“Rafael Alberti: los 87 años de un poeta”

Parece que fue ayer cuando con Paco Ibáñez y José Luis González Coronado celebramos entre el “fino” del Puerto de Santa María y la ternura de María Teresa León el sesenta y nueve cumpleaños de Rafael Alberti, en Vía Garibaldi, en el corazón del Trastévere romanos, tan lejos y tan cerca de España.

“Hoy las nubes me trajeron
 volando el mapa de España…”
Será el próximo 16 de diciembre cuando hayan pasado 87 años que el poeta Marinero en tierra se asomara a los azules ultramares, a los paseos vespertinos de las retamas blancas, cerca de la bahía salinera de la Andalucía milagrera. Y desde entonces, cuánta peregrinación, ya terminada, cuánta pintura poetizada, en busca de la memoria que parecía perdida, requerida en La Arboleda y amada por ángeles y gatos perseguidos, ruidosos, noctámbulos. Entre el clavel de Juan Panadero y la espada del triste recuerdo.

Han pasado los años desde aquel en que Alberti cumplía en Roma, reciente la exposición de La parola e il segno: un alfabeto lírico, una formulación de la escritura pintada por el ala del vuelo poético, la ilusión de soñarse un Alberti colgado en las salas del Museo del Prado.

“¡Dios mío, yo tenía ponares en los ojos y alta mar todavía con un dolor de playas…”.

Equivocada la paloma, señalada la hora del reencuentro, arribada la nostalgia, unos cuantos amigos desearemos larga vida al poeta; pero la razón de la existencia de la escritura poética renacerá en la mano de Rafael cuando sus ojos repasaen la mañana en su nueva Arboleda, en su nuevo y complejo rememorar los hallazgos del pasado. Se atreverá el poeta a sacudirse la nostalgía y brindar con un Jérez por otra ilusión renacida: cumplir un año menos cada año que cumpla años.

Y así serán mientras le vemos montado en su bicilceta morada y plateada, como cualquier otra. Y mientras giran los dedales y las ruedas veloces sentirás cómo pasa el tiempo y cómo vuelve el tiempo a tu memoria; por eso, parece que fue ayer, cuando con Paco Ibáñez y José Luiz González Coronado peregrinábamos a Roma, al Rafael de las salinas. Es el tiempo que pasa y vuelve como predice el poeta, ochecnta y siete años de un poeta que regresa. Cada año, un año menos. Y así ha de ser, como Nicolás Guillén, hace unos días:

“Pues cuando vine a este mundo, te digo, nadie me estaba esperando, te digo”.