El frescor de las nuevas comunicaciones

Hace un siglo nadie habría pensado que las cosas pudieran cambiar tanto. Quizá algún iluminado, puede que Julio Verne, pero no muchos más. Incluso lo que avanzaban adelantos formidables se movían en el género de los sueños o de la ciencia ficción. Ahora todo parece realidad, una realidad extraordinaria. La mudanza científica y tecnológica ha sido colosal.

La verdad es que las nuevas tecnologías aportan un poso de aire fresco que nos invita a tomar en consideración las grandes posibilidades que brindan en lo personal, en lo profesional, como sociedad incluso, y que hacen que estos hallazgos nos porten a un crecimiento exponencial. El ser humano ha dado con una especie de piedra filosofal, esto es, las nuevas tecnologías de la información, una piedra fundamental que hace que podamos ver más en menos tiempo, con más perspectiva, obteniendo una mayor rentabilidad de cuanto ocurre y ofertando un recorrido a través de pasos acertados, si sabemos elegir, que germinan a favor de un desarrollo más completo.

Los tentáculos, las redes de Internet, aparecen como lluvia tecnológica que aporta vida a quien los consume, que genera energía para conocer y comprender lo que nos rodea. Hemos sido, y más que seremos, gracias a esas tecnologías que nos procuran más ideas, más pluralidad, otra visión, pero para ello hemos de procurar, previamente, una mente abierta a las ocasiones que nos llegan o que nos podrían llegar. La amplitud de miras siempre ayuda.

Abrimos nuestro ordenador, y el mundo, todo el mundo, está a nuestro alcance, o eso parece. Cuando menos, nunca ha estado tan cerca. No ha sido posible como ahora, no tanto como hasta ahora, llegar a conocer en tiempo real las temperaturas, los vuelos de un lugar a otro, los sistemas y los cambios políticos, los accidentes, si se producen, las floraciones de la naturaleza en cualquier rincón del mundo… El salto cualitativo es todavía mayor que el cuantitativo.

La vida, siendo la misma, se ha transformado, porque también hemos mudado lo que percibimos de ella. “Las cosas dependen”, dice el refrán, “del cristal con que se miran”. Eso conviene saberlo, interiorizarlo, pensarlo y valorarlo en su justa y apropiada medida. Seguro que las cosas irán evolucionando para mejor si vamos sin tregua, pero también sin demasiada celeridad, hacia ese destino que nos aguarda, en sentido amplio, con las nuevas tecnologías de la comunicación.

 

Enormes posibilidades

Todo es increíble. La revolución ha sido enorme, sin parangones, sin que podamos establecer otro período en las diversas etapas del ser humano tan beneficioso como éste, de tanto crecimiento en los diversos órdenes, y de tantas oportunidades como hoy en día, eso sí, si fuéramos capaces de aprovecharlas, por lo menos parcialmente. El tiempo dirá si hay mejoría verdadera, porque las tentaciones también son ingentes. Pensamos que el desarrollo no tiene límites, y eso, ese aspecto infinito, no es posible, ni siquiera es deseable. Todo en la existencia humana son ciclos, que van y vienen, que suben, que bajan, que mantienen sus incertidumbres y luego, antes o después, retorna el instante de la maduración.

Los bits, los influjos luminosos, los programas de los ordenadores, los instrumentos de transmisión y de recepción de datos, los soportes y resortes de la tecnología se unen para dar con la maravilla de la lluvia del conocimiento, que, en sí, como decía Shakespeare, no da la sabiduría, pero que, como sabemos, ayuda a acercarnos a ella. Ojalá que seamos bondadosos y generosos con nuestros semejantes, e, igualmente, con nosotros mismos, para dar lugar al verdadero milagro que sería el de la concordia y el entendimiento como bases de una nueva cultura, la de la lluvia tecnológica, que, cada día, cada minuto, cada segundo, nos podría regalar ese viento fresco venido de todas partes (al no tener ventanas) que, a cambio, conllevaría nuestra obligación de mejorar la realidad y de sacarle el máximo provecho. Lo importante de cualquier evento mayúsculo es que veamos su trascendencia con moderación, desde el equilibrio, con la visión de futuro suficiente como para no equivocarnos en exceso con un crecimiento infinitesimal y sin rostro humano. Hemos de buscar en las raíces del hombre y hallaremos, con seguridad, lo que nos pueden ofrecer los nuevos instrumentos de trabajo.