En actitud de comunicar

Surge un nuevo día. Todo está por hacer, y, para que sea todo un poco mejor, debemos confiar en una buena actitud. La comunicación con uno mismo, sin duda, ayuda. Doy un paseo de buena mañana, y ejerzo con mis vecinos ese proceso que nos hace humanos, hermanos incluso, dueños de una razón que compartimos y que vemos como un pequeño gran tesoro. Lo es. Estamos listos para una paz que nos entronca con las alturas de unas meditaciones con las que somos mejores, más gratos, complacientes con lo poco o con lo mucho que poseemos, que siempre es más de lo que precisamos.

Hablamos de días, de semanas, de años, de esos segundos que nos supusieron eternidades, de esos momentos que nos ataron a razones más que crecidas. Generamos entusiasmos con resortes espaciados, con afirmaciones que nos agrandan los corazones, con los que nos presentamos empeñados en dar y en ser puntos excepcionales.

Hoy encuentro, y supongo que es así porque he salido con el afán de conocer, de buscar y de dar con las claves de algunas cuestiones de la vida. Nos hemos de interesar, y así lo confesamos, por aquello que es importante, que, universalmente, tiene que ver con la salud, con la amistad, con los buenos apoyos, con los intereses creados y compartidos, etc. Nos gustamos mucho, sobre todo cuando hablamos desde el lado espiritual. Y así hemos de continuar.

El paseo me trae vivo, porque vida he hallado, existencia en estado puro, con inocencia, con verdades increíbles, con resortes muy humanos, con vencimientos compartidos, en los que todos aprendemos. Hemos sido grandes durante unos minutos, porque hemos hallado lo que tanto nos daba la felicidad cuando pequeños: la comunicación por la comunicación, el relacionarnos, el negociar sobre todo y sobre nada, el ser nosotros mismos, el comportarnos con sencillez…

Hemos procurado ir con la sonrisa, con la mirada abierta, con los dones de un trasiego bien llevado, con las voluntades de los ancestros, heredadas con rutinas y con gracias de diversa factura, como entendemos que debe ser. Hemos aparecido sorprendentemente en ese trasiego tranquilo, y con sosiego nos hemos sentido felices, plenos; y lo hemos conseguido con un genuino paseo, único, aunque repetido, con un ir y venir sin ruta, con la voluntad de ser entrañables y de encontrar a los demás, a los que debemos querer como a nosotros mismos, pues venimos del mismo lugar.

Cada día debería ser como éste, casi como domingo, por la mirada, y no por otra cosa. La visión hace la interpretación, y, si hay dudas, debemos comunicar inmediatamente, primero con nuestro interior, y luego, casi al mismo tiempo, con el entorno. De buena mañana, digamos, hemos de estar en plena comunicación. La postura ha de ser entera en este sentido, y seguro que la cosecha no se hará esperar.