“ 007 : UN MITO QUE PERVIVE ”

James Bond ya es abuelo. Quizás se trate de un abuelo aún de buen ver y medianamente lúcido, pero aquel personaje que naciera de la pluma de Ian Fleming y fuera rescatado por el cine para mayor fama y gloria, hace un año que cumplió sus bodas de plata con el celuloide.

En todos estos años han sido muchas las versiones realizadas para la pantalla de este espía de altos vuelos, y su música ha sido imitada hasta la saciedad por grupos y cantantes de lo más diverso.

El presente trabajo pretende ser un homenaje desenfadado a tan venerable y prolífico mito.

Todas las artes tienen mitos, pero ningún vehículo como el cine para mantenerlos vivos. La criatura sobrepasa con frecuencia a su creador y se hace más palpable que éste a los ojos del receptor. Es evidente que la bestia superó a la bella en King-Kong, hoy nadie recuerda a la excitante Fay Wray que enamoró al monstruo y mucho menos a sus creadores, Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, pero el mono gigante permanece indeleble en nuestra memoria imágnes superlativas. ¿Quién recuerda a una nadador que se llamó Johnny Weismuller?, sin embargo Tarzán no morirá nunca, e iconográficamente, seguirá siendo siempre Weismuller el verdadero, el único Tarzán, a pesar de que docenas de otros actores han paseado sus torsos desnudos más o menos cerca de las fieras africanas. Lo mismo ocurre con Bela Lugosi y Boris Karloff, ellos son Drácula y Frankenstein más que ellos mismos y desde luego, sus mitos fantásticos han sobrepasado al que los inventó . Bram Stoker y Mary Shelley apenas cuentan ya.

Algo de esto ocurre con James Bond, criatura de un mediocre escritor de novelas de aventuras que desde hace un cuarto de siglo es más “real” que su autor gracias a la magia del cine.

El “bondismo”, allá por la década de los 50. Ian Fleming, su creador, se vio gratamente sorprendido por el éxito de lo que para él había sido un pasatiempo estival: la creación de un héroe fantástico con los atributos que a casi todos hubiera gustado poseer: fuerza, inteligencia, belleza, dinero…y otras sutilezas por el estilo. Los productores avispados no tardaron en percatarse de las posibilidades cinematográficas de James Bond, y decidieron llevarlo a la pantalla. Esto ocurrió en 1961, y pocos años después, James Bond era junto con The Beatles, el personaje inglés más popular y uno de los mayores recursos de aquel país. Incluso su Graciosa Majestad acudiría a los estrenos de la serie.

La personalidad de este espía de altos vuelos fue definiéndose paulatinamente en cada una de sus películas: físicamente tiene 35 años ( ¿a quién demonios intenta engañar Roger Moore? ), mide 1.80 de altura y pesa 76 kg. Además es experto en artes marciales, en diversos deportes ( golf sobre todo ) y bebe Dom Perignon siempre que haya a mano caviar del mar Caspio. También le gustan los automóviles, sobre todo si son deportivos ( el célebre Aston Martin en “Goldfinger” ) y poseen un par de docenas de armas mortíferas en su carrocería. Enciende con un Ronson los 3 paquetes de cigarrillos que fuma diariamente, preparados especialmente para él por Morland. Hasta sus pelotas- de golf, claro- son de buena marca : Dunlop.

También le gustan las mujeres, y nunca ha fallado con ninguna. La mujer es un importante componente de la serie Bond, pero se trata de chicas de lujo, recipientes hermosos, mujeres kleenex, de usar y tirar, pues nada puede distraer al guerrero a no ser que esté en periodo de reposo.

Pero si las mujeres malas están muy buenas, los hombres malos tienen el físico aún más estropeado que su retorcida mente: son enanos, llevan garfios en las manos o están calvos, eso cuando no se les juntan varios de estos u otros defectos. Aún así, Bond sale siempre airoso, pues no en vano es un agente doble cero, al servicio de su Majestad Británica, y tiene por tanto licencia para matar.

A pesar de que la serie tiene una unidad temática evidente, no ha sucedido así con el equipo que ha creado cada una de las películas. Los directores han ido cambiando, y siempre se ha intentado que sean técnicos acomodaticios que cumplimentarán su misión como lo que es: un simple encargo donde todo ha de ponerse en función de los intereses del mito y la buena marcha de la serie. Así, pues, cuando Fleming padre de la criatura, tras ver “Con la muerte en los talones” salió convencido de que Hitchcock era el director ideal para su personaje, por supuesto nadie le escuchó.