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En recuerdo del profesor Elías Hernández Albaladejo

Elías Hernández Albaladejo, profesor en el departamento de Historia del Arte de la Universidad de Murcia durante más de tres décadas, fue también durante mucho tiempo director del Colegio Mayor Azarbe y responsable del Servicio de Protocolo de la Universidad de Murcia. Con la creación de la la Escuela de Técnica Superior Arquitectura y Edificación en la Universidad Politécnica de Cartagena, se trasladó a su ciudad natal, perteneciendo a esa Escuela hasta su fallecimiento, el pasado día 17 de enero.

(Elías Hernández Albaladejo ante la puerta de la Catedral de Murcia en el momento en el que se hizo el reportaje: 1994. Foto: Ángel.)

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Entre sus publicaciones destacan “El imafronte nuevo de la catedral de Murcia” (Universidad de Murcia, 1990), tesis doctoral dirigida por Antonio Bonet Correa; “Los californios y su virgen del primer dolor: libro del cincuentenario (1929-1979)”, (Cartagena, 1979); “Murcia: una mirada al arte del pasado”, en colaboración con Cristóbal Belda Navarro, Cristina Gutiérrez-Cortines Corral, Carlos Moisés García, José Hernández Pina, Paco Salinas. Igualmente ha firmado artículos en publicaciones periódicas: “El templo de Santa María de Gracia de Cartagena: un proyecto inacabado”; “Don Juan Manuel: retrato de un príncipe”, en colaboración con Belda Navarro; “De la fachada al retablo siglo XVIII: Un recorrido por los templos murcianos del barroco” o “El convento de Carmelitas Calzados de Murcia” en colaboración con De la Peña Velasco.

Gran conocedor de la catedral de Murcia, ofreció en la Revista Campus una excepcional muestra de su saber sobre el principal templo murciano, ejerciendo de excepcional cicerone con motivo del sexto centenario del comienzo de la construcción del ilustre edificio.

Recuperamos esta antigua entrevista, publicada en el año 1994, a modo de homenaje a su figura.

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Según Elías Hernández Albaladejo, uno de los máximos especialistas de la catedral:

«La fachada de la catedral es una obra sin rival en el barroco europeo»

Pasear en torno a la catedral acompañado por Elías Hernández Albaladejo es algo así como adentrarnos en las profundidades marinas en compañía de Cousteau: una delicia. Desde las principales esculturas hasta la última piedra, todo lo sabe y todo lo explica de este monumento el profesor del departamento de Arte de nuestra Universidad. No en vano, durante más de diez años se dedicó en cuerpo y alma a la investigación de todo lo concerniente a la catedral, sobre la que realizó su tesis doctoral. Hoy es uno de los máximos expertos en este monumento que ahora -la fecha en la que dio comienzo su construcción ha quedado establecida a fina/es del mes de enero- celebra el seiscientos aniversario de su primera piedra. En la actualidad última, junto a la profesora Gutiérrez Cortines, un libro sobre el principal templo murciano.

Según el profesor, 1243, año en el que el rey moro de Murcia capitula ante Alfonso X, marca el comienzo de una nueva época para la región: el Papa restaura la Diócesis de Cartagena y el monarca emprende una serie de disposiciones para dotarla. «Esto ha hecho pensar a muchos historia- dores sobre la posibilidad de que en estas fechas se construyera una catedral en esa ciudad, pero se trata de un asunto sobre el que aún existen muchas dudas», comenta.

Mientras nos encaminamos a la puerta del pozo nos explica que veinte años después, en 1263, los mudéjares recuperan Murcia, y no será hasta 1266, con la entrada de Jaime I, cuando el reino pase a ser definitivamente cristiano, «aunándose desde entonces la idea de integración del mundo cristiano y el islámico que había in- tentado llevar a la práctica Alfonso X». «Será entonces -continúa- cuando la nueva mezquita sea consagrada como catedral cristiana».

LA PRIMERA CATEDRAL: LA MEZQUITA

Según él, la localización exacta de esa mezquita sólo se podría determinar mediante excavaciones, pero esto es algo imposible de llevar a cabo en el interior de la catedral. No obstante, hay quienes han señalado el emplazamiento del actual museo catedralicio como el de su posible ubicación.

