Por la esencia más espiritual del progreso mediático

La comunicación es la base de todo lo que hemos conquistando como seres humanos. Lo ha sido siempre, y así se ha visto. Se ha constatado más en cuanto se ha dado con nuevos logros tecnológicos, con nuevos medios, que han hecho que se superen las fronteras más ignotas. Al mismo tiempo, se ha advertido que era preciso mantener la esencia de la transmisión de saberes y de conocimientos como fundamento de lo que es la sociedad en sentido pleno y amplio. Recordemos que no es la primera vez que reflexiono sobre la necesidad de dar cabida humana a todos los logros sociales, colectivos y hasta individuales. Me sigue pareciendo básico. Cada vez creo más en lo indeleble, en lo que no podemos ver, en ese espíritu que anima y alimenta todas las cosas que nos llenan a nuestro alrededor. El consumo de Internet está extendido entre todas las capas de la población. Seguramente son los más jóvenes los más lanzados a la hora de utilizar este recurso, y de optimizarlo también. Es natural. Han ido creciendo y adquiriendo la costumbre de su uso. Esto no obstante, la franja de los principales compradores y, por ende, de los más relevantes consumidores, se halla entre los 20 y los 45 ó 50 años. Fundamentalmente es en el último tramo de esta horquilla en el que se hacen las principales inversiones, o  necesariamente (por tener un mayor poder adquisitivo) es de aquí de donde salen los más altos recursos económicos para comprar este tipo de mercancías.

 

Lo malo de esta realidad es que hay muchos lugares donde no puede darse. Hay demasiados desniveles. Tres cuartas partes del globo terráqueo no pueden acceder a esta dimensión cultural, formativa y social que es Internet. No hay recursos para lo más esencial, y mucho menos para cuestiones que son, al menos en teoría, prescindibles.

 

La realidad en la que nos ubicamos el género humano es dispar, desequilibrada vamos, y lo cierto es que, conforme crecemos en lo económico y en lo tecnológico, las diferencias son aún mayores. Las carencias en algunas partes de la población son exponencialmente enormes, implementándose a un ritmo imparable. Así se constata de una manera palpable, sin que podamos dudar de la existencia de un abismo que se superpondrá, de no detenerlo, a las ansias de un mayor y mejor reparto del conocimiento. No hemos de tolerar este desmán. El conocimiento ha de llegar a todos del mejor modo posible.

 

La tecnología es un regalo: lo es en cualquier etapa o estación del año. Nos sirve para entretenernos, para demostrar a los otros nuestros gustos, nuestra existencia,  nuestros deseos… Forma parte del escaparate y del espectáculo humano en el mejor sentido lo uno y lo otro. Lo controvertido, como decimos, es que el reparto no es ecuánime, ni hay visos de que lo sea o de que lo vaya a ser. Es una pena, pues nunca como hasta ahora hemos tenido tantas posibilidades válidas de compartir, de ser en y entre los demás. El afán de tener más no siempre permite buenos resultados.

 

Llegar a todas partes con la información

 

Es una fortuna, un tesoro, contar en los actuales tiempos con este nivel de cultura, de datos y de saberes que nos rodean. Es tanto lo que nos puede llegar que parece que no tiene valor, pero sí lo posee, y hemos de tenerlo en cuenta, debemos valorarlo en su justa medida, que es mucha. La distribución ha de reinar en nuestro proceder, que no ha de pecar de juntarse con excesos. La moderación nos ha de llevar a tratar de extender estos avances donde ahora no son rentables, pero a buen seguro lo serán con el paso del tiempo, sea el que sea, el que tenga que ser.

 

El modelo de avance tecnológico no ha de ir exactamente parejo al del progreso económico. Si tratamos de que todo sea rentable, si perseguimos únicamente ganar dinero, podemos cometer el error de no co-participar a aquellos que tienen capacidades y no opciones reales. La técnica en este sentido ha de ser valedora de lo que nos puede caracterizar como personas, esto es, la humanidad. No lo olvidemos.

 

Rendir cuentas es algo que va más allá de los aspectos meramente financieros. El placer de aprender y de que otros aprendan tiene, en sí, un valor inconmensurable, y puede que hasta inefable. Participemos en ese juego desde la serenidad y el convencimiento de que la vida es algo más que lo material. Pensemos en el espíritu de las tecnologías. Podemos fluir con él, y con él podemos aprender a ser más y mejores, que no es cosa baladí en este entorno actual nuestro. Busquemos en las experiencias los errores y los aciertos para ir primando los segundos sobre los primeros. El convencimiento nos lleva a pensar, desde esta óptica, en positivo.