El almacén comunicativo

Pensemos en la comunicación como en un gran almacén con todas las ventanas abiertas, con todas las puertas que sean menester. Alguien nos llega y nos cuenta. Gracias a su experiencia, a sus pensamientos, a sus opiniones, somos con garantías de aprovechamientos periódicos de unas meditaciones, de unas actuaciones, de unas reflexiones que nos caracterizan como personas. Nos gusta sentirnos vivos. Hemos adecuado el sí y el no, y nos hemos planificado con llamamientos de índoles y de géneros basados en la diversidad. Tendremos que ir. No podremos quedarnos en otras partes.

Suscitamos algunos atractivos que nos ponen en telas de juicios ingentes. Nos damos el hola y el adiós con un vuelo que reconoce todo cuanto será en la noche de unos tiempos conspiradores por y para nuestra dicha y felicidad. Nos hemos adentrado en lo que nos confiere prestaciones y preferencias de causas y suspiros. No sospechamos lo que nos gusta hasta que nos adentramos en sus propios fines, que haremos nuestros, mucho más que eso.

Las crisis nos ayudan a mejorar con defensas y actitudes de calidad y de calidez y no de reproche. Al menos, en teoría debería ser así. Contemplemos las luces que nos rodean con sus leves determinaciones, que hemos de transformar en densas y óptimas. Podemos acercarnos a ese bienestar que nos supera, o que debe, con más incrementos cualitativos basados en la comunicación. Las persianas que nos rodean las hemos de subir con ese imperativo que no será de obligado cumplimiento.

El empeño de cada día nos ha de conducir por obligaciones relativas que habrían de propinar viajes de diferente calado y factura. Hemos de solventar las paciencias con los aprendizajes básicos con los que adiestrarnos en las etapas que aún hemos de vivir. No nos condenemos a aceptar que las cosas son como son sin posibilidad de cambios. Éstos son deseables, además de posibles. La generosidad con la que nos movemos ha de ser la salvedad, y también la solución, con la que debemos partir cada día.

El almacén existencial debe estar abierto. La puerta ha de ser flexible, amable, presta a las circunstancias que le podamos regalar. Lo importante es que queramos. Las vicisitudes cotidianas nos han de permitir un aprendizaje que no será fuga a la menor ocasión. Hemos adecuado muchos escenarios para que ahora no tengamos valor para lo que hemos de realizar. Podemos más de lo que meditamos. La vida nos prefiere con todas las sorpresas que seamos capaces de gestar. Sonriamos, por favor, cuando subamos la persiana de la existencia y de sus comunicaciones. Ya me contarán. Las enormes superficies comunicativas deben estar en condiciones de abrir todo durante todo el tiempo. Lo demás vendrá solo.

Juan TOMÁS FRUTOS.