Comunicarnos: un proceso de ecos necesarios

La comunicación es el gran baluarte del individuo y de la sociedad. Nadie puede negarlo. Por eso debemos mover el engranaje cada día. Cuando nos empeñamos en no saber nada de la persona que nos acompaña en el vecindario, de aquella otra que vemos en el supermercado, de la que nos hemos cruzado por la calle cientos de veces, o de aquella que está emparentada por la biología, las aficiones, las formas de ver la vida, la naturaleza, o lo que fuese, cuando lo hacemos, dejamos atrás las diversiones y las posibilidades de un mundo que está ofertado con múltiples vectores, pero al que cada cual le debe poner un determinado nombre en forma de iniciativas y de prácticas cotidianas.

Comunicarnos es una necesidad: debe ser un compromiso en forma de obligación para todos. Hemos de cumplir con este quehacer con la premisa de que, ayudando, nos ayudamos a nosotros mismos. La felicidad surge de dentro a afuera, y se expande no escondiéndola, sino dándola a conocer, regalándola, que es como se multiplica de verdad. Probemos (seguro que lo hacemos ya), y veremos que es de este modo.

Hemos de agarrar los intereses con unas amplitudes que se han de confesar con perspectivas y afanes futuros. Si no se mira a medio o largo plazo no estamos haciendo una sociedad completa. No hay que tomar decisiones a golpe de un improvisado presente, sino teniendo en cuenta que las opciones tengan continuidad. Contemplemos el “Por-venir”. En el caso de que la evolución nos lleve por otros derroteros a los elucubrados, volveremos a tomar decisiones mancomunadas en el deseo de que todos, y todas, formen parte de las actuaciones que nos afectan o nos atraen de manera conjunta. La existencia es sociedad, lo es en ella.

Pensar que podemos progresar en soledad no sólo es meditar sin darle la suficiente pujanza y entereza a nuestras ideas, que han de ser sostenidas con entusiasmo, sino que tampoco nos ayuda. La unión, recordemos, hace la fuerza. Todo se hace en consenso, con la intervención de los miembros de una sociedad, que han de aceptar que las transformaciones van por el camino que deseamos al unísono. El diálogo, la conversación, el deseo de pactar, de ceder y de interceder todos con todos, es un proceso que nos conduce a buen puerto. Aunque demos muchas vueltas, conocemos que es esta guisa.

La intuición y la inteligencia son dos regalos de naturaleza y alcance extraordinarios. Juntos son poderosos, como lo son el amor y la bondad, la ternura, los escrúpulos, la ética, el buen hacer, la mejor intención y los universales de concordia, camaradería, solidaridad, así como los anhelos de ayudar al prójimo. Todos se pueden conjuntar mejor, mucho mejor, si partimos de la base de una comunicación en condiciones, de una fuerza destacada por consideraciones establecidas en un acuerdo entre iguales, que lo somos. Digámoslo.

La promesa de estar bien tiene que ver con la firme convicción de intentarlo, aunque sea progresivamente cada jornada. Hemos de apuntar todo lo alto que podamos para que la vista desde esa atalaya nos permita conocer las diversas realidades, análisis e interpretaciones posibles. Todos somos entendibles, todos tenemos voces, todos debemos ser escuchados. Todos/as. Persigamos, consecuentemente, la comprensión a través de los procesos comunicativos, de sus brillos, de sus ecos, de sus posibilidades, que son todas las que queramos descubrir.