Pongamos equiparaciones al proceso comunicativo

Puede parecer un juego lo que vamos a hacer a continuación, pero, aunque lo sea, no olvidemos que con algunas partidas de entretenimiento aprendemos mucho más que con sesudos tratados. Así, pues, detengamos esa esfera que se mueve entre tanta convulsión y tratemos de obtener respuestas a procesos y actuaciones que se sitúan muy cerca. Todo en la vida es comunicación. Así lo podemos entender, pero intentemos descender un poco más.

Busco sinónimos de comunicación, y me planto en ese escenario donde todo se configura como ausencia, puede que como la misma nada. No dejemos que las verdades absolutas, difíciles de hallar, si se encuentran en alguna parte, nos hagan confabularnos con un destino hostil e inquieto. No caigamos en las garras de ese porvenir que nos divide. La comunicación es todo lo contrario. Nos hemos de convencer de que los flujos de ideas, de atenciones, de intereses, de cuestiones novedosas o interesantes, de lo que nos conviene y de lo que no… han de servir a los fines de todos y cada uno de los que intervienen en el proceso comunicativo. Y si no sirven, han de hacerlo. Hemos de buscar la pro-actividad, la movilización, para que todos nos entendamos y atendamos lo que acontece por un mundo más sencillo que complicado (aunque parezca al revés).

Entre las definiciones aparece la de cesión, esto es, nos hemos de convocar pensando en el otro, que ha de comprender que estamos en esa acción comunicativa por él, dispuestos a entenderle y a que nos entienda. No siempre hemos de tener razón. El otro debe saber que lo estimamos, que tenemos presentes sus historias, sus pasiones, lo que ha aprendido, lo que le desconcierta también.

Comunicación es, igualmente, escuchar. El rey Salomón deseó “un corazón a la escucha”, un saber entender lo que siente y padece el otro. Las verdades no son ni tajantes ni eternas. Cada cual tiene la suya, en la interpretación machadiana. Cuando comunicamos hemos de tener en cuenta que esto es así. Los planteamientos de partida han de resumirse en el anhelo de aprender, pero todos de todos. No hay una certeza en una parte determinada. La hay en cualquier sitio donde tengamos la intención de hallarla.

Asimismo, la comunicación tiene que ver con la empatía, con ese ponernos en el lugar del otro, con el entendimiento de sus circunstancias, de lo que piensa, de lo que ha padecido, abordando las cuestiones y los eventos que nos rodean desde su perspectiva, y no únicamente la nuestra. No nos dejemos impresionar por valores superficiales que lo que hacen es apartarnos del deseo de mirar al otro a la cara, a su rostro, a sus ojos (lo que más comunican) para comprender verdaderamente lo que nos dice y cómo nos lo hace saber.

Sin el contexto, buenos amigos míos (y amigas), no hay comunicación. Ésta se entiende en función de los condicionantes internos, externos, superficiales, íntimos, conocidos o no, que envuelven el proceso comunicativo. Por eso debemos contemplar ese paisanaje que decían los del 98 para acercarnos a la voluntad del otro (otro concepto de aquellos magníficos escritores). Pensemos que la voluntad, en cualquiera de sus gamas, también sustenta la comunicación, la buena comunicación. Si la hay, se producirá. De lo contrario confiaremos excepcionalmente en el azar.

Apelemos a sentimientos cercanos y afables

Un concepto ya enunciado es la cercanía. Lo que más comunica es lo más cercano. Por eso hemos de procurar que se produzca esa proximidad. Entendemos más a los que se nos acercan en un espacio o tiempo, con circunstancias similares, con un lenguaje parecido (próximo), con intereses compartidos, con referencias asumibles y entendibles, etc. Pongamos como ejemplo de lo bien que funciona la cercanía a esos programas basados en una supuesta realidad, que se nos aproximan a través de lo que hace que todos los seres humanos del planeta nos entendamos, esto es, los sentimientos. Lo malo es que esos espacios explotan de una mala manera esa proximidad, que adquiere, a menudo, tintes deplorables. No obstante, no lo olvidemos, la base comunicativa tiene su exponente en que el ser humano se entiende, de modo primario, mediante los sentimientos. Apelemos, aunque no nos hagan caso, a un buen uso de ellos.

Podríamos apelar, para terminar, a esos elementos siempre inconfundibles que conforman el proceso comunicativo, es decir, el emisor, el receptor, el mensaje, el código, el canal, y el contexto, sin olvidar la necesaria retroalimentación y esa importancia del lenguaje no verbal o gestual y de las distancias (cada una nos ofrece una información determinada), pero lo más relevante de todo es que pensemos que dos más dos no son cuatro en comunicación. Hay un intercambio de afectos, como ya se ha dicho, y de subjetividades (somos sujetos), que no podemos ponderar en todos los casos. Por eso quizá somos capaces de mostrarnos tan maravillosos (o no) en la comunicación.

Hagamos el esfuerzo en confiar (que también es una definición de lo que nos ocupa en este artículo), y así daremos con esa clave tan estupenda que nos dice que para comunicar con los otros hace falta verlos como son, y, para ello, debemos vernos primero a nosotros mismos. Decía San Agustín que, para hacer felices a los demás, debemos serlo primero nosotros. Para comunicar con los otros, primero debemos conocernos a nosotros mismos, como ya indicaban los viejos sabios griegos.

La ilusión, el entusiasmo, el control de los sentidos, su exploración misma, el buscar climas adecuados de conexión y de convivencia, etc., son cimientos señeros de una comunicación válida y sagaz. Hay muchos intangibles que están ahí, y que debemos tener presentes, fundamentalmente porque actúan, porque tienen una influencia suprema. La verdad es que necesitamos muchas reflexiones sobre algo tan básico en el ser humano. Vayamos abriendo camino y desbrozando una realidad tangible e intangible que nos puede favorecer más o menos en función de las ansias que le pongamos. El tesoro mayor del ser humano, o uno de los mayores, le viene de su capacidad de comunicar lo real y lo abstracto, de pensar y de trasladar emociones y vivencias situadas en diversos espacios y tiempos. Conviene, por tratarse de algo tan especial, que lo veamos con mucha amplitud y mejores propósitos.