Esa mezquita fue, con toda probabilidad, transformada con altares e‘ imágenes para adaptarla al culto cristiano, no siendo derribaba inmediatamente a pesar de encontrarse en mal estado, «prueba de esto -comenta Elías- es que el rey Sancho IV el Bravo llegó a ceder a la catedral madera y otros materiales para hacer obras de consolidación en ella».

Es a finales del siglo XIII cuando empiezan a realizarse obras en ella, construyéndose algunas capillas privadas: la primera es la de Jacobo el de las Leyes, jurisconsulto de Alfonso X que redactó las Partidas. «La capi/la estuvo en un principio adosada a la mezquita y las instrucciones dadas a sus artífices era que había de ser lo suficiente- mente resistente como para que se pudiera levantar encima una torre».

Es a mediados del siglo XIV cuando el obispo Peñaranda decide construir una catedral sobre la mezquita, «pero los medios eco- nómicos con los que se contaba en la región parece que eran muy exiguos, y lo único que pudo con- seguir es levantar una pequeña torre que estaba cercana lo que luego sería la puerta de las cadenas y algunas capillas, concreta- mente las que se conservan en el claustro dela catedral».

No será hasta 1394 cuando se acometa definitivamente la construcción de la catedral: El obispo Pedrosa ordenó derribar la mezquita, colocó la primera piedra en la capilla central de la girola y mandó ser enterrado en ese lugar.

LA FINANCIACIÓN

Cuando se inician las obras de la catedral se ha llegado a la pacificación del reino de Murcia. Las familias más poderosas, finaliza- da ya la guerra, están en disposición de gastar dinero en las obras de su construcción, y el obispo intenta conseguir ingresos con la venta de capillas por cantidades sustanciosas a nobles y otras gentes con altos recursos económicos. «En este sentido, -comenta el profesor- la catedral es el símbolo de una época en Murcia, pues alberga a miembros dela nobleza local, pronombres que forman parte del gobierno municipal, descendientes en su mayoría de los conquistadores que llegan a Murcia en la segunda mitad del siglo XII».

Hernández Albaladejo me comenta algunos pormenores de la capilla del comendador Dávalos, realizada bajo la advocación de la Virgen del Socorro, la del notario Caballero, cercana a la sacristía o la del Deán Don Pedro de Puxmarin.

Los dueños de las capillas se comprometían ante el Obispado a dotarlas con todos los medios litúrgicos necesarios: «Eran continuas y minuciosas las inspecciones de las autoridades religiosas para comprobar este extremo -asegura el profesor-. En caso de que esto no fuera así, el cabildo podía arrebatar/es su propiedad».

El profesor me conduce ahora a la más espectacular de cuantas capillas alberga la catedral murciana: la de los Vélez, una construcción cuyos orígenes se remontan al casamiento de Don Juan Chacón, un personaje muy ligado a la reina católica, con Luisa Fajardo, perteneciente a una de las familias murcianas más poderosas de la época. Chacón decide darle a su monumento funerario más ampulosidad que el de todos sus paisanos y la dotó de una profundidad mucho mayor: «Chacón ya tenía una capilla en la catedral, pero compró otra junto a ella y mandó realizar una impresionante construcción que llego a tener problemas con las autoridades, ya que se salía de los propios muros del temp/o». Los propios vecinos, al decir del profesor Hernández, llegaron a protestar por el escaso espacio que les dejaba para circular por el exterior, pero al parecer, el poder del comendador pudo más que todas las quejas.

Diecisiete años tardó en construirse esta capilla, cuyo estilo se separa enormemente al resto de la catedral, «su gótico flamígero, su compleja decoración y un tratamiento dela piedra donde no hay límite alguno a la ostentación, hacen de ella un monumento funerario único no sólo en la región, sino casi en toda España», algo que, en opinión de Hernández Albaladejo, sólo tiene parangón con ca- pillas como la del condestable en la catedral de Burgos o la de Don Álvaro de Luna, en la de Toledo.

UNA CONSTRUCCIÓN RESISTENTE

El tamaño de las columnas y lo bajo de sus techos en comparación con la altura del imafronte o la torre es un tema que a menudo ha llamado Ia atención de quienes visitan la catedral. Hernández Albaladejo aclara que no se trata de una dificultad técnica, sino que responde a un motivo exclusivamente funcional: «las catedrales del levante español y, en general todas las del arco mediterráneo, son bajas, frente a las de interior, que son catedrales muchos más altas para intentar aprovechar mejor la luz». Esta es la razón también de que los muros se desarrollen espectacularmente y que los huecos y las ventanas sean más reducidas.

