Reflexiones para el Plan Estratégico de la Universidad

La formación de postgrado es básica para un estudiante, por cuanto le sirve de nexo entre el aprendizaje recibido hasta ese momento y el mercado laboral que para él, en esa etapa de su vida, está a la vuelta de la esquina.

Por ese contexto tan determinado, este tipo de formación posterior a la carrera universitaria ha de tener muy bien equilibrados los aspectos teóricos y los prácticos, y, así, se ha de ofrecer un aprendizaje lo más cercano a lo que un poco más tarde, se van a encontrar los alumnos.

La capacitación profesional, tras un sustento teórico interesante, es fundamental para que la incardinación del estudiante sea del modo más adecuado. Es preciso para ello que haya un mayor acercamiento entre el mundo laboral y el académico. La presencia de profesionales de empresas en la Universidad y la exposición de motivos y aspectos formativos por parte del profesorado en las mismas empresas son dos ejes cruciales para que haya un entendimiento entre dos realidades que están llamadas a un entendimiento recíproco. Durante años ha habido, más en algunas carreras que otras, un distanciamiento entre las necesidades y los planteamientos, entre lo que se sabía y lo que se exigía para una conveniente colocación y ubicación en el mercado laboral.

Ahora, en pleno siglo XXI, de lo que se trata es de romper las malas inercias, que, cada vez, afortunadamente, son menores, así como de afrontar la realidad de las necesidades empresariales desde algo más que el voluntarismo mal entendido o poco prometedor. Precisamos conocer mejor los sectores donde se incardinan los estudiantes, al tiempo que hemos de saber los aspectos más fuertes y los más débiles de la formación que les damos. No finjamos preocupaciones que no ejercemos, y pongámonos manos a la obra.

Debemos contactar con las empresas, con sus empleados, con sus responsables, y hemos de exigir de todos ellos informes que den cuenta de las ventajas y desventajas, de los vacíos y de las fortalezas que se detectan en las formaciones de los estudiantes que les enviamos a esas mismas organizaciones tanto a nivel de becarios como, más tarde, cuando consiguen una relación laboral mucho más estable y mejor remunerada.

Tendríamos que hacer, desde las Universidades, seguimientos de las habilidades y capacidades que hemos desarrollado en nuestros alumnos. Habría que analizar los progresos que se desarrollan y los motivos de los triunfos o fracasos que se puedan suceder.

 

Mayor conocimiento de la realidad empresarial

Con el mayor conocimiento de la realidad empresarial que demandamos podemos conseguir ver con qué medios reales se trabaja, al tiempo que podemos aprender sobre los sistemas o modelos de laboriosidad que se utilizan de manera preferente. La Universidad, en determinadas profesionales como Derecho, Medicina, Comunicación, Biología, etc., debe preparar alumnos que tengan unas grandes dosis de teoría, pero, al mismo tiempo, sin que parezca una capacitación profesional neta la que procuramos, hemos de defender un aprendizaje que invite y permita que los alumnos no vean las diversas rutinas de trabajo en cada sociedad como algo que solo conocen por libros, si es el caso.

En el postgrado, la Universidad debe tener la habilidad de desarrollar unas materias y unas líneas de aprendizaje lo más apegadas a las necesidades reales, que, en primer término, hay que averiguar, así como debemos adaptarnos a ellas. Aún distinguiendo entre la capacidad profesional y la investigadora, que han de ser complementarias, con el propósito de hacer rentables las dos en la medida de lo posible, es claro que hemos de adecuar y de amoldar la docencia a lo que existe en el mercado, a sus demandas, a su realidad cotidiana.

La Universidad debe desarrollar con destreza los estudios más demandados, y hacer la inversión ajustada a los planteamientos y deseos de aquellas actividades más o menos deseables. Las campañas formativas e informativas en este sentido también funcionan, dirigiendo, o debiendo dirigir, a los alumnos por aquellos vericuetos donde la formación es más rentable para la propia institución, así como para la sociedad y los mismos interesados.

Las metodologías han de basarse en aspectos teóricos, en lecturas frecuentes y variadas, en lo que piensan y defienden profesores de toda índole y calado, pero, asimismo, han de sustentarse en una cercanía a las necesidades de los mundos económico y laboral.

Como quiera que los medios y los recursos, amén del profesorado, son escasos, conviene que establezcamos planes de implantación, de búsqueda de bases para el desarrollo profesional e investigador, así como estrategias para priorizar y para establecer los objetivos claves. No se persiguen, o no se deben perseguir, resultados perfectos, pero sí progresiones en el buen sentido. Las cooperaciones de las empresas con las Universidades, y de éstas con las empresas, son extraordinariamente eficaces.

Además, hay que medir los impactos y ver por qué las actuaciones emprendidas funcionan, o bien por qué no sucede así. De este modo, podremos ir mejorando todo desde ambas orillas del sistema educativo. El esfuerzo y el empeño han de ser comunes entre la sociedad, sus organismos y sus empresas de tipo público y privado y la Universidad , de la que surgen esos profesionales que nunca deben olvidar el aporte teórico en las actividades prácticas (todo es importante, repetimos). La mirada recíproca de ambas partes produce, y producirá siempre, resultados mucho más simétricos. De eso se trata.