En recuerdo de Casiano, del hijo y del padre

Casiano Navarro ha muerto, y yo no sé qué decirle a su padre, mi querido amigo. La muerte es dura, y más cuando se ceba en alguien joven. No sé, no sé qué decir. ¿Qué puede uno añadir al hecho injusto de una marcha precipitada, no avisada, no prevista, no aceptada…? Y menos a un padre. Un progenitor no debería superar a sus hijos. Ésta es la ley no escrita. No hay consuelo. Yo no lo tengo. Me imagino a mi estimado compañero en el duro trance, ahora sin una gran referencia en su existencia.

No podía creer que en mi entorno cercano pudiera darse una tragedia tan grande. Una vida ha sido segada a los 25 años. Todo lo tenía por delante, y ahora todo se tercia espeso, opaco, roto.

El grito del dolor por la ausencia es hoy especialmente silencioso y grave. No hay edad para la marcha final. Lo decimos, pero no lo creemos hasta que llega, hasta que aparece con un mazazo como éste.

Su padre, e imagino a su hijo, ha sido ejemplo de solidaridad, de entrega, de amor a los demás. Su entusiasmo le ha llevado a recorrer medio mundo con su fortaleza para las carreras. Su ilusión le ha motivado para transitar a pie, corriendo, en moto, en coche, de cualquier modo, por toda la Región, para demostrar que en la existencia humana hay opciones y que un mundo mejor es posible.

Ahora le ha venido esta prueba, una dura prueba, en la que la incomprensión y la pena embargan cualquier inquietud. No sé qué decirte, amigo Casiano, que sabes lo que te aprecio. Únicamente te manifiesto mi fe en el futuro y en que tus buenas obras iluminarán a tu hijo en todas partes. Estamos contigo.