El profesor llama mi atención sobre una serie de arcos un tanto movidos. Aclara que no se trata de que los constructores de aquel tiempo hicieran mal su trabajo, sino muy al contrario: «Están así a causa de los temblores de tierra». «Su resistencia -prosigue- demuestra la estabilidad y el carácter orgánico de esta arquitectura, con unos elementos independientes y bien trabados entre sí, que permiten que el edificio se mantenga en su sitio a pesar de los movimientos sísmicos».

En 144.0 las obras ya habían llegado hasta el crucero. Los obispos se preocupan de buscar financiación por todos los medios, y mucho debieron de acuciar a todos sus paisanos, ya que está documentado un conflicto con los oriolanos, que se negaron a participar en su financiación.

Es en esta época cuando aparece en Murcia una importante figura para la, conclusión de las obras catedralicias: el arquitecto Diego Sánchez de Almazán, que se encargará de su construcción hasta su muerte. A su llegada aún no se había terminado la girola, pero él conseguirá llevarla prácticamente hasta los pies, lo que permitirá que en 1467 se realice la consagración de la catedral de Murcia con una solemne ceremonia litúrgica.

El comienzo del siglo XVl sorprende pues, a la catedral, en plena actividad, pero aún está lejos de estar concluida. El cabildo decide entonces realizar unos amplios programas constructivos con el fin de finalizar de una vez por todas las obras.

LAS RELIQUIAS CATEDRALICIAS

La Catedral no sólo contiene entierros de ilustres personajes murcianos, también las reliquias forman parte importante de su patrimonio: «Ya desde los primeros tiempos del cristianismo, la gente quiere ser enterrada en espacios donde existen restos de mártires».

El culto a las reliquias alcanzó, por lo visto, una gran importancia en la Edad Media, y a partir del siglo XVI, auspiciadas por el concilio de Trento, «este culto se transforma en un verdadero afán que desemboca en una especie de coleccionismo: cualquier catedral que se precie ha de tener sus reliquias». Esto hace que, según el profesor Hernández Albaladejo, «Una catedral posea tanta más importancia cuanto mayor sea el número y la ‘calidad’ de sus reliquias».

El obispo Sancho Dávila, fuertemente imbuido del espíritu trentino fue el impulsor de que se traje- ran a la catedral los restos de San Fulgencio y Santa Florentina, dos de los Cuatro Santos de Cartagena. «Se trata -comenta el profe- sor-, de un intento de recuperar el pasado esplendor de la antigua diócesis, que tuvo momentos de brillantez en la época visigoda».

Me comenta que al otro lado de ese relicario se encuentra el sepulcro conteniendo el corazón y las entrañas de Alfonso X como símbolo de la lealtad que Murcia le profesó y del amor que el Rey Sabio sentía por Murcia. Los restos habían estado en un principio en el convento de San Juan, hasta que a comienzos del siglo XVl, y ante la osadía de Juan Chacón de pedir ser enterrado en el altar mayor, Carlos V dispuso que en ese lugar de la catedral sólo podrían estar enterrados los reyes, por lo que se decidió trasladar allí sus restos. Se trata, sin embargo, de un monumento muy transformado, pues sufrió remodelaciones en cada uno de los siglos posteriores, incluido el pavoroso incendio que en el siglo XIX destruyó el primitivo retablo del altar mayor.

Junto a la actual sacristía, el profesor Hernández me muestra otra de las reliquias más preciadas del templo, la imagen de la Virgen de las Lágrimas que, según la leyenda, vertía lágrimas durante la guerra de Sucesión para indicar su apoyo a la causa borbónica.

Desde finales del siglo XV, los obispos, a menudo ausentes de Murcia, van perdiendo poder como auspiciadores del templo, siendo los canónigos los encargados de impulsar las obras. «Se trata a veces de figuras que han ostentado importantes cargos en la corte romana y que intentan trasladar a Murcia y a su catedral el estilo imperante en Italia».

Uno de estos canónigos, don Rodrigo Gil de Junterón, aportará un problema similar al del marqués de los Vélez, sacando también su capilla de los muros catedralicios. El santanderino Jerónimo Ouijano será el encargado de su ejecución, creando uno de los conjuntos más originales del renacimiento español.

