Barcelona Olímpica

Por primera vez en su historia, nuestro país será sede de la celebración del evento más popular que tiene lugar en el mundo. Ningún otro suceso tiene la capacidad de convocatoria de los Juegos Olímpicos. En directo, miles de personas presenciarán y millones contemplarán la ceremonia de inauguración, a la que asistirán presidentes de gobierno, ministros, y otras personalidades. Será ciertamente muy lúcida y todos no congratularemos de haber tenido la oportunidad de ver algo irrepetible.

El espectáculo será recordado como magnífico y pasará a los anales de los juegos, más por la organización y las actividades paralelas que por los récords, puesto que la climatología húmeda y calurosa, así como la escasa altitud no favorecerán grandes logros.

Pero será el mero espectáculo lo que nos quede de estos juegos que se celebran en casa. Recibiremos a la élite del momento, a los mejores especialistas y nos limitaremos a mirarlos. Será nuestro negocio vender las entradas, los derechos de televisión y los “marchandiise”.

No debemos olvidar que hace muy poco nuestro país fue anfitrión del Campeonato del mundo de fútbol y el negocio fue para muy pocos. Los españolitos de a pie vimos los partidos igual que si fuera en Argentina, por tele, y resulta difícil evaluar el costo que recayó sobre cada uno de los impuestos. También se esperaba que fuera generador de…, pero ni se ganó el campeonato, ni se ganó dinero, ni se ganó en mejora de la infraestructura deportiva. Solo algunos campos instalaron nuevas gradas que pagaron de sus bolsillos. No se abrió ningún campo extraordinario ni se creó ninguna escuela de jugadores.

 

Salvando las distancias, de nuevo nos encontramos ante un acontecimiento deportivo de carácter mundial, que va a ser generador de muchos beneficios económicos y deportivos. De lo que si podemos estar seguros es de que cada uno de nosotros contribuiremos a su realización a través de los impuestos, y que el Estado debiera canalizarlos junto con un gran esfuerzo organizativo.

El deporte, y los Juegos Olímpicos, en mayor medida, aunque es una actividad práctica, es poco materialista, recordemos que el juramento olímpico hace alusión directa al ametrismo; así pues, si los participantes tienen un reducido beneficio material, ¿qué podemos esperar nosotros? Está claro que el origen de los Juegos Olímpicos es de carácter religioso espiritual y aunque está próximo al poder político, estaba alejado del beneficio, del negocio. Esto nos lleva a intuir el ámbito en el que se van a producir los efectos. Si no es el negocio, será en el campo del ocio, y si no es en lo material, será en lo espiritual donde veamos los resultados sociales. Con estas dos notas podemos definir un ámbito, y este es el de la Cultura física.

La Cultura física supone básicamente dos actitudes en el individuo: Por un lado, la actitud de espectador, no de mirón, sino la de aquel que está expectante ante lo que va a suceder, sabe las normas, conoce las posibilidades y aprecia los esfuerzos de los contendientes por modificar el resultado probable. Por otro lado, supone la actitud practicante, ejecutante que busca en el dominio de una técnica un medio de perfeccionamiento y expresión personal, así como la simple recreación de una serie de experiencias.

En efecto, la Cultura física es lo más significativo que las Olimpiadas nos pueden dejar, incrementar la práctica de la actividad física en la población, así como aumentar la satisfacción personal que puedan obtener de su asistencia a un evento deportivo.

Pero la generalización de la práctica deportiva supone la creación de hábitos en cada individuo y desde luego, la creación de hábitos supone la repetición de una conducta de forme metódica e intencional. En el caso de los hábitos deportivos no bastarán los quince días que duran los Juegos como motivación para fijar en los individuos un tiempo diario de actividad deportiva. Aprovecharemos las Olimpiadas si las utilizamos como motivación, pero habrá que disponer de instalaciones funcionales, económicas, próximas y estéticas, que posibiliten que la gente con motivación suficiente, pueda fijar el hábito de la práctica.

Por otro lado, tengamos presente que nadie aprenderá a saborear la ópera escuchando las 15 horas de la Tetralogía de Wagner, de la misma manera será difícil que en los 15 días que duren las Olimpiadas, alguien pueda formarse, a nivel no sólo estético, para apreciar el fenómeno olímpico. Por el contrario, será la Olimpiada el máximo espectáculo que culminará un proceso de formación individual. Para lo cual el trabajo se iniciará mucho antes de forma progresiva en el conocimiento de la historia, de la filosofía y de las normas de cada especialidad, pues un fenómeno deportivo cobrará todo su significado cuando se sitúa en su contexto.

En el escaso tiempo que dura la Olimpiada se produce una avalancha de sucesos, un torrente de información, la eclosión ceremonial de cuatro años de paciente y perseverante trabajo, que se perderán si no son canalizados los esfuerzos adecuadamente, y esto supone un trabajo previo a cargo del Estado (y recordemos que nos encontramos en una de sus instituciones –La Universidad-). En ningún caso esta función debe ser asumida por entes privados comerciales, pues la práctica deportiva promocionada a través de esponsor o subvención mediante publicidad en los medios de comunicación, obedece a la búsqueda de su legítimo beneficio, que solo coincide en parte con el ideario olímpico.

Al igual que ya se está planificando la creación de la infraestructura de instalaciones, también se debe iniciar, ahora, la superestructura cultural que acogerá está olimpiada, para que recordemos con orgullo haber sido anfitrión de los orgullo haber sido anfitrión de los XXV Juegos Olímpicos de la Época Moderna.