Don Quijote como personaje:un libro más allá de las páginas

Uno de los mayores problemas a los que se enfrenta cualquier lector novel al afrontar el texto cervantino es la inconmensurabilidad de éste, es decir, ha sido tan magnificado y elogiado que cualquiera teme no ser capaz de leerlo sin cometer cierta suerte de sacrilegio. La historia de Don Quijote ha de leerse como una novela cuyo mérito reside en saber reflejar la vida, en plasmar en páginas de papel el drama de la existencia humana.

Don Quijote reside en todos y cada uno de nosotros, y al leer la novela nos damos cuenta de que caminamos de su mano por las llanuras manchegas. Resulta inconcebible no situarse al lado del personaje, que nos parece de carne y hueso, y acompañarlo en sus aventuras, sufrir con sus desgracias, reír con sus locuras, llorar con su tragedia.

 

A la hora de abordar la genial novela, el lector ya tiene preconfigurada la idea de Don Quijote. Cualquier persona que no haya leído más que los famosos capítulos iniciales puede, efectivamente, pensar que nos encontramos ante un pobre enfermo mental que, influenciado por los libros de caballerías, decide lanzarse en busca de aventuras. Del mismo modo, ese “prejuicio” alcanza también a Sancho Panza, quien puede parecer en un principio un rústico labrador carente de seso alguno. Nada más lejos. Don Quijote posee una dimensión humana que le hace traspasar, como ya he señalado, las páginas del libro para hacerlo real y cercano a nosotros. Éste es sin duda uno de los fallos de la novela apócrifa de Avellaneda, el reducir a Don Quijote a simple loco. La heroicidad de Alonso Quijano radica en ser una persona capaz de convertirse en lo que él sueña, un caballero andante. Cervantes juega con un rasgo inherente en el ser humano, el de imaginar otro mundos posibles. Este concepto de imaginar, de crear, ha estado y estará presente a lo largo de toda la historia de la humanidad, en el arte, la filosofía, la sociedad,…; jugar a ser dioses, poder cambiar nuestro destino. La utopía de Don Quijote chocará trágicamente con el fatal destino de la muerte sí, pero logra vivir esa otredad que todos deseamos. Acaso no hemos soñado con ser deportistas, astronautas, modelos,…, en definitiva, con vivir otras vidas. Los grandes mitos de nuestra cultura son reflejos de sus sueños: sueña Ulises con volver a Ítaca, sueña Calderón que la vida es sueño, sueña el doctor Fausto con la inmortalidad, sueña Gregorio Samsa con la metamorfosis, sueña Borges que alguien lo sueña. Si la utopía se aleja de nosotros a cada paso que damos, nunca vamos a alcanzarla, pero la utopía nos sirve para caminar. Don Quijote, en su papel de héroe moderno, representa esa tragicidad de los seres humanos de no poder conseguir todo lo que anhelamos, pues nuestra imaginación siempre hallará nuevas metas que al final chocarán con la muerte; pero al mismo tiempo se convierte en “flor y espejo” de todos nosotros, en alguien digno de nuestra mayor admiración al enfundarse su raquítica armadura y lanzarse a cumplir su sueño. El personaje se sitúa entre la locura y la cordura de los grandes genios, una frontera que nadie puede establecer, porque, tal y como indica Tomé Cecial tras la derrota del Caballero del Bosque:

 

–Por cierto, señor Sansón Carrasco, que tenemos nuestro merecido: con facilidad se piensa y se acomete una empresa, pero con dificultad las más veces se sale della. Don Quijote loco, nosotros cuerdos: él se va sano y riendo, vuesa merced queda molido y triste. Sepamos, pues, ahora, cuál es más loco: ¿el que lo es por no poder menos, o el que lo es por su voluntad? [II, cap. XV]

 

Uno de los aspectos más interesantes de la centenaria novela de Cervantes es la figura y dimensión humana que cobran tanto su protagonista Don Quijote como el propio escudero Sancho Panza. Ambos se encuentran imbricados dentro de una misma estructura, esto es, Don Quijote y Sancho no son personajes antagónicos, como se ha señalado, sino que ambos son complementarias partes de un mismo cuerpo. Ambos son como las dos caras del cristal de una ventana, inseparables, y para percibirlos en toda su dimensión es necesario adecuar nuestro ojo a ese cristal, y no a lo que está tras él. Cervantes lo que hace es situar algunos rasgos en el personaje de Don Quijote, como pueden ser la valentía o la propia locura entreverada; y en Sancho otros rasgos, como la cordura o la cobardía. Así, en muchos capítulos se trata de reproducir el conflicto que se da entre ambos a la hora de acometer una aventura. Por lo general, suele ser Sancho quien trata de frenar los ímpetus del de la Triste Figura. Del mismo modo, en todas las personas reales suele reproducirse ese conflicto a la hora de acometer cualquier empresa, nada está exento de la duda. Sin embargo, según avanza la novela, vemos como Sancho es quien va a reaccionar ante cualquier ocasión de manera más osada. Sirva como ejemplo los capítulos de los duques, en los que Sancho demuestra esa valentía cuando le ofrecen el gobierno de la ínsula:

 

–Sí soy –respondió Sancho–; y soy quien la merece tan bien como otro cualquiera; soy quien “júntate a los buenos y serás uno dellos”, y soy yo de aquellos “no con quien naces, sino con quien paces”, y de los “quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”. Yo me he arrimado a buen señor, y ha muchos meses que ando en su compañía, y he de ser otro como él, Dios queriendo; y viva él y viva yo: que ni a él le faltarán imperios que mandar ni a mí ínsulas que gobernar. [II, cap. XXXII]

 

Es esta evolución tanto de Don Quijote como de Sancho uno de los aspectos más alabados en Cervantes. No son los mismos personajes los que comienzan la novela que quienes la terminan, del mismo modo que nosotros evolucionamos en nuestras vidas, y cambiamos nuestras ideas. Así, Don Quijote pasa de una primera parte más osado a una melancolía progresiva que terminará con su muerte en Barcelona. De igual manera, Sancho evoluciona desde un principio ingenuo hasta una situación de pícaro, cuando empieza a desengañarse de las promesas de su amo, llegando incluso a engañarle por dos veces en la embajada a Dulcinea.

 

Por último, quisiera destacar la configuración de los personajes a la hora de insertarlos en el relato que hace Cervantes. Siguiendo esa pluralidad de perspectivas, los personajes que suelen aparecer rara vez lo hacen solos, es decir, Cervantes tiende a agrupar a los personajes para dar mayor profundidad a ese perspectivismo propio de la obra. Así, tenemos los casos del barbero y el cura, los duques, la sobrina y el ama, Marcela y Grisóstomo, Basilio, Camacho y Quiteria, los galeotes,… No se pierde profundidad psicológica de los personajes al mostrarlos en grupo, sino que se gana ese crisol de miradas que constituye un hito en la obra cervantina. Cervantes no se limita a mostrarnos un camino, sino que nos abre los ojos a toda la selva para que nosotros mismos escojamos nuestro camino.