El baluarte comunicativo

A menudo perseguimos dar con emblemas, con símbolos que reflejen lo que nos identifica, pero, sin duda, cuando hablamos de la comunicación, hemos de convenir que es un baluarte en sí misma. Buscar atalayas es bueno. No hace falta que sean altas o muy altas. Necesitamos que estén, que sean confortables, que nos inviten a ser y a estar con compromisos no fingidos, sino auténticos.

Hemos de estar en paz con nosotros mismos. La vida es eso, y más, pero empezar por un lugar donde estemos resguardados es un buen punto de partida. Nos debemos decir a nosotros mismos que, para transferir confianza, la hemos de sentir.

La existencia humana se basa en esos inicios en los que nos sentimos a salvo en un hogar (por el que siempre hemos de dar las gracias), con emociones sinceras, procurando aprender de los ejemplos (de los buenos) de quienes nos rodean. Hemos de servir de testigos de emociones y de sinceridades con las cuales hemos de crecer en paz y en armonía. Al menos, ése debe ser el intento.

Crucemos cada día los océanos de la existencia, incluso en días de tumultos y tempestades, para tener el regado del conocimiento y de los sentimientos, con los cuales nos hemos de sentir iguales, porque lo somos. Gustemos de las mejores vivencias con inclusiones, con resortes de posibilidades, con intereses bendecidos por las querencias propias del destino, que también podemos empujar nosotros.

En la Huerta de Murcia se habla de la necesidad de tener un cornijal, un rincón, un sitio donde encontrarnos con nuestros ancestros, con los que compartir deseos, afanes, anhelos, discernimientos e ignorancias: se trata de bondades en definitiva con las que hemos de ir tan lejos como podamos. Aseguremos cuanto nos rodea con abrazos fraternales, que, lógicamente, hemos de extender a cuantas más gentes mejor.

Vivir, en sí, incluso en momentos complicados, es una bendición. Abramos los ojos cada amanecer al aprendizaje, a la aventura humana de conocer a quienes nos rodean, con el añadido de experimentar lo que sienten, lo que son, sus pretensiones, sus sueños, sus gratas caricias al viento, que nos lleva a alguna parte…

Tener un refugio es un tesoro, pues nos permite contar con un cajón donde mantener los sueños,  y hasta ese mundo de preferencias con las que incrementar el patrimonio espiritual, el más importante de todos. Gustemos sin hacer daño a nadie. Intentemos deleitarnos con la voluntad de ser, que no tanto de tener, pues lo importante posee un valor intrínseco, sin más, que no hemos de confundir con el precio, que es otra cosa.

La comunicación es nuestro baluarte. El rincón donde meditamos y hacemos balance es la garantía de un recreo con lo relevante, con lo abstracto, con lo que nos entronca con lo que fuimos, con lo que esperamos ser, probablemente con lo que somos. La comunicación tiene unos objetivos, claro, pero, por definición, es un fin en sí misma. Lo dicho.