De anonimatos y soledades comunicativas

Somos contradictorios. Me refiero a los seres humanos. Estamos en una etapa de sobreabundancia, pero, al mismo tiempo, nos faltan dinámicas para optimizar los recursos disponibles. La soledad es el drama, el gran problema, del siglo XXI. Es una gran paradoja que, en la era de las comunicaciones por antonomasia, nos hallemos en una encrucijada crítica de incomunicación de difícil salida. Lo superficial ha ganado la partida, lo material también, y nos hemos quedado en una zona de nadie que nos desconcierta y que nos llena de perplejidad. Lo cierto es que la salida es sencilla: ante la incomunicación sólo queda la comunicación, pero nos faltan agallas, o tiempo, o estrategia, o un poco de todo.

Los medios tecnológicos, que imprimen prisas y permiten “salvar” distancias en tiempos infinitesimales, llevan consigo grandes dosis de soledad que, a menudo, se trasladan al individualismo, con lo que éste supone de frustración y de fracaso impuesto. El ser humano es persona, fundamentalmente, en sociedad, buscando superar en ella los obstáculos y los problemas que se van sucediendo.

Los medios de comunicación de masas ofrecen la ventaja de la universalidad del conocimiento, pero, para que este proceso sea eficaz y eficiente, hace falta que tomemos unas medidas cautelares y unos parámetros previos que nos permitan entender todo lo que nos llega, así como saber seleccionar lo importante de lo que no lo es.

Conviene que desde pequeños todo nuestro entorno se alíe, como dice Freire, para que logremos ser buenas personas, lo mejor que podamos, todo cuanto se pueda. Hace falta que la familia se implique, y que sepa cómo hacerlo, así como las Administraciones, el sistema educativo, los propios medios de comunicación y sus profesionales, y todo ese bagaje que hace que las modas basculen hacia un lado u otro. Hemos de poder mejorar entre todos, con todos, por todos.

Es posible que no podamos evitar que se nos mire desde los medios de comunicación como masas anónimas (hablo como ciudadano), pero sí podremos conseguir que se identifiquen los intereses y objetivos que nos son precisos de manera conjunta y teniendo en cuenta también a las minorías y los diversos valores sociales que podríamos considerar universales.

El dar con el equilibrio, largamente enunciado, sigue siendo la virtud que nos ha aportar un recorrido idóneo para el conocimiento del vecino, del próximo, del que aspira, como nosotros, a la felicidad a través de la aceptación de un contexto social en el que nos hallemos colaborando para que haya unos mínimos de calidad y para corregir desigualdades. El amar al otro y el reconocerlo, mediante la comunicación en sentido pleno, es un buen camino. Siempre lo es. Conforme lo transitamos vemos con más claridad la intensidad de este aserto.

Juan TOMÁS FRUTOS.