Imaginar cómo era la catedral hace, siglos resulta sumamente difícil para alguien con la mentalidad actual: «Prácticamente no había un hueco libre en “todo el templo, cada sitio, cada pilar, estaba ocupado por una capilla en las que se celebraban culto al mismo tiempo, con lo que la catedral se convertía en un auténtico laberinto en el que era difícil enterarse de algo».

A finales del siglo XVlll, el cabildo comienza una labor de limpieza de estas capillas y altares para evitar su excesiva proliferación.

Las capillas privadas perderían su razón de ser a partir de comienzos del siglo XIX, es entonces cuando se empiezan a construir los cementerios fuera de las ciudades, desapareciendo los enterramientos dentro de los templos. Los descendientes de los dueños, al no poder ser enterrados en las capillas, se desentenderán de su mantenimiento, con lo que finalmente irán pasando, paulatinamente, al cabildo.

Me habla el profesor de los continuos cambios que operabana menudo en estas capillas: algunas, construidas bajo la advocación de una figura de la iglesia, cambiaban después a otra aprovechando algún nuevo dueño: «Esta por ejemplo -me seña/a una estaba dedicada a la Concepción, siendo después dedicada a San Fernando y ésta otra, dela Visitación, pasó después a ser de Jesús Nazareno».

ALREDEDOR DE LA CATEDRAL

Hernández Albaladejo me hace ver la gran semejanza entre la puerta de los Apostoles, la más antigua de nuestra catedral, con la de Valencia. Su diseño es de gran sencillez, pero ha sufrido algunas modificaciones en su estructura exterior después de su construcción,

Ya a la espalda de la capilla de los Vélez, en la plaza de los Apóstoles, El profesor no tiene ningún reparo en destruir una de las leyendas que desde niño alimentaron la imaginación de este cronista y, seguramente la de miles de murcianos: el de la mítica cadena sin principio ni fin que circunda esta capilla en su parte exterior y que tanta literatura local ha suscitado: «Todo lo que se ha dicho sobre esta obra es pura invención -dice-: por ejemplo, no es cierto, que fuese realizada por un artista moro, ni tampoco, por supuesto, que le sacasen los ojos para que no pudiese realizar nada semejante».

Me explica el profesor que nuestra cadena emparenta directamente con otras obras similares de Castilla y Portugal, y comenta que lo más original es su monumentalidad, que la hace destacar del conjunto, «pero la única razón de su existencia es como símbolo del poder, en este caso del adelantado del reino, don Juan Chacón y el marquesado de los Vélez, que durante mucho tiempo había ostentado el poder político en el reino de Murcia».

UNA FACHADA CON PROBLEMAS

A comienzos del siglo XVI la catedral estaba ya acabada en su estructura exterior. No obstante, el cabildo la amplía en un nuevo cuerpo, por los pies, y comienza la construcción de la nueva torre y una nueva portada. A finales de este siglo, sin embargo, tiene lugar una profunda crisis económica que paraliza muchas obras en el pais, incluida ésta. A lo largo del siglo XVII hay varios intentos de reemprender la obra, pero se plantea un serio problema técnico: cada vez que se intentaba aumentar en altura la fachada, ésta se iba desplazando. «Por lo visto, algunas obras del interior dela catedral habían afectado a su cimentación, así como las continuas riadas, que hacían del subsuelo algo muy húmedo».

Fue a comienzos del siglo XVIII cuando el cabildo encargó estudios a expertos en arquitectura y matemáticas para dar con una solución que permitiese mantener en pie la vieja fachada renacentista.

Sin embargo, la única alternativa satisfactoria, la de Sebastián Feringueli Cortés, un ingeniero militar que dirige en esos momentos las obras del puerto de Cartagena, va por un camino bien diferente: Feringueli conseja al cabildo derribar la fachada antigua y volver a levantarla. La nueva fachada será encargada a Jaime Borch, un arquitecto valenciano que realizará con ésta, la obra de su vida.

El profesor Hernández se extasía ante el imafronte catedralicio: «Se trata de una obra prodigiosa que no tiene rival l en todo el barroco europeo, Posiblemente estemos ante una de las fachadas más importantes de Europa en este período». Asegura que «No hay ni en Italia, ni en Centroeuropa, ni en Francia, ni en España, una fachada tan singular, en la que no se sabe que’ admirar más, si la arquitectura o la escultura».

