humana y despertar entusiasmo, el teatro necesita impresionar si quiere ser tomado en serio. Sus personajes deben ser como los integrantes deben ser como los integrantes de una comparsa de carnaval, extremados, hirientes, y a la vez héroes de sus bellos defectos que reclaman vida y se pierden en fantásticos sueños que vibran en la imaginación y en las formas. Para convencer es necesario hacerlo con la propia experiencia, con la propia autobiografía.

Desde hace unos veinte años escribo para el teatro. Tengo unas quince obras publicadas en las colecciones de teatro Escelicer y Escuela Española , de cuyas obras unas diez han sido entrenadas y otras tantas inéditas que aguardan su puesta en escena para llegar al gran público definitivamente.

Mi primera obra: Días de ira , la escribí siendo muy joven. Es un monólogo dentro del concepto trágico en el que el Eros y el Tánatos se disputan al ser humano. Y estrené en TVE El herrero de Betsaida ; inauguré con El Tapiz el Primer Café –Teatro del Sureste, por cierto con la frialdad y la desconfianza propia de los “enterados” paisanos; Momos en la Nochebuena en Madrid, con la que di el primer paso e inicié mi toma de contacto con el teatro para niños; La farsa de Gabriel en Santander, Asturias y Palencia; El velatorio de Rosendo en Madrid; Ingenio contra usura , realizada por el TEI; Cántigas al nacimiento y a la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, dos autos sacramentales; Las cosas de Marianica…

La temática de mi teatro la busco en la realidad y no en el absurdo. Hace años escribí El tornillo en homenaje a Miguel Hernández y a todos los poetas y escritores de su generación presos en los años cuarenta. En este drama trato de reflejar, con las licencias propias que han de encadenarse a la imaginación, con los testimonios de los protagonistas, lo que puedo ser –lo que yo creo que fue- aquella agonía en las cárceles de la postguerra de un país imaginario, por supuesto, para enseñar nuestra verdad histórica. Esta obra ha sido traducida al búlgaro por Tamara Tákova para su inmediato estreno en Barna y Vidim y también en otros países. La papelera, La ciudad y los pasos, Espinetas para una historia juglar, Olor a tierra mojada, El salto de la gallina, A posibles males grandes remedios y La mujer de piedra, de próximo estreno, entre otras, son el resultado de un proceso consciente y abnegado a la creación teatral.

Nunca me planteo al escribir una comedia los servilismos que pueden tener los personajes ni las consecuencias de sus comportamientos. Tampoco soy el más indicado para juzgar ninguna de mis obras. Procuro no repetirme de una forma mecánica vistiendo a los personajes con el mismo diseño. Gran parte de mi obra teatral no sé cómo es, porque no se ha representado y tampoco se me ha dado ninguna opción.

Una de las soluciones par evitar el silencio sería presentarme a concursos de teatro, a lo que yo me resisto. Un premio da siempre ánimo, reconocimiento y es el camino más seguro y eficaz par aun lanzamiento y promoción de cualquier autor que no sea conocido.

En nuestro país sigue el desamparo y la falta de protección a los nuevos autores, a los marginados del hecho teatral y hasta de los intereses y monopolios . considero que el teatro deber ser encantamiento, seducción, destino, constancia, paradoja que nos lleva de viaje a destinos anecdóticos inventados por el deseo fantástico de la aventura. La mejor garantía de una puesta en escena atractiva e interesante es la generosidad artística, el encantamiento sin utilidad. Las pasiones y defectos humanos no los enmarco en esquemas históricos o en afirmaciones categóricas: amor, romanticismo. Sólo pretendo que todo sea verdad aunque no sea posible. Los convencionalismos sociales necesitan resguardarse con ideas o hechos. Si no los hay, se inventan. Se presume de integridad pero algunos autores se apoyan en el formulismo, en el retorcimiento retórico o juego de palabras consiguiendo que los demás acepten sus opiniones y les admiren.

La vida es algo moribunda cuando no te la dejan sentir como tal, con esplendor y brillantez de la misma luz que necesitan los ojos para la contemplación de los acontecimientos. Cada autor dramático tiene su propia visión del hecho teatral. Al escribir una obra sólo le queda la adopción de los personajes como único parentesco. Nunca me he sentido padre natural de ellos porque tienen su naturaleza y autonomía y no dependen de mí. Para que la obra dramática sea recreación, una vez escrita, el autor no se responsabiliza de la puesta en escena, de las consecuencias, porque todo esto es un trámite feliz o desdichado, una pignoración de los diferentes elementos que necesita la puesta escénica, siendo lo más importante el público.

Es cierto no se escribe casi teatro en España y en otros países por razones distintas al escritor de teatro, que muy pocas veces se ve respaldado por los responsables. Es inadmisible y real el hecho de que en España hay autores y se les arrincona en el olvido en la más absurda y vergonzosa indiferencia por la mediocridad de todos los tiempos que mató a sus mejores voces para seguir con el negocio y con la estafa e la conciencia social como objetivo. Pero la obra buena queda y los mediocres pasan.

En mis obras de teatro me dirijo con preferencia al hombre, a la exaltación de lo más íntimo como cimiento del comportamiento social y mi trabajo es la aportación de testimonios, hacer un poco de artesano de al forma expresiva. A veces mi teatro es utópico, realista, simbólico, empírico, poético, siempre en función de lo que motivó a escribirlo, todo lo que sea válido para llevarlo a un escenario y transmitir esa magia necesaria que conmueve porque se identifica con el público y denuncia la falta de libertad en el ser humano a la vez que provoca la conciencia de los que imponen las normas y leyes sociales.

La sociedad aunque se transforma, la mueven los mismos intereses de todos los tiempos: el dinero, el poder, el amor. La respuesta a lo que somos y el por qué de nuestra existencia me la dan las diferentes situaciones y compromisos éticos de los personajes. Y su ética, no la de la sociedad, su verdad, no la que imponen las normas hechas y dirigidas a objetivos extraños que en nada ni para nada contaron con el hombre.

En casi toda mi obra la muerte está presente. A pesar de que la muerte sea una costumbre sigo sin entenderla y no la veo como algo lógico que va junto a la vida.

Para finalizar la trilogía sobre el auto sacramental escribí El camino y la fuente con la única intención o propósito de educar teatralmente a los jóvenes y niños, meta que me he propuesto desde que tuve conciencia del teatro como el medio más perfecto de la belleza, vehículo de la educación, del espíritu que nos llena de amor y nos familiariza con el respeto y la justicia.

Puede que no siempre acierte en el planteamiento de mis obras pero sí me recreo en cierto contenido poético en el texto y en la estructura ya que me dirijo a un público que tenga un mínimo de madurez y sensibilidad.

El teatro es para mí la forma de un contenido, el lenguaje de unas vivencias y el análisis de unos conceptos dentro de lo ficticio: la vida.

No quiero engañarme y negar la verdad que está más que probada ante la evidencia como decía Nietzsche. Quiero ser yo, mostrarme tal como soy a través de mis personajes, cuando me lo permiten, con una visión de futuro más universal y más sincera para acercarme en el espacio y en el tiempo al hombre, que es el sujeto y finalidad última del contenido teatral.