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Entrevista al historiador Paul Preston:”Juan Carlos se ha convertido en el rey de los republicanos”

Lo primero que llama la atención en un inicial contacto con Paul Preston es su tremenda humanidad. No da el tipo de ratón de biblioteca precisamente este voluminoso historiador que, sin embargo, ha pasado entre documentos y publicaciones buena parte de su vida, como es lógico imaginar ante una nutrida obra publicada como la suya.

Otra cosa que llama enseguida la atención es que Preston ha conseguido aunar en perfecta mezcolanza el humor inglés y el carácter socarrón de los españoles, en un peculiar sentido del humor que va desgranando continuamente ante el desconcierto de su interlocutor –“no debe gustarle lo que le digo –me espeta en determinado momento-, porque pone usted cara de asco”-, dice.

Pero no se trata más que de una provocación, de una treta para mantener la atención de su interlocutor que proviene de la experiencia de este historiador para quien el aburrimiento está prohibido en cualquier rama del conocimiento.

Preston mezcla rigor y amenidad en sus respuestas. Tiene muy claro cuál es su papel en cada entrevista. Sus contestaciones son concisas pero contundentes, y sabe sacar periódicamente algún conejo de la chistera para mantener el interés sobre lo que dice. Su dominio del español es palpable. Aunque utiliza un lenguaje culto y riguroso, puede salpicar la conversación con términos tan coloquiales que podrían desconcertar a cualquiera. Paul Preston es uno de los más insignes hispanistas procedentes de Inglaterra, una saga que incluye nombres tan ilustres como Gerald Brenan o Hugh Thomas, su profesor, con quien colaboró durante un tiempo.

Mientras Paul McCartney daba sus primeros pasos y John Lennon comenzaba en el parvulario en Liverpool, nacía Paul Preston en la misma ciudad. Corría el año 1946 y Gran Bretaña se recuperaba de una contienda mundial que la había dejado marcada, por más que no sufriera sus secuelas con la virulencia de otros países europeos. También marcaría a Preston, que encaminó sus ansias de estudiar historia a un terreno no excesivamente bien considerado en determinados foros por su cercanía con el presente.
Su encuentro con el historiador Hugh Thomas fue determinante para abrir sus ojos a la historia y a los sucesos más importantes del siglo XX en España, y ejerció sobre él una fascinación que ya no le abandonaría. Posiblemente, el hecho de provenir de una cultura ajena fue lo que propició que se enfrentase a nuestra historia con una total falta de prejuicios –tan enemigos de la objetividad muchas veces-. Sus estudios sobre nuestra realidad más reciente –la transición, la democracia, la figura del rey- y sobre la más dolorosa –la guerra civil, sus causas, las desgraciadas consecuencias del período posterior…- han aportado juicios paradigmáticos, opiniones personales de mucha enjundia y también matices insospechados, como esa tercera España que él añade a las dos tradicionales e irreconciliables: la España de quienes no creyeron y no quisieron el enfrentamiento instestino del 36, aquella gran mayoría de compatriotas que, por encima de diferencias ideológicas intuyeron en todo momento que la guerra civil, con victoria o derrota, era sinónimo de catástrofe.
Preston posee un raro don que es muy de apreciar en los sesudos investigadores y profesores universitarios: el don de saber acercar sus investigaciones a las gentes, de saber interesarlas por su propia historia, de saber conciliar amenidad y rigor –“lo que digo no tiene por qué ser aburrido, eso lo he aprendido con el paso del tiempo”-. Y dicho y hecho: durante las últimas décadas se ha aplicado a ofrecer su visión sobre nuestro pasado reciente en una serie de obras que, sin faltar al rigor, han trascendido el ámbito puramente historiográfico, convirtiéndose en libros de referencia para muchos españoles.