Un ciclo puro

Juan TOMÁS FRUTOS

Habla el albero, el valor transformado tras años de creencia en lo humano, y también en la Naturaleza, que se encuentran en el mismo plano. Tocamos la perfección.

Nos vivimos en el silencio que nos propone continuar por unas sendas maravillosas que nos aclaran los conceptos esenciales. El espíritu, crítico a menudo, nos envuelve con su manto de ilusiones. Es virtual, pero funciona.

Tendremos que admirarnos en otro espacio, sin cronologías, avanzando y aventurando una verdad que tropieza sin números, pero sí con causas posibles e imposibles que nos otorgarán beneficios sin dudas. Hemos vuelto. El retorno no es un mito, aunque se rodee de lo inefable.

No hay circunloquios. Nos aclaramos con los resortes del destino, que nos pone a prueba. Ganaremos porque no nos dejaremos amilanar. Nos pondremos en guardia relativa, sin agobios. No importa que haya opciones de dolor. El luto será sustituido por una versión unánime de los consejos buenos.

Hallamos nuevas interrogaciones a los baluartes de la existencia. Eso nos hace sentirnos, sabernos, relacionarnos, gozarnos en un escenario de peticiones y de planteamientos de renovadas locuras que nos colocarán en el punto de la entrega no fortuita.

Parlamentamos. Mirándonos en un grado de cierto silencio, en él, desde él, nos interpretamos en un arte que nos entronca con millones de misiones que se resumen en una polivalente: nos referimos a la conjunción de coraje, de fuerza, de humildad, de querencia y de pasión. Es todo, es nada. Sí, después de esta tarde en el albero, aparece lo completo y su contrario, como la historia misma, en un puro e idílico ciclo.