José Ato Saorín

SENTIDO Y EXPRESIVIDAD DE JOSÉ ATO 

Aún era un niño, cuando José Ato empezó a sentir la necesidad de expresarse a través del dibujo. Los garabatos infantiles se fueron transformando en lineas de trazo firme bajo la enseñanza del maestro Juan Solano, desarrollando su creatividad y contagiándole su amor por el arte. Hizo efecto: el entusiasmo del alumno daría con el tiempo el fruto maduro de su obra actual. Su técnica y estilo es la pura y simple realidad del artista que busca su propia identidad. Es la capacidad para transmitir sensaciones que se manifiestan en la libertad de interpretar el pequeño y gran mundo. Poder expresarse con su obra es vivir para José Ato. En su pintura reside su libertad y pasión por la vida. Crea para vivir.

Pero nunca es fácil alcanzar la madurez. El camino andado lo ha hecho con paso seguro, siempre pensando en encontrar nuevas maneras y formas de manifestar sus sentimientos, de comunicarse, y tal vez comprenderse así mismo. Por eso hoy tenemos a un artista formado en la busqueda de la perfección, y que sabe plasmar sus ideas con la luz y el color de su tierra natal. Esta tierra ciezana donde las naturalezas muertas, vivas están. La misma fuerza vital que fluye de la paleta de José Ato.

Francisca Serrano Yuste

Directora de la Galería Efe Serrano

Nace en Cieza en 1959.

pepe_ato@regmurcia.com

Con diez años de edad su madre lo apunta a las clases de pintura que el artista Juan Solano impartía en la academia municipal de arte de Cieza.

Aunque no se dedica profesionalmente a la pintura, nunca ha dejado de pintar en todos estos años, exponiendo su obra de forma individual en cuatro ocasiones, habiendo participado ocasionalmente en algunas muestras colectivas.

Actualmente trabaja en un estudio de arquitectura.

Fue seleccionado en el I Premio Internacional de Pintura Toledo Puche de Cieza (2004) expuesta en el Museo de Siyâsa.

Fotos: Luis Urbina

Mª Antonia Zamorano

María Antonia Zamorano tiene un quehacer que rezuma novedad nunca eximida de pasado, de un pasado ancestral que guarda silencios de mujer, ocultos por siglos de barreras que por fin se pueden saltar, derribar, arrasar. En su evolución de años de práctica y de búsqueda de dar forma a lo sentido por medio de la materia nos ofrece un trabajo donde se aprecia el talento y la herencia del género al que pertenece, el talento genuino que alberga como ser humano que sabe valerse del legado de la historia artística y los adapta a su crear haciéndolos arte ahora suyo, libre de prejuicios, desde el que nos habla con su sensibilidad de persona comprometida con el espacio y el tiempo que le ha tocado vivir, haciendo simbiosis de emociones causadas por la forma de las cosas y por la abstracción de los sentimientos.

Desde un lenguaje variado (pintura, escultura, grabado,…) crea a través de líneas que ya se agrupan, que se enredan, que se sueltan que se definen. Colores tierra que hablan de la tierra en todos sus variantes, azules mediterráneos. Materiales ya clásicos en artes plásticas, ya novedosos incluso para los comienzos de un “arte povera” donde el esparto puro aún no era el cuerpo primo y probablemente ni siquiera compaginado. La Guitarra picasiana que abría paso a una forma de representación nueva en escultura no sabía cuan largo llegaría aquel camino iniciático, deparando en este aquí y ahora otorgado por unos volúmenes de esparto que nos acercan de raíz a la tierra, a lo que ella da sin cultivo, altruistamente, para que luego en manos de María Antonia Zamorano cobre forma y nos hablen de sueños, de nuevas posibilidades.

Adentrarnos en su obra es acceder a la comunicación de aquello que piensa y siente, que intuye y que busca, para ello se vale de algo que en arte es la matriz con la que se pergeñan las ideas en las artes visuales, de la línea, expresada ya desde el color, ya desde la anatomía del esparto, ya desde el hilo que hilvana. Línea que ella lanza como si la misma Ariadna fuera para que los sentimientos que habitan en los más recónditos rincones del laberinto de la vida afloren desde su sustancia.

Rosa Campos

Fotos: Luis Urbina

Rafael Torres Buitrago

¿En el principio fue el color?

¿En el principio fue el color? ¿O fue el tema, el dibujo, el ritmo o la composición? Sin entrar en el sexo de los ángeles, ni en la cacareada polémica de la gallina o el huevo, lo cierto, lo innegable, es que sin color no hay pintura: habrá otra cosa. Pongámosle a nuestro capricho, a nuestro mejor o peor entender, el nombre que nos plazca. Por eso, descubrir, como punto de arranque y meta el sendero del color, con sus trampas de facilidades, recovecos de ingenuidades, túneles de indecisiones u horizontes de falsa complacencias, es, y será siempre, camino seguro que conduce al horizonte de la Gran Pintura.

Rafael Torres, llega a la pintura del primerizo hallazgo del color. Compone con el color, dibuja con el color, crea ritmo con el color y descubre colores a través del color. De aquí que en sus cuadros, nada indecisos, de Profesor de Bellas Artes, pueda descubrirse el pintor que lleva dentro.

Y la pintura cierta, segura, sin falsos malabarismos que ofrece, es ya una realidad, llena de madurez y de años de trabajo constante.

Fernando Martín Iniesta

Fotos: Luis Urbina

Salvador Susarte

Salvador Susarte nace en Cieza, en diciembre de 1951.

