Comunicando incomunicación

El ser humano es contradictorio y complejo por naturaleza, y a menudo lo es en cuestiones básicas. No debería ser así. Lo lógico es que aprendiéramos de nuestros errores. La era de la comunicación tropieza con demasiada soledad. Hay una contradicción en sí cuando aseveramos este planteamiento que, por desgracia, es verdad. Asumimos los papeles que nos tocan con prisas y competencias que desdibujan las caras que quisimos tener de pequeños. Conformamos otros árboles, otras ramas, un exceso de objetivos e intereses en los que no nos reconocemos. Lástima.

La valentía se presenta en forma de premuras que rompen los diseños con los que soñamos y que no cumplimos ni cumplimentamos por falta de entrega y de tiempo, que siempre se diluye, porque nos hemos empeñado en ello.

Comunicar implica muchos procesos y elementos dentro del procedimiento global. Debe haber mensajes estipulados o no, con códigos más o menos comprensibles, debe haber voluntades en los emisores y en los receptores, debe haber movimientos de ida y de vuelta, con efectos, consecuencias, planteamientos previos y resultados, con gestos, con proxémica, con una metalingüística, con unos resortes que nos conduzcan por vericuetos llenos de sensaciones más o menos objetivas. Ha de darse mucho dinamismo. Se trata de un proceso exultante.

También debe haber amor. Decía San Agustín, y más tarde Santo Tomás de Aquino, que con la estimación basta para que el mundo y sus condiciones se alíen con nosotros. No sé si es así, pero lo cierto es que es un magnífico punto de partida. El cariño rompe muchas barreras y no deja fronteras pues fomenta la cercanía, que es sinónimo de comunicación.

Las ciudades se llenan de gentes, de personas que no se miran (sin mirada no hay comunicación, no hay entendimiento). Y se colmatan de ruido, de obstáculos en el flujo comunicativo: las prisas, los intereses creados, las distancias cada vez mayores, los ahogos económicos, el querer ganar siempre, las carreras por la nada, el deseo de llegar antes al océano de las dudas, que aún nos generan más lejanías… Es todo un bagaje estremecedor.

El proceso de crecimiento vital de la persona se basa en la comunicación. Hay un momento en que olvidamos esto, que es como olvidarnos de nosotros mismos, de nuestras esencias, de cuanto somos. Pensar es fruto del intercambio de ideas, de pensamientos, de consideraciones. La meditación y la comunicación se consiguen dándonos a conocer y tratando de conocer al otro desde el respeto y la altura de miras. Como todo en la existencia humana, esto que decimos se consigue con práctica, con mucha práctica, con mucho tesón. Es cuestión de animarse. Seguro que seremos más felices como punto de partida.

Juan TOMÁS FRUTOS.