Aptitudes y actitudes para la comunicación

Rebusquemos en algunos conceptos que seguro que conocemos. Dediquemos tiempo a considerar el proceso de la comunicación desde el punto de vista personal y/o masivo. Está de moda hablar de inteligencia emocional. Lo de moda es un decir. Siempre ha existido, y siempre se ha valorado, pero, como no hemos sabido definirla durante mucho tiempo, hemos hablado de un don, de un saber hacer, de un comportamiento acorde a las circunstancias, etc.

Ahora conocemos que la intuición es una modalidad de la inteligencia, y que ésta tiene muchas variables o posibilidades. Bueno, si no son muchas, son bastantes.    El interpretar los signos de lo que ocurre a nuestro alrededor, el tomar decisiones acordes a lo que vemos, entendemos, analizamos y realizamos con y desde nuestro entorno y con los que convivimos, constituye un valor añadido en cualquier relación, que puede equivaler a comunicación. Saber comunicar es, igualmente, ser capaces de negociar en el sentido más amplio del término, por lo que estamos utilizando vocablos muy semejantes.

La base para comunicar bien es tener algo que referir. También precisamos una práctica diaria. Necesitamos esfuerzo, empeño, voluntad, tesón, con los que podemos afrontar cualquier vicisitud.

No olvidemos aprender a discernir y a utilizar, desde la buena intención, los gestos, el lenguaje mímico, la kinesia, así como la proxémica, que tiene que ver con el manejo de las distancias, que nos subrayan mucho de las personas que nos hablan o que intentan comunicar o convencernos de algo.

Mantener un equilibrio es básico para no saturar con los niveles comunicativos que podemos considerar fundamentales, esto es, los afectivos y los racionales. Llamar la atención, buscar elementos atractivos, sin pasarnos, con el fin de mantener al posible interlocutor pendiente de lo que le decimos es crucial para que el flujo informativo, incluyendo el feedback (retroalimentación), se produzca en sanas condiciones. Hay que saber escuchar, y hay que “empatizar” con los otros, esto es, debemos ponernos en su lugar, en sus condiciones y condicionantes.

La ilusión, el entusiasmo, el tener un índice mínimo de asertividad, que podría equivaler a seguridad en uno mismo, el conocernos interiormente, el motivarnos sin autocomplacencia, etc. son valores y virtudes que hemos de propiciar para llegar un poco más allá y vislumbrar en el armazón de los mensajes y de sus objetivos. Miremos buscando destellos, procurando la felicidad en el proceso, y tratando que los otros también vivan la dicha. El estar bien ayuda a interpretar bien, así como a hacer oportunamente la tarea comunicativa con el fin de que nos comprendan.

En definitiva, creemos que, a bote pronto, éstos que exponemos son conceptos básicos que nos pueden servir para indagar en la necesidad de potenciar las denominadas habilidades comunicativas y la inteligencia emocional, que pueden contribuir a que muchos vacíos y soledades no sean tales. No olvidemos tampoco que la comunicación es un hábito, y que sin éste no seremos expertos en una herramienta que es sustento para el conocimiento propio y ajeno, individual y colectivo, particular y general. Todo es empezar. Nunca es tarde. Intentemos ir aprendiendo desde la costumbre y sin prisa. Seguro que, antes o después, llegaremos a buen puerto.