Claude Lévi-Strauss seguirá siendo una gran referencia

Anda la Parca entretenida estos días comunicando, a su manera, claro, con personajes a los que les habíamos cogido querencia, cariño, sí, por su forma de ser, por sus aportaciones, por esas caricias que nos otorgaban con el lenguaje sabiamente manejado, por el conocimiento de las cosas, que nos han llegado de la mejor manera posible. El último, o uno de los últimos, es Claude Lévi-Strauss, un antropólogo de origen francés, alsaciano su padre para más señas, que lo hemos considerado ciudadano del mundo y padre de mucho ideario en la sociología, en las relaciones humanas, en el acercamiento a lo que somos, a lo que pretendemos ser, a lo que imaginamos ser.

No es fácil aproximarnos al ser humano, que, a menudo, se empeña es desposeerse de ese grado de ternura y de comprensión, así como de esos escrúpulos que le pueden hacer, como es, un elemento excepcional en la Naturaleza. Esto es lo que hizo Claude, y lo llevó a cabo con el reconocimiento de una gran mayoría, de los intelectuales, del mundo académico, de las instituciones, de muchos países. No es normal que esta aceptación sea tan unánime y que provenga de atalayas tan dispares.

Muchos son los ecos de su figura en forma de premios, de galardones, de Doctorados Honoris Causa, cosechados por este descendiente de judíos con una enorme amplitud de miras, siempre en busca de conocer el porqué del comportamiento de sus semejantes.  Con influencia de Freud y de Marx, y con el acercamiento a los principales filósofos contemporáneos, se convirtió en una figura de referencia para interpretar los comportamientos de las sociedades amenazadas por su mismo crecimiento, por los números, por las frías estadísticas. Es considerado padre y mentor del estructuralismo y es muy famosa su teoría de los mitos.

Además, hemos tenido la suerte (suponemos que no es casualidad) de que ha sido longevo: estaba a punto de cumplir los 101 años. Eso ha hecho que su pensamiento, su imagen, su persona se hayan conocido más y mejor. También ha podido matizar muchas de las cuestiones sobre las que ha escrito, puesto que ha podido defenderlas en persona, sin recurrir a los discípulos que, por otro lado, son numerosos y han realizado una labor impagable.

El caso es que se va una persona irrepetible (todos lo somos), y, por supuesto, le echaremos en falta, pero lo más importante es que quedan sus obras, sus reflexiones, sus análisis, sus dudas, su métodos, sus resoluciones, sus vueltas a empezar con más problemas sencillos o complicados… De algún modo sigue ahí, y siempre continuará para alumbrar los pasos de una Humanidad que, por prisas, por competencias, por diferencias reiteradas, no siempre sabe lo que tiene que ver, lo que le interesa, lo que tiene sentido.