Tras una formación que podríamos calificar de tradicional, iniciada en la academia de J. Solano, en su pueblo natal, se define, dentro de los caminos del arte, en una doble predilección: trabajará en escultura y su lenguaje nunca perderá de vista el figurativismo.

Bajo esta doble premisa comenzará su carrera pública a partir de 1974, jalonada, ininterrumpidamente, por su participación en una serie de exposiciones de ámbito nacional e internacional, de carácter individual o colectivo.

Ha obtenido, así mismo, distinciones, tales como el: “Primer Premio del Certamen de Escultura de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad”, en Madrid; o la Medalla “Lorenzo el Magnífico”, en la Bienal Internacional de Arte Contemporáneo celebrada en Florencia.

Aparte de trabajar con los materiales que pudiéramos considerar como “propios” de la labor escultórica, tales como la madera, el mármol, el bronce o el hierro, actualmente, usando de la libertad que en elección de materiales el Arte Contemporáneo permite al artista, prefiere las resinas, y las pieles, material, este último, que confiere una indiscutible personalidad a sus obras. Y, aplicando la misma libertad, en cuanto a procedimientos artísticos se refiere, alterna el tradicional procedimiento de abocetar, a partir de un dibujo, en barro o escayola, con el de diseñar, inicialmente, las formas en tela metálica de aluminio, que recubre, posteriormente, con escayola de dentista, para luego pasarlo a las resinas , al bronce o a la piel, según proceda.

Su lenguaje formal, como ya hemos indicado, oscila entre los límites de un figurativismo más o menos geometrizado, buscando en la geometría la simplicidad y la esencialidad de las formas, según sus propias palabras, y encontrando en ella un código expresivo que domina a la perfección.

En sus obras se alternan agudas aristas definidoras de básicos planos, con un más suave tratamiento, que redondea superficies allí donde le conviene obtener un juego de luces más difuminador de sensaciones.

Y es excepcional matizando la estaticidad, que muchas veces es propia de un esquema geométrico, con una fugaz sensación de movimiento que integra a sus esculturas en el espacio que las rodea, recordando los anhelos de la “Escultura Futurista”. Su obra titulada “Cabeza de Caballo”, de 1999, es muy expresiva al respecto.

Nos encontramos, sin duda, ante uno de los escultores murcianos más sólidos, de nuestro momento, tanto por la maestría con la que domina sus técnicas, como por lo depurado de su lenguaje, en un camino, el de la expresión geométrica que tan magníficos maestros ha dado, desde siempre.

Mª Carmen Sánchez Rojas

Profesora del Departamento de Historia del Arte de la UMU

Fotos: Luis Urbina

Manuel Suárez

LOS INSTANTES, LOS COLORES…EL SILENCIO

Hay en Manuel Suárez un constante palpitar, un hálito de vida que nos encadena a sus obras, sentidas y hechas para sentir. Hay un afán por captar el instante, el momento, puede que una mirada impresionista a la fugacidad de la luz, al cambio del color, al diván de las formas.

Es una pintura nostálgica, embriagadora de esos aromas errantes que en otoño, las hojas sienas llevan hasta los corazones. En abril, se torna mezcolanza de tonos, abrazos de colores injertados en nuestra retina, paisaje de la huerta tan querida, tan amada por el maestro.

No hay término medio en la obra de Suárez. Su pintura se nos torna auténtica, sincera, sin necesidad de recurrir a estridencias compositivas, o de paleta. Maestro del dibujo, en su pintura prevalece sin embargo el color sobre la forma. Sus pinceladas, largas, sueltas, son concebidas con misma fragilidad que tienen los suspiros cuando rozan la madreselva. Y así, el pintor convierte lo efímero en eterno, lo cambiante en inmutable. De su pincel brota un universo de sentimientos, de destellos plasmados en la flor del manzano, y del granado, en el lirio, y con ellos, dulzura de abrazo, los rojos, llanto derramado de atardeceres en la granada, amarillo, omnipresente fulgor del membrillo en las manos del pintor, carmesíes en la rosa, fucsias en la parra derramada de uvas ya maduras.

Entonces, todo se nos presenta como ofrecido, como dado, con la verdad de quien extiende sus dedos para sentir la naturaleza domesticada de la huerta, y fundido en su viento, en su olor, Suárez todo nos lo da. Se nos presenta la floración del melocotonero en toda su efímera hermosura, pero vista a través de sus ojos, sentidas en sus manos. El campo se nos abre en frutales que se pierden en el horizonte. Al fondo, como centinela de las estaciones, el formidable murallón de la Sierra de la Cabeza , magnifica, serena, prudencia de paleta frente al cálido de los campos en flor. Y allí, la sierra puede que sea definidora del cuadro, superposición de lo evidente, como si los silencios que de la obra se desprenden, la quietud, la calma, fuera turgencia viva de la montaña, como si maestro en otro lugar, en otro espacio, acaso no pudiera dejar de rememorar otras quietudes, otras calmas, otros espíritus; las montañas de su Asturias natal. Y envolviendo a la huerta, a la sierra, la luz, el color, y juntos la atmósfera, nexo de unión entre los planos y el horizonte, estancia para las almas que un día aprendieron a amar.

Hay en Manuel Suárez una especial sensibilidad por la forma, el color, una especial inclinación por plasmar la compleja sencillez de la naturaleza, la pureza de la vida, el cambio y la renovación. Paisajista hondo, profundo, captador de instantes, esqueje mismo del árbol su pincel, sus manos, su alma toda. Mirad, recordad,es tiempo.

Manuel Martínez Morote

Fotos: Luis Urbina