Según el profesor, la escultura no es aquí, como en otros monumentos, algo secundario, sino que posee una calidad extraordinaria que contribuye a revalorizar la arquitectura. Por lo visto, la intención original de su autor era realizar un cuerpomás en la fachada, lo que a juicio del profesor Hernández Albaladejo, «nos permite pensar en algo de una verticalidad descomunal». Sin embargo, la meticulosidad de Borch a Ia hora de trabajar, lo convertían en un artista muy lento, por lo que el cabildo decidió dar por concluida la obra antes de tiempo.

La fachada constituye también todo un juego de policromía, con piedras de diferentes colores y texturas que eran seleccionadas personalmente por Borch. Un juego de colores que era mucho más llamativo en su origen, pues a todo ello hay que añadir los dorados de las coronas, los báculos y determinadas figuras.

FIGURAS POR DOQUlER

Estamos en el siglo XVIIl, unos momentos en los que se da una revalorización de las tradiciones locales. Valiéndose de la monumentalidad de la arquitectura y la es cultura, el cabildo de la catedral quería demostrar su poder. «La fachada viene a ser así, un inmenso retablo en piedra donde están destacadas todas esas tradiciones y las glorias locales».

En el cuerpo bajo de la fachada destacan los Cuatro Santos de Cartagena. Coronando el primer cuerpo se nos presenta San Basilio, primer obispo de la diócesis, figura con la que, según Hernández Albaladejo, se pretende reivindicar la antigüedad de la mis-ma.

La tradición siempre ha destacado que la diócesis de Cartagena fue fundada por el Apóstol

Santiago, con Io que quiere insinuarse que la cristianización de nuestro país empezó por este rincón de España. De ahí que en la parte superior de la fachada hubiese en un principio una figura de Santiago de rodillas. La figura, sin embargo, fue trasladada en 1803, ya que amenazaba con caer.

Más abajo se encuentra la imagen del obispo San Liciniano, un santo que sufrió persecución y hubo de abandonar la diócesis, muriendo en Constantinopla. A la derecha está San Ginés de la Jara, eremita que según la leyenda vivió cerca del Mar Menor, donde se construyó el primer monasterio cartagenero.

La fachada trata de fundir, según el profesor Hernández Albala dejo, diversos programas iconográficos: por un lado la exaltación mariana, en el eje central, con el magnífico grupo de la Virgen de la Gracia, a la que está consagrado el templo en contra de la extendida creencia de que lo está a la

Virgen dela Paz- sobre la puerta principal. A ambos lados también aparecen los padres de la Virgen, San Joaquín y Santa Ana, y en la parte superior, la Asunción.

Además de esa exaltación mariana, nos encontramos después con toda una serie de santos, por un lado los que destacan las importancia de la iglesia local, como los Cuatro Santos de Cartagena, después los mártires de la parte superior y, por fin, el engarce con advocaciones generales de la iglesia, como Santo Tomás de Aquino y Santa Teresa.

Junto a todo ello, está incluido el programa político: la figura de Fernando III el Santo indica que en su reinado se reconquistó el reino de Murcia y se restauró la diócesis de Cartagena. En otro lado está San Hermenegildo, otro miembro ligado a la corona, aunque en esta ocasión a la visigoda, que según ia tradición nació en Cartagena.

LA TORRE

Al igual que el imafronte constituye uno de los ejemplos más singulares del barroco europeo, la torre, iniciada su construcción dos siglos antes, es también uno de los ejemplos más curiosos del renacimiento español. Fue trazada por Francisco Florentino y continuada por Jacobo Florentino y, más tarde, por Jerónimo Quijano, que diseña y construye el segundo cuerpo. Al igual que había sucedido en la fachada principal, en el siglo XVI se interrumpió Ia obra por falta de medios económicos, y no se reemprendería su construcción hasta el XVIII, una vez acabada la fachada principal.

Es precisamente este remate lo que produjo mayor polémica, una torre octogonal con una pequeña cúpula que, según algunos afea el conjunto. Hay quienes ya han comparado con una especie de cascarón que atenuara el sentido vertical de ascensión que produce el resto del conjunto. Sin embargo, se trata de una torre, en su conjunto, de dimensiones sin rival, «posiblemente no haya en España una torre de estas características, ni siquiera la Giralda resiste la comparación con ella», comenta Hernández Albaladejo.