Arte y poesía en Puertas de Castilla

La velada flamenca que, bajo el título de “Los venerables”, tuvo lugar en la tarde –noche del día 21 de octubre en el Centro Municipal Puertas de Castilla, puso broche final al ciclo Grandes Maestros del Flamenco organizado por el Aula de Flamenco de la Universidad de Murcia.

Intervinieron Antonio Piñana (toque), Chano Lobato (cante y gracia soberana) y Matilde Coral (baile y un no sé qué ineexplicable), de quienes decir que estuvieron a la altura de su reconocida categoría sería casi no decir nada. Estuvieron sencillamente inmensos.

Antonio Piñana, cuando se le canta bien, se crece de forma poco menos que inexplicable para quienes sólo le hayan visto en horrorosos trances de cuando se le canta mal en concursos y demás. Su intervención en la velada a que me refiero fue todo un testimonio de dicha particularidad. Pero en lo que a él se refiere no acaba de entrar del todo en lo de la denominación del acto. Pues más que de venerable, tiene planta de delantero centro o de matador de toros.

El Chano ha estado una vez más en Murcia cantando con toda el alma para los centenares de amigos, en su mayoría jóvenes, muy jóvenes, y entendidos con los que sabe que aquí cuenta. Pero, con todo, logró sorprendernos una vez más al atreverse, a sus setenta y muchos, a agraontar unas siguiriyas de entonaciones “cambiás” (cabales) con “salía” por livianas; lo que dio ocasión a que el tocaor hiciera alarde de su maestría y conocimiento. Yo diría que El Chano sigue siendo el mismo de cuando, hará ahora unos sesenta años, emocionó cantando a Manolo Caracol hasta el punto de hacer que se arrancara la camisa para ofrecérsela como trofeo.

Y qué decir de Matilde que no se haya dicho ya? ¿Qué es la mejor?… eso ya lo sabíamos. Añadiremos, si acaso, que lo suyo es arrancar emoción, belleza, poesía… a repetidas imágenes de lo grotesco en un derroche de simpatía venida de no se sabe donde.

¡Y el público!…, repito que juvenil, abarrotando la sala a reventar y aplaudiendo casi rabiosamente. Sólo la casi esperpéntica asistencia de Cocoví Picarnell, renqueando y apoyándose en un paraguas plegado para disimular su bastón de octogenario, rompió un poco el ritmo del paisaje.